La foto de Instagram muestra las 6 áreas del cerebro pintadas en distintos colores, como si fuese la bandera del arco iris. Las flechas conducen a la explicación de lo que le sucede en el cerebro mientras unx teje: se desarrolla el área motora al mover los brazos y las manos, el área sensitiva cuando se siente la textura de la lana, la visual al disfrutar de los colores, el auditivo para escuchar y aprender, el área del lenguaje para intercambiar técnicas, hablar y enseñar, y el lóbulo frontal para planificar, calcular e imaginar. La foto corresponde al grupo Hombres Tejedores Argentina. Se trata de un colectivo autogestionado que nació en Chile, en el 2016. Un año después, el proyecto se extendió a la Argentina manteniendo el mismo logo: dos agujas en posición ascendente tejiendo a un hombre con barba. “Es la síntesis gráfica de una nueva forma de pensar al hombre”, dice Javier Oliva, uno de los 10 organizadores del grupo, que convocan a través de Facebook y de Instagram donde aparecen entre 20 y 30 hombres tejedores. También generan eventos culturales y conversatorios. “El objetivo es visibilizar que los hombres pueden tener oficios o trabajos, más allá de la narración de lo que debe ser una mujer, hoy. El encuentro público es mensual, en una plaza, para convocan a hombres que tejen en su casa, que no se animan a salir, y a los que quieran aprender a tejer”. Una vez al año llevan a cabo una performance de visibilización. El año pasado intervinieron la línea H del subte, sentándose todos juntos para tejer de punta a punta, realizando tres viajes completos. “En los encuentros públicos la recepción por parte de la gente es positiva. Pero en el subte también hubo miradas de cuestionamiento y de miedo. Para algunas personas, ver algo extraño les produce rechazo”, dice Javier.  La primera intervención urbana fue en el centro financiero de Santiago de Chile. Armaron una larga fila con sillas donde se sentaron a tejer con lanas rosas; todos vestidos con camisas blancas, corbatas, pantalones y zapatos negros.

El grupo no tiene días fijos para los encuentros, sino que los van organizando sobre la marcha, pero son, al menos, dos al mes, donde hay mate, café y té a la tarde y cerveza o vino por las noches. Va un tejedor de 9 años y hombres mayores de 60 que nunca se imaginaron expuestos en un parque con las agujas tejiendo entre jóvenes. Se sienten cómodos y dicen que van a seguir tejiendo nuevas masculinidades, cercanas a la sensibilidad y del cuidado del nido, alejándose de los estereotipos de los hombres fuertes y proveedores. La aguja va y viene. A los hombres que tejían a escondidas, ahora les resulta gratificante hacerlo en un parque, en un café, o juntarse a discutir sobre puntos con otros. 

Javier es publicista y trabaja como decorador de interiores. Otros integrantes son maestros, profesores, hay un químico y un administrativo, entre otros oficios y profesiones. Franco Toranzo, que estudia artes en danza, cuenta cómo llegó al grupo: “Porque me gusta y encuentro en la acción de tejer algo terapéutico, que implica creatividad y me permite hacer cosas útiles, para mí y para otras personas. Es la combinación de lo que me gusta hacer y una actitud política, con la visibilización y la ruptura de los estereotipos, con una ideología de deconstruir los géneros: los hombres tejen por trabajo pero también por gusto. Desmitificar que es de mujeres, o de abuelitas. Es una acción gratificante”.  

Usan pines y bolsitos blancos con el logo de las agujas, las barbas y las agujas, que llevan cargados con lana de colores, para todos lados, sin importarles las miradas, pero con precaución, porque el miedo todavía está. 

Tejen al crochet y a dos agujas lo que se les va ocurriendo, sin ningún objetivo en particular. Las producciones son: bufandas, suéter, guantes, mantas, medias, gorros, muñecos. No tejieron calzoncillos de colores ni nada específico de la cultura gay; excepto, claro, una bandera del orgullo, un preservativo de lana para el termo y otros para celulares y libros; pero nada de lo que hacen es para vender.

 “Somos bastante relajados. Nos divertimos. Y como todo grupo cerrado, y gay, loqueamos un poco; después tocamos temas… y nos reímos. Charlamos mucho mientras tejemos y salen cosas divertidas”, dice Javier. Una tarde, mientras tejían en la casa de un integrante, a unx se le ocurrió transmitir en vivo, a través de las redes sociales, la clase de tejido. Estaban tejiendo y tomando mate cuando empezó el vivo. El grupo, concentrado en lo que hacía, se distendió y hablaba olvidándose del celular que estaba apoyado en la mesa haciendo la transmisión en vivo. Se escuchó todo lo de sexo y chismes que decían. Cuando quisieron cortar la transmisión ya era tarde.

La lana se enlaza con un punto, el retazo toma cuerpo y crece. Pero, de vez en cuando, alguien tira del ovillo, deshace el punto y vuelve hacia atrás. “Destejer las identificaciones y tejer nuevas masculinidades” concluye Javier.

El domingo 25 de noviembre se reúnen en Parque Centenario a las 15.