Cada tanto hay un libro que te engaña agradablemente, presentando más temas de los que te avisa. Nicolás Helft y Fabio Grementieri acaban de publicar uno, que trata sobre la larga aventura de rescatar la Villa Ocampo de Béccar pero también sobre un problema grave del patrimonio, el de encontrarle uso y vida propia. “Patrimonio en el Siglo XXI, el caso Villa Ocampo” es una historia de restauración y otra de crear un lugar vivo que pase de museo, y una discusión sobre el problema de fondo.

En 2003, Helft fue nombrado director ejecutivo del proyecto Villa Ocampo, o sea la Unesco le confió su único museo propio en el país, la casa que donó Victoria Ocampo y que era una ruina maltratada e insultada. Once años después, este experto en Borges pasó a dirigir el Enrique Larreta dejando la Villa en el mejor estado posible e instalada como un lugar en el que los domingos hay que hacer cola para entrar.

Grementieri es un arquitecto especializado en patrimonio, vocal de la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Sitios Históricos que dirige Teresa de Anchorena, autor de varios libros fundamentales sobre lo nuestro y, en este caso, uno de los autores del plan de restauración.

Con lo que los autores saben la historia que se ponen a contar, la de tomar una casa cerrada, robada de algunos pinturas, comida de humedades y hasta incendiada parcialmente, y devolverle el ángel que tenía en tiempos de su dueña.

La casa era de los padres de Victoria, construida cuando Beccar era campo abierto y se veía el río con naturalidad. Originalmente era un artefacto victoriano, una mansión de dos pisos, sótanos y mansarda, capaz de alojar batallones de invitados y quienes los atendieran. Cuando Victoria decidió quedársela como una de sus casas principales, la pintó de blanco y mezcló a los muebles originales cosas más modernas y cosas informales, en un shabby chic avant la page que en su momento dio que hablar. La casona fue escenario de reuniones con celebridades intelectuales, redacción de a ratos de la revista Sur, hogar tranquilo de una señora que se puso un enorme televisor blanco y negro a los pies de la cama.

En el libro se cuenta el complejo plan de intervención, que implicó crear distintos grados de preservación para distintas áreas del edificio. Sin ponerle rigor patrimonial ya hubiera sido una obra compleja, de esas de miles de metros de cableado, pero el lugar fue tratado en todo momento como un sitio histórico de primera agua. Marea ver la cantidad de decisiones por metro cuadrado que implicó entregar la Villa como sitio patrimonial históricamente válido. Son cosas que no ocurren muy seguido entre nosotros y merecen ser meditadas.

Y luego viene el segundo tema, el de la sustentabilidad y el uso del bien histórico. El primerísimo capítulo del libro plantea el asunto desde el problema de hierro del bien protegido que ya no tiene su uso original y tiene que ganarse la vida. Villa Ocampo es un museo, un centro cultural, un restaurante muy agradable, un lugar de eventos, un atractor, un lugar de actividades, porque ya no puede ser la casa de Victoria Ocampo, como era. Lo mismo le puede ocurrir a un matadero de Salamone, a un silo o un conjunto de casonas añejas.

Obviamente, no todo puede ser museo y no menos obvio, no todo puede ser simplemente comprado por el Estado. Cada vez hay más patrimonio y nada indica que haya más fondos para cuidarlos. Con lo que queda picando la pregunta sobre la falta de imaginación de los privados, que parece que ya no entienden una oficina sino es de hormigón y paredes de vidrio, que no parecen tener el menor uso para la belleza de edificios mucho mejores que los de hoy. Si para tantos que pueden tanto el patrimonio es una carga y no una oportunidad, vamos a seguir teniendo un problema.

Tal vez este libro ayude un poco a mejorar las cosas.