"Un extraño vudú de sombras verdes/ se juega a la sombra de la higuera,/ y un rombo nos desvela,/ un dios acaso/ puntiagudo y despierto,/ puntiagudo".

Estos y otros versos escribió Celia Fontán en su poema Patio de Estanislao. Dedicado a recordar al pintor rosarino Estanislao Mijalichen (1930-1972), el texto completo está ploteado en letras blancas sobre fondo verde oscuro en la entrada de la sala del quinto piso del edificio de arte de Fundación Osde Rosario (Bv. Oroño 973). El mismo verde azulado ahonda todas las paredes de la sala, donde se despliega una antología retrospectiva de sus pinturas del período 1962 a 1972. Con curaduría de Guillermo Fantoni, investigador de su obra, la muestra se inauguró el 23 de octubre y puede visitarse hasta el 9 de diciembre. Su título, Eclipse, tomado de una pintura de 1969 que el curador considera representativa, alude al hecho de que esta obra tan singular y excepcional quedó "en un cono de sombra".

Una misma forma recurrente atraviesa casi toda su producción.

La muestra presenta un recorte representativo de un cuerpo de obra que comenzó a producirse en 1952 e incluye (no en esta exposición) notables y numerosos grabados en madera, algunos reunidos en forma póstuma en carpetas para su edición por el taller de Juan Grela y Aid Herrera. La muestra contiene un par de vitrinas con cuadernos de dibujos (bien figurativos: un retrato de mujer, un perro dormido). En las vitrinas también se exhiben fotos, y material documental de sus escasas exhibiciones. Una de ellas fue junto al pintor Abel Rodríguez, hijo del poeta Avelino Rodríguez y padre del poeta Abel Rodríguez. Otra de aquellas muestras fue un homenaje póstumo de Juan Grela y Aid Herrera, en cuyo taller Mijalichen estudió pintura y grabado desde 1960 hasta que Grela comenzó a considerarlo un par, un igual. Tiene que haber sido muy intenso ese recorrido, que lo llevó en seis años a ocupar su propio lugar como docente en el Taller Diez 53 y como integrante del Centro de Grabado Rosario, con María Suardi, Osvaldo Boglione y otros.

"Mija", como lo recordaban cariñosamente incluso quienes no lo habían conocido, era un puro recuerdo en su generación y un completo desconocido entre las nuevas cuando Guillermo Fantoni y Adriana Armando le organizaron una exposición en la galería Miró, que ambos gestionaban en los años '80. Fantoni admiraba ya entonces su singularidad, su desprendimiento respecto del estilo del maestro. Las obras que se vieron en Miró, al igual que las que reciben al espectador en este espacio pintado transitoriamente de un hermoso verde azulado entre nocturno y submarino, pertenecen al período en que Mijalichen había asimilado las enseñanzas de Grela y abrazado el modernismo que él transmitía. Era aquel un modernismo situado que podría calificarse como un constructivismo rioplatense. Juan Grela, tras leer y estudiar el libro Universalismo constructivo del pintor uruguayo Joaquín Torres García, buscaba realizar en su obra artística y en su labor docente un ideal universal de pureza formal que (a diferencia de otros estilos modernos de su siglo) no negaba sino que realzaba el valor simbólico del contenido, arraigando este último en la experiencia individual, la realidad local y la cultura autóctona regional, tanto occidental como aborigen.

En sus comienzos acusó la influencia del expresionismo europeo.

Al pasar por el crisol del taller de Grela y Aid, "Mija" refinó y depuró de influencias foráneas su imagen recurrente, la llevó a lo esencial. Dejó de lado el realismo fantástico del pintor Marc Chagall (afinidad que cabía esperar dada su ascendencia europea oriental, ucraniana más precisamente), renunció a su gestualidad expresionista de pincelada "sucia" y trazo nervioso, y la cambió por rigurosas composiciones geométricas de borde neto y colores calculados a partir de la teoría de Goethe. Pero la imagen siguió siendo lo que era: un rostro, o racimos de rostros, que parecen asomarse desde otro mundo, otro espacio, otra dimensión. Aterradores o fascinantes en su período expresionista, semejantes a máscaras rituales de África o de Oceanía en su período geométrico, pueblan sus pinturas como apariciones. No tienen rasgos singulares. En las más tardías insiste un ícono recurrente cuyos ojos muy abiertos se reducen a dos círculos, que con los trazos de sus esquemáticos rasgos forman una tijera. En las versiones romboidales se agrega el tercer círculo de una boca redonda, como a punto de decir algo.

Es tranquilizador conformarse con rastrear el origen de esa forma en influencias provenientes de la historia oficial europea del arte moderno (El grito, de Edvard Munch, el primitivismo cubista, las manchas y trazos salvajes del grupo COBRA en la posguerra tardía) o en posibles estudios etnográficos; sin embargo, cabe sospechar algo más. Su insistencia y dramatismo hacen pensar que puede haber sido inspirada por alguna visión, sueño o acontecimiento; meras conjeturas, ya que al fin todo queda bajo el cono de sombra del misterio. Celia Fontán, en su poema citado al comienzo de esta reseña, desgrana alusiones al exotismo de una espiritualidad otra: "extraño vudú", "dios puntiagudo". Fantoni señala en el texto de catálogo "su interés por las culturas no occidentales" y la originalidad de su obra.

Renunció a su gestualidad expresionista, por composiciones geométricas de borde neto y colores calculados

En los dos años de la década del setenta que llegó a vivir Mijalichen, experimentó en busca de alguna síntesis entre gestualidad y geometría, repartiendo entre una y otra el plano del cuadro, y creando una tercera zona de composiciones basadas en curvas, donde acechaban siluetas de un organicismo inquietante. La muerte súbita del artista a los 42 años en Buenos Aires, a donde había ido con motivo de una exposición retrospectiva de su obra, desconcertó a médicos y deudos por igual. Su familia conservó sus pinturas, dibujos y grabados. Cuenta el curador en el catálogo de la muestra que además del proyecto gráfico (prologado por Gustavo Cochet) y la muestra en Miró (presentada por Juan Grela), hubo más muestras póstumas: una en 1975 por la Biblioteca Vigil y la galería de arte Raquel Real, con auspicios provinciales y texto de Juan Grela; otra en 1979 en la Galería Génesis con el apoyo del grupo Rosario y una en 1997 en la Escuela Musto. En lo que va del siglo, no se había visto un conjunto semejante de pinturas de Mijalichen. El misterio y la belleza de sus obras siguen conmoviendo.