De tanto machacar mediáticamente, y de tan poco estudiar académicamente, existe la creencia de que la “economía liberal” existió o puede existir en el mundo real. Idea que, por repetida, pareciera expresar alguna verdad, pero que no tiene, ni puede tener, realidad histórica ni sentido teórico. Eso, claro, cuando es llevado al extremo acríticamente, como hace la mayoría de sus proponentes, sin aceptar límite alguno al uso meramente abstracto del término “liberal”.

Así sucede tanto al tratarse de una economía nacional como a la economía mundial. Sobre esta última persiste el increíble mito de que Gran Bretaña impulsó el liberalismo económico mundial luego de las Guerras Napoleónicas a pesar de haber continuado con su Imperio que en 1920 llegó a abarcar un cuarto del territorio mundial.  Evidentemente, frente a la extrema regulación existente en la historia previa al Siglo XVII, las “liberaciones” que van surgiendo no son para menospreciar. Pero la cuestión en el debate, casi infantil, que proponen los “liberales” es creer que, mágica y espontáneamente, de la anarquía desregulada surgirá un bello y pacífico orden en el que no habría restricciones sociales a los deseos individuales. 

De la misma forma como han existido reglas dentro de cada sociedad “liberal”, también las hubo en las relaciones entre naciones. Por eso, amenazar desconocer las reglas que restringen la economía mundial actualmente es una de las armas principales que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está usando para presionar al definir un nuevo orden económico mundial de acuerdo con sus deseos. Si efectivamente Trump consigue su objetivo, sería la tercera vez que Estados Unidos lo logra, ya que antes lo hizo después de la Segunda Guerra Mundial y después de la Guerra Fría — aunque en el primer caso, en forma conjunta con la Unión Soviética. En esta ocasión, sería por haber vencido en la Guerra Comercial con China y — en forma similar a como Estados Unidos lo hizo desde la década de 1970 -, para reestructurar la economía mundial globalizada del “fin de la historia”, Estados Unidos amenaza utilizar su principal arma: la aniquilación del orden económico liberal que él mismo impuso.

Las reglas

Esto es precisamente lo que Trump está haciendo en el plano de las relaciones económicas internacionales. Y con ultimátum: el 10 de diciembre de 2019 puede definirse el fin de la economía mundial regulada por medio de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Así, como hiciera Richard Nixon, cuando el 15 de agosto en 1971 básicamente decretó el fin del Sistema de Bretton Woods (SBW), al anunciar que no habría más convertibilidad del dólar al oro, Trump está aplicando el mismo método: si mis reglas no me permiten lograr lo que pretendo, generaré caos hasta que se me acepten reglas que sí me lo permitan.

Estados Unidos ha sido el principal impulsor para que China sea parte de la OMC, hecho que se verificó en 2001. Sin embargo, sus expectativas de que el mercado chino le traería grandes beneficios económicos no se han concretado. Al contrario, China ha crecido al punto de convertirse en un formidable rival económico. A diferencia de la Unión Soviética, China ha surgido perteneciendo a la órbita establecida por Estados Unidos. En 1971, Estados Unidos tuvo que implosionar la sociedad de bienestar occidental para derrumbar al “otro”, la Unión Soviética, durante la “segunda Guerra Fría” impulsada mediante la Guerra de las Estrellas de Reagan. Ahora, el “rival” se encuentra dentro de su propio sistema: la OMC. La incomodidad con el régimen comercial que Estados Unidos mismo creó en los 1940 se fue agudizando por la capacidad de países avanzados, como Alemania y Japón, y después, países emergentes, especialmente China, en potenciar sus competitividades tecnológicas y productivas usando instrumentos permitidos en un sistema multilateral relativamente abierto que nunca fue totalmente subvertido por su creador, aunque sí modificado.

Ahora, Trump quiere diseñar uno que permite hacer “América grande de nuevo". El documento oficial "2018 Trade Policy Agenda and 2017 Annual Report of the President of the United States on the Trade Agreements Program" no deja lugar a dudas. La nueva agenda comercial de EEUU debe seguir cinco pilares: (i) promover la seguridad nacional; (ii) fortalecer la economía nacional; (iii) garantizar la negociación de acuerdos comerciales mejores; (iv) imponer agresivamente la legislación comercial de los Estados Unidos; y (v) reformar el sistema multilateral de comercio. Tales directrices ganan contornos precisos con cada negociación concreta que hace EEUU, ya sea en la guerra comercial con China, ya sea en la renegociación de su asociación con Canadá y México (NAFTA), o en rechazar las iniciativas de estrechar los vínculos comerciales con los europeos (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIP) y el acuerdo Trans-Pacífico (TPP), ya promovido por Obama, en el cual China quedaría excluida.

Poder de ordenar

Ninguna sociedad – liberal o no; nacional o internacional – puede soportar un desorden autodestructivo por mucho tiempo. Y tampoco puede funcionar sin reglas. En la medida que el discurso de "liberar" avanza, las reglas existentes se derrumban. No significa que se esté construyendo una "sociedad liberal"; va surgiendo la "sociedad de las reglas del más fuerte". Por lo que "Sociedad Liberal" en "sentido puro" es imposible que exista. Así como Karl Polanyi lo reveló en su clásica obra La Gran Transformación sobre las sociedades de mercado, Charles Kindleberger en su The World in Depression, 1929-1939 lo expresó sobre la economía liberal internacional: ésta no puede funcionar sin un país líder. Esta idea, que luego pasó a conocerse como de un poder hegemónico, se debe a que ese orden económico liberal necesita que ese país garantice que el crédito y el comercio fluyan con relativa estabilidad. Para este autor, la gran crisis de 1929 fue resultado, en última instancia, de la incapacidad de Inglaterra de estabilizar el sistema, y ​​del desinterés de Estados Unidos en hacerlo. La crisis de transición hegemónica pavimentó la ascensión del fascismo y una nueva gran guerra.

En 2018, Trump amenaza desconocer las reglas de la economía liberal mundial plasmada en la OMC. Si bien la OMC se creó de la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales en 1994 para sustituir al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), su origen remonta al SBW de 1944 que Estados Unidos creó para regular la economía liberal occidental que le haría frente al mundo soviético. En esa ocasión, si bien Estados Unidos pudo implementar dos de las instituciones que diseñó – el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, algo como la OMC no pudo. En su lugar, surgió el GATT como una versión más suave sobre las reglas del comercio en la esfera occidental. Estados Unidos mantendría su meta e iría presionando sobre los países para avanzar hacia lo que sería la OMC. Pero dos causas lo dificultaban. Por un lado, sus objetivos geopolíticos de reconstrucción de la economía capitalista, ante la amenaza latente del mundo soviético, limitaban la viabilidad de un comercio internacional demasiado liberalizado. Pero a partir de la presidencia de Nixon, crecientemente, Estados Unidos decide terminar con el Socialismo real como alternativa. Para esto, promovió una mayor liberalización económica y financiera – lo que contribuyó fehacientemente para el derrumbe soviético. En el marco de la “globalización” post Guerra Fría, Estados Unidos barrió decididamente muchas más restricciones económicas internacionales – y, así, la OMC suplantó al GATT. 

La otra razón por la cual la OMC no pudo ser institucionalizada por EEUU es que se lo negó su propio Senado. Es que Estados Unidos pretendía imponer sus reglas al comercio global, pero no que el poder de su creación supere su poder como creador. En esto, el comportamiento de Trump muestra una continuidad de esa actitud originaria del SBW: si las reglas actuales de la OMC impiden que Estados Unidos haga lo que desee, la OMC no tiene razón de ser, por lo que Estados Unidos no irá a respetar esas normas. ¿Quién impedirá a Estados Unidos hacer lo que desea? Y si nadie consigue impedírselo, ya no hay regla alguna. El orden liberal se “liberaliza”, y se hace la ley del más fuerte o del desorden del más fuerte… Hasta que el resto vaya al pie, y acepte que el más fuerte, redefina las reglas.

La reconocida autora inglesa especialista en relaciones internacionales, Susan Strange, expresó que existen dos formas de poder: el relacional y el estructural. La primera se da en el caso en que un país puede incidir sobre otro de tal forma que lo lleva a que se comporte como desee dentro de cierta estructura existente. La segunda trata de la capacidad de establecer las reglas del juego en la cual el propio poder relacional se expresa. Esto es, crear la propia estructura. Así, Estados Unidos hoy, al percibir que ya no consigue contener a China en sus relaciones bilaterales, decidió revisar las "reglas del juego" y crear otras reglas que sí lo consigan. El mecanismo es la amenaza de un "desorden liberalizado".

El desorden al poder

Que el "desorden liberalizado" es el arma de Estados Unidos, lo dejó en claro Dennis Shea, su embajador en la OMC: “seremos disruptivos donde sea necesario”. En estos momentos, ese lugar es el Órgano de Apelación de la entidad, que Shea afirma que su país desde hace “no solo durante 15 meses, sino durante 15 años" viene reclamando por cómo funciona. Por eso, ahora Estados Unidos amenaza con la implosión de la OMC si no se monitorean mucho más políticas (subsidios agrícolas, respaldo estatal a empresas, cambios en estándares de productos, etc.) que afectan el comercio – como acusa hacen China e India. El último enojo surge de que el cuerpo no falló a su favor en su reclamo de 2014 contra 153 empresas chinas, reforzado mediante dos "contranotificaciones", la segunda en diciembre pasado. En respuesta, Estados Unidos señaló que se reserva el derecho de ignorar los fallos que no le gusten. Adicionalmente, Trump le puso una espada de Damocles a la OMC bloqueando nombramientos de nuevos jueces en el Órgano de Apelación para resolver diferencias.

Estados Unidos afirma que pierde casos porque otros países tienen la mayoría de los jueces. Sin embargo, Reuters informa que, según los expertos en comercio, si Estados Unidos no es el que más casos ha ganado, está entre los que más lo hicieron. Además, sostienen que tiene el raro privilegio de que siempre tuvo un juez en el Órgano de Apelación. Trump, no obstante, viene bloqueando que se nombren nuevos jueces. Por lo general, si bien hay siete jueces de apelación, actualmente sólo hay cuatro. Pero el mandato de uno finaliza el próximo 30 de septiembre, y, si no es renovado, quedaría con los tres que son mínimo necesario para su funcionamiento. Y el mandato de dos de éstos concluye en diciembre de 2019, por lo que, sin nuevos nombramientos, significaría la liquidación de la OMC. Sin institucionalidad internacional para conciliar políticas comerciales, cada país quedaría “liberalizado” para aplicar las medidas que desee.

Como las repetidas solicitaciones que 67 estados miembros de la OMC le han efectuado a Trump para que preserve la organización no tuvieron éxito, la semana pasada reunidos en Ottawa, Argentina, Canadá, la Unión Europea, Japón, Brasil, México, Australia y otros cinco países llegaron a la conclusión que “la situación actual en la OMC ya no es sostenible” – aceptando una reforma en la línea que EEUU reclama – aunque el ministro de Diversificación del Comercio Internacional de Canadá, Jim Carr procuró dejar claro que la decisión se tomó " sin culpar, sin menospreciar" a Estados Unidos.

El comunicado conjunto también expresó que “nuestra resolución para el cambio debe ir acompañada de una acción". Uno de los ministros participantes en la reunión, que prefirió mantener su anonimato, respondió a Reuters quién iría a determinar el contenido de esa acción: “¿de qué sirve tener reglas si no se pueden hacer cumplir?”. A buen entendedor, suficientes palabras.

(*) Profesores de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Brasil. @Argentreotros