Un precioso coming of age en la Patagonia que incluye un amor entre dos chicos de distintas clases y estilos: no hay nada en Mi mejor amigo, la opera prima del platense Martín Deus, que no sea atractivo, y al mismo tiempo la película propone más de lo que aparece en su amable superficie. La historia es la de Lorenzo (Angelo Mutti Spinetta), el hijo adolescente de una pareja comprensiva y todavía joven que muchos años atrás se mudó a Los Antiguos para buscar una vida diferente. Esa diferencia implica un nivel de orden y tranquilidad altísimo en el que colaboran tanto el padre (Guillermo Pfening), que es obligado a usar una servilleta en el pecho para no mancharse la ropa durante la cena, como la madre (Moro Anghileri), hermosa y suave. Los dos hijos varones (Benicio Mutti Spinetta interpreta al más chico) contribuyen sin objeciones a la placidez familiar, y todo fluye, casi como una postal de cine norteamericano cuando se reúnen alrededor de la mesa para una cena de tarta con un gran bowl de ensalada. El elemento que viene a quebrar el esquema es algo más argentino y se llama Caíto, es hijo de un amigo de la pareja, tiene tatuajes, arito y un aire a pibe chorro bellísimo, bronceado, de ojos casi verdes. Caíto tuvo una pelea familiar y el padre lo manda casi al fin del mundo para alejarlo de los problemas; lo que sucede, previsiblemente, es que entre Lorenzo y Caíto, después de un primer encuentro tenso y desconfiado, empieza a formarse una relación intensa.

La película de Martín Deus extrañamente se propone como una historia reversible, que puede ser de amor o amistad según cómo se la mire, pero no es tan así. Porque Mi mejor amigo, que toma el punto de vista de Lorenzo, es en todo caso la historia de un deseo nuevo y una transformación donde lo más arriesgado no es ni siquiera el componente gay, sino la formación distinta de cada uno de los chicos, su idea de autoridad y de familia. Lorenzo es buen alumno, muy lector, ordenado y limpio, estudia guitarra y parece el hijo adolescente soñado. Ángelo Mutti Spinetta lo interpreta casi como a un adulto de lenguaje engolado, delicado y sensible, que rara vez se permite ser infantil a pesar de su aspecto de nene estirado. Caíto, en cambi,o es una bomba de tiempo: no parece reconocer ningún tipo de límites o reglas, más por costumbre que por desafío, y la película muestra simultáneamente la aparición de un deseo por el cuerpo musculoso y salvaje del chico, de una latencia, y la presencia de un peligro que no se interrumpe jamás. A diferencia de Call me by your name, de Luca Guadagnino, donde los protagonistas pertenecían a la misma clase, eran intelectuales y en todo caso el riesgo se jugaba en la diferencia de edad y en cómo percibiría el entorno la relación entre ellos, en Mi mejor amigo la atracción de Lorenzo está cruzada por la amenaza de las formas salvajes de Caíto, por la posibilidad del descontrol y hasta del robo o la estafa.

De hecho, Caíto es un personaje construido casi desde el miedo de la clase media al estereotipo del pibe que no reconoce la ley y se percibe como un factor de desorden, de peligro. O mejor dicho: desde el miedo y el deseo simultáneos hacia esta figura compleja que es el chico joven y sin reglas, peligroso, temido y romantizado. No hay ningún problema en la familia de Lorenzo con la homosexualidad del hijo, todo lo contrario, pero la ruptura de los límites impuestos por los padres a la vigilancia y el control es algo que no se tolera. El verdadero desorden no estaría dado por la orientación sexual sino por la diferencia de clase, esa que románticamente el cine anuló tantas veces reuniendo siempre al varón rico con la mujer pobre, pero que cuando se trata de un chico de clase media que podría arruinarse por perseguir al hijo inestable de un drogadicto toma la forma de algo tan antiguo como el amor imposible.