Desde Guadalajara, México

El “niño fermentado”, que escribe como si estuviera soñando y no puede concebir la vida sin escritura, dice que habla poco. Pero nadie le cree. António Lobo Antunes, premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2008, que encabeza la delegación de escritores y artistas portugueses en la 32° Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), con Portugal como país invitado de honor, está convencido de la importancia que tiene “la invisible alegría de crear”, aunque tenga que sufrir mucho para terminar una novela. El diálogo con Laura Restrepo comienza con un breve análisis de la escritora colombiana sobre la obra del autor de Memoria de elefante, Tratado de las pasiones del alma, Cartas de guerra y No es medianoche quien quiere, entre otros títulos. “La literatura de António es poderosa porque sus personajes saben que van a morir. En sus libros la vida es tan intensa en la medida que la noción de la muerte está palpitando detrás. António logra despojarse de la hojarasca para hacer vibrar lo más íntimo de la vida y crear un puente intenso con el lector”.

“Dicen que dijiste: ‘nadie escribe como yo, ni siquiera yo mismo’. ¿Es cierto, Antonio?”, quiere saber Restrepo. El escritor portugués reconoce que es el autor de esa frase. “Hace diez años estaba trabajando en Lisboa y me llamaron por teléfono. Una voz de mujer me dijo: ‘Ha ganado un premio en México’. Y yo contesté ‘¿cuánto?’. Y empecé a oír muchas risas y la señora que hablaba conmigo me dijo que había mucho público ahí. Yo me quedé sin saber qué hacer, pero pregunté cuánto de nuevo. Siento que me han pagado con mucho retraso porque han puesto a Laura aquí conmigo”. A los 76 años, el escritor portugués juega con el ovillo de la memoria. “Cuando era niño, había un grupo de escritores que comía en el mismo restaurante, y yo ponía la nariz contra el vidrio y los admiraba como dioses. Ellos eran viejos, tenían como 40 años, y yo 12 y con toda la vida delante de mí. Pero esos ladrones escribían, publicaban y las chicas los admiraban. Yo estoy siendo muy sincero, soy latino y tengo debilidad por las señoras guapas”, agrega Lobo Antunes y la mira a escritora colombiana como un galán que empieza avanzar en su afán de conquista. “Esa frase es completamente verdadera. El problema es siempre encontrar tu verdadera voz, liberarte de todas las influencias, de los escritores que han sido importantes, y eso cuesta mucho trabajo. Yo no recomiendo a nadie escribir porque trae mucho sufrimiento”.

El escritor portugués, ganador del Premio Camões, vincula la escritura de un libro con el embarazo. “Para los hombres es muy extraño quedar embarazados; cómo será mi libro, qué color tendrá sus ojos, cómo será su piel... Un libro es una cosa viva que empieza a moverse dentro de ti con la cual tienes que luchar, como mi pobre madre luchaba conmigo. Creo que tenemos que mirar la literatura como una cosa viva, no sé si como una persona o como un animal. Un libro puede ser como un hijo que va creciendo, y tienes que trabajarlo y trabajarlo. La lucha con las palabras, la lucha por fabricar un universo vivo, es la única chance que tenemos los hombres de quedar embarazados”. Lobo Antunes, que también es psicoanalista, recuerda que Sigmund Freud se refería a la “envidia del pene” de las mujeres y vuelve a la carga para expandir esta línea de su pensamiento. “Envidio a las mujeres que pueden tener una vida dentro de ellas. Yo solo puedo tener fantasmas dentro de mí –compara el autor de ¿Qué caballos son aquellos que hacen sombra en el mar?–. Es necesario sufrir mucho para escribir un libro y lo pagas muy caro. Las dudas son constantes; cuando tu libro tiene una enfermedad, te quedas preocupado por cómo curarlo. A veces muere y hay que empezar todo de nuevo. Estás solo con tu material y no tienes a nadie que te ayude. Trabajamos en una soledad muy grande porque solo en soledad podemos fabricar esos hijos de papel que tienen una vida tan independiente. Nuestro trabajo tiene mucha angustia y desesperación, pero al mismo tiempo hay una alegría muy grande. John Steinbeck hablaba de la invisible alegría de crear. Si un libro no fue hecho con esa invisible alegría de crear, el libro no es bueno”.

Restrepo pregunta sobre la importancia del tiempo y los recuerdos en la narrativa del escritor portugués. “Nuestra vida de adultos no es más que una niñez fermentada, nuestra niñez sigue con nosotros porque nuestras vidas se quedan en los libros. En una de sus cartas, Gustave Flaubert escribe: ‘Yo me preocupo más con una frase que con una persona’. Para él la frase era ya una persona y se angustiaba porque la persona que estaba naciendo en su vientre no era perfecta”. Sobre la relación con la voz de sus personajes plantea: “Es como si yo fuera una multitud; son seres vivos”. Y cuenta que para él un libro siempre está inacabado y que podría haber hecho algo mejor, si hubiera trabajado más. “Me estaba acordando de Bach, cuando un admirador le dijo: ‘Qué maravilla de sonata escribió, me gustaría escribir así’. El le contestó: ‘Si hubiera trabajado tanto como yo, habría tenido los mismos resultados’”, advierte Lobo Antunes. “Escribir es como volver de la guerra; no es que las palabras sean tus enemigas, pero tampoco son tus amigas y tienes que conquistarlas. La experiencia del sufrimiento nos hace ganar, porque en el fondo de la noche hay siempre una luz”.

La biografía personal acumula heridas que no cicatrizan. “Un rubio como yo en Portugal era un pecado, me acuerdo que me decían: ‘Eres rubio, no puedes dar mucho placer a las mujeres. ¡Y es verdad! Era difícil para un adolescente rubio que las chicas se interesaran por él –admite Lobo Antunes y el público no puede parar de reírse–. El mundo nos da tantas cosas para nuestro trabajo como escritores. Yo no comprendo que se tenga otro trabajo que no sea escribir. Me voy a aburrir cuando esté muerto, debe ser muy aburrido; pero también hay mucha gente que está muerta y no lo sabe”. El tema de la muerte vino como anillo al dedo para hablar sobre la obra de Juan Rulfo. “Pedro Páramo es un milagro. Comprendí el libro muchos años después de leerlo, no me había dado cuenta de que estaban todos muertos; era muy estúpido. La prosa es perfecta, de una elegancia y una contención muy grande. Escribir es un trabajo con un lado técnico muy importante. La técnica es complicada y cada escritor tiene que aprenderla  solo”.