El gobernador de Jujuy le estampó su firma a una ley que autoriza el trabajo infantil en la cosecha de tabaco.

En pleno siglo XXI se legaliza el escarnio, se encuadra para el Estado y el capital el sufrimiento de niñas y niños a los que expone a una labor agobiante y brutal. Sus cuerpos llevarán para siempre la marca de largas jornadas de explotación. Los agroquímicos minarán su salud. Les arrebatan el futuro en plena niñez. Esto es infame.

Cuando la clase obrera se fue constituyendo conscientemente en movimiento de autodefensa, luchó contra el trabajo infantil.

Durante el siglo XIX, y a comienzos del siglo XX, cruentas huelgas lograron imponer a los capitalistas la eliminación de ese flagelo. Fue una las primeras exigencias de las organizaciones obreras revolucionarias.

A diario observamos indignados la explotación de niñas y niños en diversos ámbitos y tareas. Una especie de filicidio social que se va naturalizando y pasa a ser parte del tenebroso paisaje urbano y rural.

En el presente, con la anuencia cómplice de burócratas sindicales y ante la indiferencia de la mayoría de la sociedad indolente y egoísta, se legitima una infamia más, el trabajo infantil.

No podemos ni debemos callar.