Allí donde la belleza y el horror se juntan ocurre Kinderbuch, una obra con imponente actuación de Belén Blanco. Algunos personajes y motivos de Hedda Gabler resuenan en este “melodrama” con texto y dirección de Diego Manso, propuesta “autónoma” en relación al clásico de Henrik Ibsen. Sola en escena, Blanco es Germana, habitante de una región distópica en la que las mujeres de funcionarios --como ella-- viven encerradas en una urbanización en medio de un clima de beligerancia exterior. Culta, de clase alta, es hija de un militar que se encuentra detenido, goza especialmente en el polígono de tiro, está embarazada y piensa parir en una bañera con agua hirviendo. “Es un freak ideológico”, dice el director sobre su criatura, en la charla con Página/12.

Es un texto no realista, en el que Germana halla distintos interlocutores según el momento --el primordial es su hijo--. El diálogo con la actualidad se produce desde por lo menos dos  ángulos, sin que el autor haya pretendido una bajada de línea. La cuestión de género, por un lado: hay un planteo acerca de “todas las obligaciones que tiene una mujer en esta sociedad”, sugiere Blanco. El director, quien se autodefine como anarquista, alude al contexto político: “Cuando estábamos ensayando apareció el cadáver de Santiago Maldonado. Creo que es algo que está muy habitado en la obra: esta especie de desarrollo del extremismo atentando contra la república. Desde el discurso de Germana, por supuesto”.

Kinderbuch --que en alemán significa “libro para niños”--  es el primer trabajo de esta dupla; seguramente y ojalá no el último. Quizá el elemento más destacado de la puesta sea el trabajo sobre la palabra que entrega la actriz, en su segundo monólogo (el anterior fue Kleines Helnwein, de Rodrigo Malmsten, 2001). El espectáculo integró, en noviembre de 2017, la programación de un ciclo en el Centro Cultural Kirchner, y ahora se presenta los viernes a las 22.30 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Esta semana también, en el mismo horario, el sábado. Blanco vive un presente de mucho trabajo cinematográfico, junto a directores como Gustavo Fontán, Francisco D´Eufemia y Fernando Spiner. “El teatro me parece extraordinario; es otra cosa. Es adictiva la relación con el otro”, expresa.

“Es complicado hacer teatro independiente con este sistema de producción aberretado, en crisis. No se puede sostener un proyecto a largo plazo. Además de ser difícil, es una condena. Nos están precarizando en todos lados, en los organismos oficiales”, protesta Manso, y cuenta que el gobierno provincial les proponía pagarles a tres meses por una presentación en Mar del Plata. “Es todo un horror. Estamos en la mierda. Y va a ser muy difícil salir”. Sus palabras tienen todo que ver con su obra.

--¿Cuál es el origen de Kinderbuch?

Belén Blanco:-- Yo había trabajado en una obra de (Griselda) Gambaro sobre Casa de muñecas (Querido Ibsen: soy Nora). Ibsen siempre me gustó. Tenía ganas de trabajar sobre Hedda Gabler e intenté armar un proyecto. No pude porque es una obra muy grande, para un teatro oficial. Nadie me dio bola. Pero felizmente encontré en el trabajo de Diego lo que yo tenía ganas de decir. Ya no es el mismo proyecto. Empezó con ganas de hablar sobre la mujer en la sociedad actual, sobre ciertos temas de la maternidad, y había encontrado aquella obra como referencia. Pero siento que esto es lo mejor que pudo haber pasado con estas ideas, que ésta es la mirada que se necesita hoy y ahora, para mí, en el teatro. Me da orgullo poder decir lo que plantea esta obra. El teatro tiene ese sentido, y los temas que fue encontrando Diego fueron mucho más allá de los primeros que yo había imaginado, que era la cuestión del embarazo, ser la mujer de un funcionario, todas las obligaciones que tiene una mujer en esta sociedad: casarse, tener un hijo, también el tema de la belleza… es un tema del siglo XIX y me gustaba repensarlo, creo que acá encontró otro lugar. La muerte sigue teniendo esa contundencia...

--¿Poética? ¿El horror y la belleza se cruzan?

B.B:-- A veces son lo mismo, ¿viste?

Diego Manso:-- Claro, claro. Es que la belleza es el horror.

--Manso, ¿cómo fue el proceso de escritura?

D.M.:-- Yo de ninguna manera iba a hacer una versión o el mismo personaje. No sé si a mí me interesa tanto como a ella Hedda Gabler. La había leído a los 20 años, pasé 20 sin leerla. Le di una leída antes de trabajar y después no la volví a tocar. Tomé algunos leitmotiv. Más o menos las relaciones familiares, pero no mucho más. A diferencia de la obra de Ibsen, el embarazo aquí es explícito y es uno de los temas. Algo que nos influyó mucho es que cuando estábamos ensayando en el CCK, aparece el cadáver de Santiago Maldonado. Era un tema que me rondaba en la escritura. En general, las miradas críticas lo pasan bastante por alto. Pero creo que es algo muy habitado en la obra: esta especie de desarrollo del extremismo atentando contra la república. Desde el discurso de Germana, por supuesto.

--¿Cómo construyó, entonces, el imaginario de la obra?

D.M.:-- No tengo nunca una intención programática. Voy descubriendo las cosas de la misma manera que las descubre el espectador. La escritura es pensamiento; el pensamiento acontece en la escritura y no fuera de ella. No es ni mediúmnico ni paranormal, pero yo siento que soy hablado. No siento que creé a Germana. A lo mejor bajo mucha línea y no me doy cuenta. No me interesa eso.

--Blanco, ¿cómo fue el trabajo con la palabra?

B. B.:-- Es un trabajo complejo desde ese punto de vista, desde lo vocal y para encontrar una manera de encarnar todas esas imágenes y la acción dramática. Es una arquitectura. La primera vez que lo leí me quedé como… me costó mucho entender un montón de palabras. La primera semana estudié con diccionario. Soy un poco bestia: no tengo mucha cultura. Después tuve que hacer todo un trabajo para acercarme al texto y hacerlo propio. Una vez que uno incorpora eso puede pasar a otros estadios. El texto de Griselda también era complejísimo, pero había una estructura más realista y era más fácil agarrarse. Acá, encima, estoy sola. Siento que me voy a morir.

D.M.:-- Ella tuvo una gran compresión de todo. El primer día le leí el texto en un bar. Me dijo “no entendí nada”, pero después dijo que era una especie de melodrama y yo pensé “entendió todo”. La obra se cuenta sola.

--Blanco, ¿cómo siente que la obra dialoga con el contexto político?

B.B:-- En un punto, con otras cosas en la cabeza, me siento un poco como ella (Germana). Un poco condenada a un montón de cosas que no quiero. Siento que tengo que luchar y también una amenaza, de la gente que nos gobierna. Que me están cagando y metiendo debajo de la tierra, me están enterrando, haciéndome desaparecer. Ese odio que saco con el personaje es el que tengo en relación a muchas cosas que me pasan como ser social. Es un gran momento para hacer la obra. Tengo rabia, impotencia, angustia, y necesito decir. Mis pensamientos son los contrarios al personaje pero por momentos siento lo mismo: quiero matarlos a todos. Uso la actuación como una manera de existir en la sociedad. Mientras más uno pueda decir lo que crea, mejor utiliza su tiempo. Son cosas que no dan tanto placer, pero tienen más sentido.