PáginaI12 En Perú

Desde Lima

El fujimorismo, un factor central de la política peruana en las últimas tres décadas y que ahora controla el Congreso, se debate en una grave crisis. Una crisis que puede ser terminal para este movimiento de derecha autoritaria y populista, fundado por el ex dictador Alberto Fujimori (1990-2000) y con una historia estrechamente emparentada con el golpismo, las violaciones a los derechos humanos y la corrupción. La detención preventiva de su jefa, Keiko Fujimori –hija y heredera política del autócrata condenado por crímenes de lesa humanidad–, acusada de lavado de activos en relación con el financiamiento ilegal de su campaña electoral, y la difusión de sus manejos sucios ante un tribunal en audiencias televisadas, han profundizado dramáticamente la crisis que ya venía escalando en el partido fujimorista Fuerza Popular, manejado verticalmente por el poder absoluto de Keiko. Era tal ese manejo autoritario que sus congresistas le consultaban por teléfono hasta si debían aplaudir o no en el pleno del Parlamento. Ahora esos congresistas parecen estar a la deriva y entre ellos se respira un ambiente de desbande. 

“El futuro del fujimorismo es negro. Enfrenta su peor crisis y lo más probable es que desaparezca como una fuerza política con capacidad de llegar al poder. Con Keiko en prisión, Fuerza Popular queda muy disminuida. No diría que Keiko está políticamente muerta, pero sí que está en cuidados intensivos y que será muy difícil que pueda recuperarse”, le señaló a PáginaI12 el sociólogo y analista político Alberto Adrianzén. 

Por su parte, el politólogo y profesor de la Universidad Católica, Eduardo Dargent, le declaró a este diario que “más que la detención de Keiko en sí misma, lo que le está costando caro al fujimorismo es el proceso que ha llevado a esta detención, que ha mostrado un manejo oscuro del dinero ingresado al partido. Mi impresión es que Keiko como figura política está muy golpeada y es muy difícil que vuelva a tener opción de ganar la presidencia.”.

En las elecciones de 2016, Keiko perdió la presidencia en el ballottage por un puñado de votos, pero ganó una mayoría absoluta en el Congreso unicameral. No pudo digerir su derrota y utilizó su mayoría parlamentaria para declararle la guerra a su vencedor, el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski. En marzo pasado, Kuczynski, con su propia historia de corrupción sobre sus espaldas, renunció para evitar ser destituido por el Congreso. Asumió la presidencia Martín Vizcarra, que no ha sido el títere que los fujimoristas esperaban y que, por el contrario, los ha enfrentado, algo que Kuczynski nunca hizo. 

El desenlace de su lucha por el poder con su hermano Kenji, a quien expulsó del partido y del Congreso, fue otra costosa victoria para Keiko. “Después de las elecciones de 2016, Keiko debió ser consciente que tenía a la mitad de la población en su contra y debió cambiar su perfil para tratar de bajar su antivoto, su antipatía, pero hizo todo lo contrario, reforzó su lado más autoritario, más soberbio. Hizo todo lo posible para que la quieran menos,” afirma Adrianzén”

La revelación en los últimos meses de la existencia de una mafia judicial con nexos con el fujimorismo, el uso de su mayoría parlamentaria para proteger a magistrados corruptos funcionales a las maniobras para buscar la impunidad de Keiko y sus aliados, y su fallido intento de boicotear las populares reformas judiciales y políticas –la más popular es prohibir la reelección de los parlamentarios– lanzadas por el presidente Vizcarra para ser sometidas a referéndum en diciembre, profundizaron el descrédito del fujimorismo. La mediocridad de ideas y la agresividad verbal de sus principales voceros, también le han pasado factura a Keiko y su partido. 

“En algunos casos una detención puede victimizar o levantar figuras, pero la detención de Keiko se da cuando hay una mayoritaria mala percepción de ella y del fujimorismo, por una alta corrupción, mentiras y el uso del Congreso para beneficio propio”, dice Dargent. Según un sondeo de CPI, realizado poco antes que se ordene su detención preventiva, Keiko tiene una desaprobación del 88,7 por ciento. 

La debacle del fujimorismo es una buena noticia para la democracia peruana, pero en medio de una profunda crisis del sistema político otra opción autoritaria podría surgir para ocupar su lugar.