“Otoño” es el penúltimo tema de La Margarita, un disco de Jaime Ross de 1994. Todas las letras son sonetos que escribió el dramaturgo uruguayo Mauricio Rosencof. La historia de estos sonetos es maravillosa y es lo que quiero contar: Rosencof era militante del grupo revolucionario uruguayo Movimiento Tupamaros. El grupo tenía buena reputación en la consideración general por acciones como el desvío de camiones de la Conaprole (Compañía Nacional de Productos Lecheros) para alimentar a barrios carenciados. En 1970 Tupamaros secuestró y decidió matar a Dan Mitrione, agente norteamericano de la CIA que había llegado al Uruguay para dar clases de tortura. La prensa comunicó esta acción como el asesinato de un pobre magistrado americano, logrando cambiar la opinión pública sobre Tupamaros. En 1972 llegó el gobierno militar y los líderes del Movimiento fueron detenidos. 

Para 1982, Rosencof ya llevaba diez años preso. Para no morir de sed, debía beber su propia orina; para no morir de hambre, se alimentaba de insectos. Entre los oficiales corrió el rumor de que Roseconf era escritor, entonces comenzaron a pedirle acrósticos (“acrílicos”, lo llamaban los militares) para sus novias y a cambio Mauricio podía disponer de un lápiz por un rato. Escribiendo en papel de cigarrillo y con lápiz prestado, entre torturas, orinas y novias de militares, Rosencof hizo sonetos para su primer amor: Margarita. En el contexto más inhumano posible, el de hombres torturando a otros hombres, Rosencof le escribió al amor más puro. En “Otoño” canta Roos: “Dios mío, que nunca pase nada”. “Allí, dichosos, nos dejábamos estar, todo era diáfano, frágil, seguro”. “Que puede pasar, nada, nada va a pasar, lo sé, porque todo esto es tan hermoso”.  

Yo nací en Buenos Aires en 1982, el año en que Rosencof escribía estos sonetos en la cárcel. Fui criado por Mary y por Lila, mi mamá y mi abuela  uruguayas. En mi casa siempre existió un relato sobre el Uruguay mítico, un Uruguay que sólo existía en la construcción que mi madre y mi abuela hacían para mí. Mi mamá hablaba como porteña, pero mi abuela hablaba para mí en uruguayo. Años después en Montevideo noté que nadie hablaba como mi abuela Lila, y descubrí que su forma de habla uruguaya era la de la frontera con el Brasil.  Mi abuela Lila decía “Montevideu”, mi abuela Lila decía refranes que para mí eran refranes uruguayos: “Se ofendió como Don Onofre”, “No llores como una Madalena”, “Puede aquel que piensa que puede”. Ese idioma privado es para mí un país; un país que sólo existe en mi memoria. Paradojas de la identidad, argentino y uruguayo, mi Patria es un lenguaje inventado. 

En 2010 yo escribía y ensayaba mi primera obra titulada Montevideo es mi futuro eterno, mientras acompañaba en hospitales los últimos días de mi abuela Lila. La obra narra la historia de un profesor de Historia argentino, de madre uruguaya, que se va al Uruguay a hacer la Revolución y participa del secuestro del agente de la CIA Dan Mitrione. Yo repartía mi tiempo entre el hospital y los ensayos. El amor y la paciencia con la que Lila me dejó cuidarla hasta el último día, sin quejarse jamás de una enfermedad que la partía literalmente al medio, fue la forma de amor más maravillosa que viví. Mi abuela no llegó a ver la obra, estrenada tres meses después de su muerte. Un año después se me apareció en un sueño y me dijo que había visto la obra, y que estaba orgullosa. Yo le creí.

La Margarita es un disco que dura 38’ y es casi como una canción larga, o una ópera-candombe. Jaime Roos siempre dice que el disco debe tocarse entero. Elegí “Otoño” porque es la que más me conmueve, pero podría haber elegido cualquier otra. O todas juntas, porque me gusta más pensar a La Margarita como algo indivisible, que se escucha entero. El disco abre con un recitado con la voz del propio Rosencof. “Pero hay en su regreso tanta ternura, que aguardo y aguardo y vuelve palpitante”, dice el autor, en lo que es una canción y una sesión de espiritismo. El cierre es, también, la voz de Rosencof, preguntándose: “¿Qué misteriosa brisa del amor, refresca con el tiempo mi memoria? Y no hay final para esta historia, tierna, sencilla, de puro candor”. ¿Cómo se construye la memoria? La memoria personal, la memoria de un país. La obra es ferozmente política porque no necesita serlo: un artista que siendo torturado escribe sonetos de amor adolescente, un músico que graba un disco sobre esos sonetos. Asimismo, la obra no tiene tiempo: es la juventud de Rosencof, es el 1982 del artista que escribe los sonetos, es el 1994 de Roos grabando el disco. ¿Cómo se habla de lo imposible, de lo invivible? El disco es una maravilla del desplazamiento, quizá la única forma posible de decir lo que no se puede decir.

En La Margarita siento que está todo lo que me hace ser el que soy. No sé si es el mejor disco de Roos, los sonetos en sí son casi camp, pero una obra de arte es, antes que nada, una operación simbólica sobre el contexto, y quizás este disco de sonetos naïf sea la mejor obra sobre la dictadura que se haya hecho. Porque es el procedimiento, es la posibilidad de releer la política, el amor, la muerte, lo que me hace escuchar “La Margarita” como un rezo que repito cuando pierdo la fe en el arte, que para mí lo es todo. Porque desde mi primera obra aprendí algo que sigue siendo mi guía cada vez que escribo una obra nueva: como el Uruguay mítico de mi abuela Lila, o el amor ideal de la Margarita de Rosencof, toda obra de arte es un país imaginario.u