Meditación

Voy a ir a Cannes con Sonrisas de una noche de verano y estoy muy afligido e inquieto. Stig Ahlgren ha escrito hoy en la revista Vecko-Journalen y la ha criticado de la manera más odiosa. A veces me entra un cansancio enorme y no entiendo. ¿Tan mal escritor soy? Qué será lo que me falta. Ya sé que tengo dificultades con los temas, que hoy por hoy nada me viene gratis, pero qué tiene de malo lo que hago, para que lo juzguen con tan terrible dureza. Lo que escribo es la base de una película o de una representación teatral, ni en sueños me planteo publicarlo en forma de libro (¡bueno, sí, si que sueño con ello!), pero sé que para eso no sirvo, mi fortaleza radica en el diálogo escénico al igual que la de un poeta radica en su talento particular. Lo sé y lo entiendo. Hay mucho en lo que hago que resulta torpe y erróneo, falso hasta la raíz, y yo siempre busco la vida, tiene que haber vida, tiene que haber vida en cada instante, cuando me llevo un golpe así me siento asquerosamente cansado e inseguro. 

No es que me compadezca (¡bueno, puede ser un poco!) pero siento una vergüenza un tanto extraña y me siento un poco mal: me pregunto qué habré hecho en realidad, por qué pongo tan furiosas a esas personas.

Soy consciente de mi falta de claridad, de esa postura de extraña negligencia ante mis opiniones y mi fe, que existe sobre todo cuando hablo de ella. Hay en mí un rasgo de criatura herida, de confusión extraña con la que siempre tengo que luchar y que me irrita. Me gustaría ser un profesional serio y correcto al que considerasen decente (bueno, esto tampoco lo quiero), me gustaría poder sentarme y tranquilizarme y reflexionar: “Qué opino yo. En qué creo yo. Qué es lo que quiero de verdad. Adónde puedo acudir”. De nada me sirve tanta alabanza (que tan de buen grado engullo), y de nada me sirve esa crítica tan desagradable y censora que me deja como paralizado y exhausto.

Si pudiera hacer caso omiso de todo (en realidad es lo que hago ¿o no es lo que hago?), si pudiera sentir la alegría pura de hacer cosas, de crear, de hacer que salga algo de estas manos. Quiero que lo que hago tenga un tono libre y sencillo que todo el mundo entienda. (¡¿Es eso lo que quiero?!) Me gustaría creer un poco más en mí mismo, no ser tan influenciable y presa tan fácil del elogio.

Y aquí termina esta reflexión sobre mí mismo, que tampoco es muy edificante. Le he escrito una postal a Stig Ahlgren, pero luego la he roto. (También le escribí otra a Olof Lagercrantz y la rompí: siempre es lo mejor). Ahora me iré a dormir un rato, luego viene Bibi y entonces todo será mucho mejor. Mañana seguimos con El fresco.

La angustia por lo próximo

Aun así, no puedo evitar preguntarme qué será lo próximo que haga. Hace ya que está decidido que me pondría con El juego falso, pero cuanto más ha pasado el tiempo, tanto más me desagrada ese proyecto. Ya no quiero seguir dándole vueltas a los conflictos matrimoniales. Me aburre lo indecible y es un tema tan espantosamente falto de humor y tan serio y grave y tan revelador y excesivo sin estar motivado de forma sincera y convincente. Toda esa basura me produce un sentimiento espontáneo de aversión. Es una asquerosidad.

Así están las cosas.

Por consiguiente, quiero hacer algo que me infunda paz y que me dé otra tranquilidad. Y no sé exactamente qué puede ser.

Lo que más me atrae es, naturalmente, aquella película de Upsala. El mundo de la infancia. No tengo título, pero sí muchas imágenes que surgen espontáneamente y que existen. No hay más que intentar captarlas. Entonces, ¿es público? Por Dios no lo sé. Siempre me siento mal cuando hablan de cifras aquí y allá y así o asá y esto y lo otro, me produce tristeza y temor, aunque finjo otra cosa.

Si he de pensar en lo que quiero hacer, me tienen que dejar que piense sin condiciones y sin miedo. Si SF no quiere, tendré que hacerlo en otro sitio. Aunque en realidad es un disparate.

Deseo alcanzar cierta serena uniformidad en la que no necesite recurrir a mis trucos ni a esa capacidad mía exacerbada de conseguir soluciones.

Al mismo tiempo me gustaría –por encima de todo– trabajar en imágenes, ininterrumpidamente con imágenes.

Es algo que se ha abandonado con estas películas basadas en el diálogo y es facilísimo colocar un diálogo en lugar de una imagen, pero yo creo que esta historia, precisamente, ofrecería la posibilidad de un relato en imágenes sereno y claro.

Padre

Ya ha muerto mi padre. Murió el domingo a las cuatro y veinte minutos de la tarde. No tuvo una muerte dolorosa, Edit y el profesor Schwartz estaban allí cuidándolo. Lo vi una hora después. Me cuesta dar cuenta de cómo fue verle la cara. En todo caso, estaba totalmente irreconocible. Sobre todo recordaba a las imágenes que uno ha visto de los muertos en campos de concentración. Era la cara de la muerte. Pienso en él con cierto cariño desesperado. Como quiera que sea, aquí estoy ahora y me siento asquerosamente solo, por alguna razón. Así son las cosas.