La XXVI Cumbre Iberoamericana, que se desarrolló durante dos días en la ciudad guatemalteca de Antigua, culminó sin abordar las crisis sociales en Venezuela y Nicaragua ni otros temas difíciles que afectan a la región, como la corrupción. Aunque el número de mandatarios participantes fue superior al de ediciones recientes, con 15 jefes de Estado y de gobierno, las expectativas generadas por la participación del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, en una cita internacional por primera vez desde el estallido en abril de las protestas antigubernamentales en su país, se vieron pronto frustradas.

El mandatario decidió anular su presencia a último momento, una ausencia que se sumó a la de otros presidentes del llamado bloque bolivariano, como el venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel. La decisión de Ortega de cancelar su viaje a la ciudad guatemalteca de Antigua dos meses después de faltar a la Asamblea Nacional de la ONU, en Nueva York, aumenta el aislamiento de Nicaragua tras la represión policial de las protestas iniciadas en abril. Ante una situación así, se esperaba que, de alguna forma, la comunidad iberoamericana se movilizara para buscar una salida al conflicto, que se cobró ya 200 muertos según el Gobierno y más de 500 según organizaciones de derechos humanos.

Asimismo, pese a la gravedad de la situación en Venezuela, que provocó el éxodo de más de dos millones de personas, la comunidad iberoamericana esquivó el debate. Ni en la reunión de cancilleres del jueves ni en la sesión plenaria de los mandatarios del viernes se trataron los conflictos abiertamente. Los gobernantes tampoco hablaron al respecto en el llamado “retiro” que les permite hablar en privado en estas citas sin orden del día ni tiempos marcados, según lo indicado por el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en rueda de prensa. 

El único líder bolivariano que estuvo en Antigua fue el boliviano Evo Morales, quien en su intervención pública evitó referirse a la situación en Nicaragua y Venezuela, que en los últimos meses suscitó la condena de la comunidad internacional. 

Sólo se refirió a esos temas fue el presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, quien pidió usar “la diplomacia y el multilateralismo” para la crisis en Nicaragua y criticó las “reiteradas violaciones a los derechos humanos” en Venezuela. Sus declaraciones fueron contestadas en tonos tan moderados como firmes por el canciller venezolano, Jorge Arreaza, y el nicaragüense, Denis Moncada.

“Venezuela o Nicaragua son utilizadas con frecuencia como cortinas de humo para ocultar problemas internos”, declaró Arreaza. Moncada fue más allá y acusó a Alvarado de haber “irrespetado la soberanía del pueblo nicaragüense” y exigió que fuera “corregido” para “no interrumpir el trabajo pacífico” del foro iberoamericano, pero nadie se hizo eco de ese reclamo y la cuestión se apagó.

Por fuera de la agenda de la cumbre, grupos de opositores nicaragüenses se concentraron ayer y anteayer en las inmediaciones del Hotel Museo Santo Domingo de Antigua, sede del evento, para protestar por la situación en el país, donde en los últimos meses han muerto 200 personas según datos del gobierno y más de 500 según organizaciones de derechos humanos. Un grupo de nicaragüenses salió a las calles de Antigua, Guatemala, a denunciar la represión en contra de ciudadanos de parte del gobierno del presidente, Daniel Ortega. 

Otro de las grandes temas ignorados en el cónclave fue la corrupción, un tema central del debate político en toda Américalatina y en especial en la propia Guatemala. En el país anfitrión, el presidente Jimmy Morales decidió “no renovar” en 2019 el mandato de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, auspiciada por la ONU para ayudar a la Fiscalía guatemalteca en la investigación de tramas corruptas. Sin embargo, en la Cumbre, Morales se jactó de que su país es “ejemplo de lucha contra la corrupción” y criticó la “Justicia selectiva”.

La cita también ignoró el viraje a la derecha que dio en los últimos meses la política latinoamericana, reforzado con la victoria en las elecciones presidenciales en Brasil del ultraconservador Jair Bolsonaro, un polémico capitán de la reserva del ejército.

La declaración final de la Cumbre en Antigua se centró, en cambio, en el avance de una agenda común iberoamericana de migraciones, la tolerancia cero a la violencia contra las mujeres y el fortalecimiento del diálogo con los pueblos indígenas, entre otros puntos.

Más allá de la declaración fue la migración, uno de los retos que afronta Iberoamérica, el tema central de la cumbre. La declaración final firmada por los mandatarios incluyó un comunicado especial que aboga por “una migración ordenada y regular”, rechaza cualquier muestra de racismo y xenofobia hacia los migrantes y pide abordar “de manera integral” el desafío.

Las cumbres iberoamericanas, que arrancaron en 1991, han ido perdiendo fuerza e interés con el paso de los años. Algunos expertos consideran que no aportan respuestas concretas a los grandes desafíos de la región, pero la edición de Antigua, con una participación importante y con problemas graves en la palestra, se había presentado como una oportunidad para romper este cliché.

En medio de la ola de feminismo que sacude medio mundo, con el movimiento “Me too” como referente, muchos de los mandatarios expresaron también la necesidad de garantizar la igualdad entre hombres y mujeres en la región, con un comunicado especial que insta a derogar o modificar las leyes que obstaculizan el empoderamiento económico de las mujeres.