Era un clásico de los segmentos de dibujos animados que aparecían en la antediluviana TV blanco y negro de cuatro canales, cinco si se podía sintonizar el Canal 2 de La Plata: un bichito con polera con una letra A y casco blanco, que se lanzaba a volar al grito de “Contra el mal... ¡¡la Hormiga Atómica!!”. Creado en 1965, fue uno de tantos personajes de la factoría Hanna-Barbera, y aunque no tuvo el mega éxito de Los Picapiedras, Los Supersónicos, Scooby Doo, Tom y Jerry o El Oso Yogi, con solo 26 episodios se ganó un lugar en la memoria afectiva de miles de niños. Siendo pequeños y bajo la tutela paterna, cómo no querer a un personaje tan insignificante pero con semejantes poderes. Combatir el mal es la base de todo superhéroe, aun cuando el cine moderno destine su película propia a personajes que juegan en la otra liga como Venom.

La muletilla sonó un par de veces en el encuentro del rock independiente en la Feria La Erre, el jueves en Niceto Bar. Corren tiempos espantosos para sostener un proyecto musical sin sponsors ni inversores, pero la lucha contra una corriente adversa propicia la declaración de principios, medio en chiste aunque bastante en serio. Todo es un desastre pero no está habilitado bajar los brazos: estamos combatiendo al mal. El bar palermitano fue una suerte de helicarrier para congregar a unos Avengers del rock independiente, colegas de todo palo estilístico que saben que es esta una era en la que mantener cierta unión y diálogo resulta esencial para mantenerse a flote. Una escena quizás impensada en los 80, los 90 o los 00, salvo los cruces festivaleros o un evento puntual; músicos de una veintena de propuestas que no solo montaron sus mesas con material audiovisual, entradas para shows y merchandising sino que anduvieron por allí, se encontraron con el público y entre ellos, compartieron experiencias y preocupaciones y debatieron ideas sobre qué significa ser independiente hoy, y cómo se hace para no desfallecer en el intento. Aunque, teniendo en cuenta que la gran mayoría de los presentes se subió alguna vez a ese escenario, también arreciaron los chistes sobre el tuit del dirigente nazi Alejandro Biondini, quien en un nuevo giro tragicómico señaló al Salón Pueyrredón de Palermo como una cueva de anarquistas K fans de las Madres de Plaza de Mayo. En este país es imposible aburrirse.

Todos los músicos tienen diferencias, no puede ser de otra manera, pero el espíritu de cuerpo parece hoy zanjado por imprescindible. Hay un acuerdo básico. Como cantó una vez Luis Alberto Spinetta, hay que impedir jugar para el enemigo, y la Cultura tiene muy claro cuál es la vereda de enfrente, quiénes sus habitantes. Durante el ciclo del kirchnerismo en el Gobierno se habló mucho de la “batalla cultural”, pero el concepto es mucho más urgente y ardiente hoy. Real e intenso. La aprobación en el Senado del ruinoso Presupuesto 2019 cristaliza algo que los representantes de toda disciplina artística conocen y sufren en carne propia desde hace tres años, cuando la nueva administración estatal decidió colocar a la Cultura en el plano secundario. “Ay ay ay que se va la vida, más la cultura se queda aquí”, volvió a sonar con energía en el concierto que el jueves pasado celebró la obra de León Gieco en el Teatro Opera, a beneficio del Hospital Garrahan y Alegría Intensiva. En la era de la mueca crispada, la cultura es la sonrisa. La Cultura se planta.

Basta girar la cabeza a un lado y otro para encontrar creadores de pie, que no se resignan a lo que pasa. En Mar del Plata, el fantasioso relato del secretario de Cultura, Pablo Avelluto, sobre la situación de la industria cinematográfica chocó con una nueva respuesta de un conglomerado de realizadores, que se resisten a que cristalicen las fake news del ministro devaluado. El informe de la Cámara Argentina del Libro, que puso blanco sobre negro el devastador efecto de las políticas económicas del macrismo, dio mayor envión a un repetido pronunciamiento de toda la cadena de producción editorial: Mempo Giardinelli resumió el sentimiento de todos en la demoledora frase “Quieren un país de no lectores, de no pensantes, porque es fácil manipular la ignorancia”. Los teatristas independientes alzan la voz una y otra vez para denunciar el acoso a las salas y la imposibilidad de sostener sus emprendimientos frente a los tarifazos de servicios y la inflación; sus pares del teatro comercial están lejos de sentirse a salvo, y también reclaman por los costos siderales orquestados por el Gobierno y el ajuste salvaje que, como volvió a dejar patente un informe difundido esta semana por la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales, produce sensibles bajas en la asistencia a las salas. Este martes nadie bailará: los representantes de la danza convocaron a un paro nacional para llamar la atención sobre el desamparo de su disciplina. Y mientras tanto se pierde la cuenta de la cantidad de áreas del Estado que hasta 2015 impulsaban y fomentaban diversas formas de acceso a la cultura en todo el territorio, pero fueron sacrificadas en la hoguera de Lagarde. Ni libros ni alpargatas: ajuste y bonos.

Nadie está a salvo. Roger Waters contó con un año completo para agotar sus dos shows en el Estadio Unico de La Plata, pero todos los involucrados en la industria musical saben lo que está pasando en las boleterías, aun con nombres que se suponen seguros. Los productores miran la pizarra del dólar y abandonan toda esperanza: hasta un gigante del sector como Daniel Grinbank hace un gesto de resignada sorna cuando se le pregunta por las posibilidades de visitas en 2019. “Con este dólar estoy en condiciones de traer a La Mona Jiménez desde Córdoba”, le dijo a este cronista, y solo se rió para quitarle angustia a la frase.

Esta es la verdadera batalla cultural: la pelea por seguir creando y llegando al público en el contexto de una dirigencia política que solo privilegia la timba financiera y el endeudamiento secular, y una sociedad que lo habilita con su aparente mansedumbre. No es la primera vez que el fenómeno toma forma. Citando al filósofo rocker italiano, esta sí que es Argentina. El repaso de ciclos históricos demuestra que toda vez que en la Casa Rosada campearon el pragmatismo capitalista y el desprecio por todo lo que no siga las quirúrgicas leyes del mercado, la Cultura tuvo que engrosar la piel, acorazarse, multiplicar fuerzas para pelear palmo a palmo sus espacios y su relevancia sin descuidar el acto de la creación, que esa es la esencia de todo. Como hormigas, pero con una resistencia atómica. 

Porque al mal se lo combate. Con la sonrisa de la cultura.