Rodolfo D’Onofrio y Daniel Angelici nunca se llevaron bien. Y desde la noche del gas pimienta de 2015 se llevan peor. Sólo las estrictas necesidades del protocolo y la imagen institucional los han hecho compartir algunos eventos o programas de televisión. Pero tienen estilos personales y visiones muy diferentes sobre cómo se construye poder y cómo se gestiona una institución. Y reconocen también afinidades políticas distintas.

Desde el domingo, el presidente de River se siente malamente traicionado por el presidente de Boca. Su solidaridad luego de la brutal agresión con piedras y botellas que sufrió el micro que conducía a la comitiva boquense a cuatro cuadras del Monumental resultó clave para que la Conmebol aceptara suspender el partido del sábado. Y cree que si él no hubiera respaldado la decisión de Angelici de no presentar el equipo, Boca no hubiera tenido más remedio que salir jugar la finalísima a las 19.15 en condiciones desventajosas en lo físico y lo psicológico.

Angelici, que siempre sostuvo que los partidos se ganan y se pierden en la cancha, debió cambiar presionado por los jugadores, los dirigentes y sobre todo por los hinchas, que en las redes sociales salieron a pedir su renuncia luego de conocerse los términos del acta acuerdo (o “pacto de caballeros”) que firmó junto con Domínguez y D’Onofrio comprometiéndose a jugar el domingo “en igualdad de condiciones”.

Obligado por la firme posición del técnico Guillermo Barros Schelotto y de referentes del plantel como Carlos Tevez, Fernando Gago y Darío Benedetto de no disputar el partido por entender que Boca no podía hacerlo sin su capitán Pablo Pérez (lesionado en su ojo izquierdo), la opinión de dos dirigentes muy cercanos como el vicepresidente 3° Darío Richarte y el secretario y posible sucesor Christian Gribaudo y sobre todo el torrente de críticas de los socios e hinchas que bajaron desde las redes sociales, Angelici debió desdecirse. Ahora intentará cobrarse una deuda pendiente desde 2015.