Nuestra primera salida fue en el patio de comidas del súper La Reina, en San Martín y Ayolas. En realidad no íbamos a quedarnos allí, sino que fue el lugar elegido por Xia para encontrarnos y de ahí arrancar al shopping, la milonga, cenar o algo bailable cerca del río. Pensé en Sr. Ming claro, por la Fluvial. Pero no debe haber nada más estúpido que llevar a un chino a un remedo de algo chino en otro rincón del mundo. Remedos comerciales, además, y aunque Fukayama dijera que la historia había terminado, creo que para los chinos recién empieza.

Xia no quería que esta primera cita fuera conocida por su familia, de modo que yo no iría a buscarla al súper chino ni ella lo haría conmigo. Nos encontraríamos allí, en el patio de comidas más popular de Tablada, y después veríamos adónde iría la noche. Y nosotros.

Eligió La Reina porque era un lugar grande, lleno de gente y como la carta robada de Poe, a menudo, lo mejor para esconder algo es ponerlo a la vista de todos. Xia sabía ir seguido a La Reina a buscar ofertas mayoristas para el chino de sus primos y se había hecho habitué del patio de comidas por el sabor, bastante noble, dijo en inglés, (pretty noble dijo), de un wok de pollo del que se podía repetir hasta que el ave estuviera finalmente muerta en el plato. Until the bird was finally dead on the plate... y levantó la cara del bol con esa media sonrisa sedosa y suave, pretty noble -pensé-, que me volcó a mí dentro del plato, en el cual, hacia el final de esa noche, estaría finalmente muerto por ella.

La última vez que yo había ido al patio de comidas de La Reina fue llevando a mi vieja el verano del 2013, para escuchar al cantante popular Juan “Corazón” Ramón, que tampoco es que le gustara a ella, pero hacía un ambiente festivo que aliviaba la muerte reciente de papá. Había siempre una promo de pastas rellenas, y algún vecino y hasta un karaoke donde esa noche mamá me pidió que subiera a la tarima y cantara algunas de mis versiones de Serrat. Recordé que un par de parroquianos me habían chiflado por el bajón, cantar en una cantina Romance del Curro el Palmo es terminar con cualquier posibilidad de baile y alegría. Y sin embargo, la canté toda y cuando bajé, me acerqué a los tipos que me habían pedorreado y les espeté la frase de Fabián Casas: “Serrat el orto…”. Y los tipos ni mú. Mi vieja feliz. Siempre dijo que mi versión era mejor que la original. ¡Madres!

 

--¿Nos vamos…?

--Sí. ¿Dónde? -dijo Xia.

--A ver el tango, la milonga. En el gimnasio de la universidad, hay una milonga bien pulenta. Percal, se llama.

--¿What is pulenta?

--Debute.

--Yo no debutaré. Soy virgen y llegaré así al matrimonio.

Glup. ¡Qué fuerte! No supe si aclararle que “debute” es un término tanguero, lunfardo, que significa inmejorable, único. Como ella. Pero la virginidad me quedó atragantada. Hace muchos años, y ahora. Debo haber puesto una cara de estupor mortal, porque Xia se largó a reír, aunque no porque fuera broma, sino en burla a mis ilusiones. Los hombres somos tan obvios y las chinas tienen diez mil años de monólogo interior.

--Mujer china no tiene sexo hasta casarse… dijo. Chinese woman does not have sex until getting married.

--Pero a vos te gusta tanto Grandes pechos, amplias caderas, de Mo Yan. Me sorprende.

--El libro fue prohibido en mi país.

--Pero es uno de tus favoritos.

--¿Y qué? Siempre pienso en sexo. Me preparo. Algún día comenzaré y no me detendré más. Pero me estoy preparando. Soy como corredora de fondo en sexo. I am background runner sex. Llevo años de entrenamiento. Eso incluye los libros de Mo Yan, pero también algunos de Bataille o de Miller. Y El imperio de los sentidos, de Nagisha Oshima.

--El tango es una danza muy erótica -dije-. El amargo de Sábato decía que es un pensamiento triste que se baila, pero yo tengo amigas y amigos que lo hacen más parecido a una cópula de pie.

--¿Cúpula?

--No. Fuck. Coger.

--Love… love. Make love- y sonrió con esas mejillas sedosas que espejeaban en el vidrio de la ventanilla del auto. Puse un tema de Rovira que me recordaba a una bailarina célebre de Rosario, “A Evaristo Carriego”, la versión de Pugliese, y Xia escuchó transida, como arrobada y cuando terminó la melodía tenía los ojos húmedos y dijo:

--Esto es sexo. Me hace el amor el tango. Make love the tango... ¿Me das una copia?

Y allí nomás saqué el CD de la bandeja del auto, lo puse en su caja y se lo di. Lo apretó en el vientre y no dijo nada. Esperó un instante y me ordenó ir al río. Quiero ver el río de noche, dijo y al final terminamos en Sr. Ming donde Fukuyama estaba equivocado, porque no termina la historia sino que empieza. Xia pidió una cerveza suave y la tomaba del pico, yo igual, pero le agregué limón. El patio estaba atestado y el balcón al río también, vadeamos un espigón nuevo de la guardería náutica y con la luz del celular como si fuera una antorcha pretty noble, caminamos hacia el sur. Se apagaba el sonido de la disco y Xia me tomó de la mano.

Que me tomara la mano de súbito, fue tan fuerte como haber escuchado la palabra “virgen” una hora antes. Ya llegábamos al empedrado detrás de Canal 5 y Xia me tomó de la cara, me miró un instante para dejar en claro que ella lo decidía y que era quien mandaba, y me dio un beso sin lengua, con los labios despegados y suaves, cítricos, y una dosis de saliva imperceptible pero verdadera, como el barniz de caramelo que se pone sobre el hojaldre. Apenas, pero allí está y modifica todo. Nada lúbrico sino más tarde. Primero el aliento, y de a poco la energía suave de los labios que iba haciendo una especie de sello, espesándose en una modulación leve de flautista de las mil y una noches, que los iba haciendo ergonómicos a mi boca y a todo el deseo imaginario del cuerpo. Como si ya me estuviera besando más abajo y alguna clase de pegamento me impedía soltar la boca, y el bombeo de sangre iba rápido a la ingle, y las bolas se me pusieron duras como dos piedras del desierto de Gobi que espera mil años por un día de lluvia.

Entonces pensé que algo de cierto tenía lo de prepararse o ser novios, que esa especie de carga de profundidad de un corredor de fondo existía, porque el beso debe haber durado un minuto (fue largo, creo haberle tocado el teclado de los dientes, y oler un cítrico, aunque podía ser mi corte de la cerveza), pero me dejó hecho un idiota mucho tiempo, los años que tardó China en ser una democracia, o Mo Yan en ganar el Nóbel, y Xia y yo, en haber hecho el amor tres días seguidos, en El Molino de Victoria, escuchando el tango de Rovira. Solamente “A Evaristo Carriego”, make love con la tecla repeat, sin límite.