Por estas horas Francia está revuelta. La movilización de los “chalecos amarillos” contra el aumento de los combustibles sigue en pie a pesar de que el gobierno dio marcha atrás con ese incremento. Y eso ocurre porque, aunque este fue un punto de ruptura, el malestar de la sociedad francesa no empezó este mes. Emmanuel Macron, señalado hoy como el principal responsable de la situación, fue también un emergente de ese malestar de los franceses sobre el estado de las cosas. Hace un año y medio llegó a la Presidencia como un outsider del sistema partidario aunque no del sistema económico, que pronto obtuvo una mayoría absoluta inédita en el Parlamento. Fueron tiempos en los que se anunció el final de la representación política tradicional pero también una nueva era en torno de un presidente con aires monárquicos. Ahora que la gobernabilidad de Macron está en sus horas más críticas, el sociólogo Eric Maigret, investigador de la Universidad Sorbonne Nouvelle de París, contextualiza el fenómeno Macron desde su irrupción descollante hasta su presente en crisis.

–¿Cómo irrumpe Emmanuel Macron en el panorama francés y en función de los clivajes entre izquierda y derecha?

–Hay distintas maneras de pensar la irrupción de Emmanuel Macron en varios planos. Por un lado, es un hombre muy joven, tiene 40 años. Fue, en cierta forma, una manera de refrescar la política francesa y aunque estuvo ligado fuertemente al Partido Socialista, es alguien que no viene de los partidos políticos. De todas maneras, su discurso cambió varias veces. Por ejemplo, durante la campaña, al principio él decía: “yo no soy ni de izquierda ni de derecha”, en parte porque la izquierda y el socialismo estaban muy asociados a la crisis del gobierno de Hollande y porque la derecha estaba desacreditada también por cuestiones ligadas a la moral. De esa primera identificación pasó a decir, antes de ser elegido: “yo soy de izquierda y de derecha al mismo tiempo”. Esa mezcla que proponía mostraba la efectividad de su pragmatismo. Sin embargo, a medida que vimos su accionar, uno puede decir que sus políticas recaen del lado de la derecha, sobre todo de una derecha liberal. Y su costado de izquierda –ha tomado algunas medidas de izquierda– ha quedado subordinado y absorbido por sus rasgos de derecha de manera cada vez más pronunciada.

–¿Por qué este pragmatismo deviene en un posicionamiento de derecha con decisiones neoliberales como las que hemos visto recientemente? ¿Qué aspectos de este costado de izquierda quedan subordinados?

–Hasta ahora se trató de un mejor acomodamiento a un discurso neoliberal y, dentro de ese discurso neoliberal, a la idea de que Francia tiene que ser un país más competitivo y liberar sus fuerzas creativas. Las medidas principales son supresión del impuesto a la fortuna, cambios en la manera de contratar, mayor facilidad para echar a empleados de parte de las empresas. Las medidas de izquierda que ha tomado se relacionan con una política focalizada en ciertos sectores, con políticas específicas para las escuelas primarias con mayor dificultad y una promesa para las clases populares de reducir el impuesto a la vivienda –que es especialmente importante para este sector–, un impuesto que lo pagan todos más allá de que sean propietarios o locatarios. Las medidas para las empresas y para la gente de las clases altas fueron tomadas enseguida, sin embargo la eliminación de ese impuesto demora.

–¿Cómo conviven la “efectividad del pragmatismo” al que usted se refiere con el surgimiento de los llamados “chalecos amarillos” y qué efectos tienen los recientes acontecimientos en Francia sobre la popularidad de Macron?

–La reciente acentuación de la inscripción neoliberal observada en las últimas medidas políticas tomadas por Macron se basa en una doble apuesta: la de una mutación thatcheriana de la población francesa, que estaría cada vez más dispuesta a recurrir a la libre empresa y al régimen de desigualdades sociales, y la ausencia de una reacción fuerte y estructurada de aquellos que serían hostiles a este giro. Sin embargo, como muestra el movimiento de los chalecos amarillos, Macron rápidamente encontró un freno en un país que sigue ferozmente apegado al imperativo –o al mito– de la igualdad. De composición típicamente laclausiana, la ola de los chalecos amarillos reúne a través de las redes sociales, es decir anónimamente, débilmente coordinada y sin unidad ideológica, a individuos y grupos que van de la extrema izquierda a la extrema derecha que reclaman el freno a impuestos expoliadores, un aumento del poder de compra, que se pongan impuestos a las GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon), el restablecimiento de servicios públicos en espacios donde desaparecen (sobre todo rurales), un control más estricto de la inmigración... Esta resistencia social no prevista por Macron toma por sorpresa a un poder poco experimentado y, al revés de lo que se podría haber pensado, poco pragmático, al que le cuesta hacer lo que hicieron los poderes anteriores, de Miterrand a Hollande, pasando por Chirac y Sarkozy: ceder y conservar intacto, en parte, el modelo social francés. Lo cierto es que no hubo nunca dentro de la población francesa una mayoría que apoyara las políticas neoliberales. Y tampoco existe hoy, al menos no en la sociedad ni en la opinión pública, tal como muestran las encuestas.

–¿Qué muestran las encuestas, concretamente?

–Bueno, hay algunas cosas contradictorias. Por primera vez se observa que la población prefiere a las empresas que al Estado, eso es algo novedoso en Francia. Ahora bien, en relación con cuestiones como la seguridad social o el involucramiento del Estado en las escuelas, una enorme mayoría sigue estando de acuerdo con sostener la participación estatal. Nadie duda de que el Estado debe seguir invirtiendo fuertemente en la escuela, se ve claramente como una actividad estatal. Bueno, Macron hasta ahora era un equilibrista porque estaba todo el tiempo viendo hasta dónde puede ir. 

–Hasta el freno concreto impuesto por los chalecos amarillos...

–Sí. No obstante, hace veinte años que en Francia avanzan lentamente las políticas neoliberales. Una flexibilización neoliberal mucho más paulatina que en Estados Unidos y en Gran Bretaña pero avanza. Las reacciones hostiles hacia Macron vienen de un populismo de extrema derecha que propone cierto aislacionismo y una salida de Europa, aunque también de la izquierda, como la que se observa por parte de Jean Luc Mélénchon, y de la sociedad civil: una parte de los jubilados se opone a la desregulación y a la pérdida de privilegios. Macron dijo que prefiere priorizar a “los activos” bajo la premisa de que los que trabajan generan ingresos que luego son redistribuidos hacia los jubilados, los niños, las personas enfermas, los desocupados. Paralelamente, propone liberalizar las actividades para que sean más productivas. Eso llevó a ciertos segmentos sociales a movilizarse y resistir contra ese tipo de liberalismo, cuya mayor expresión la vimos en las recientes manifestaciones de los chalecos amarillos.

–¿Cómo se inscribe Macron en el actual escenario europeo?

–Macron quiso proponer un nuevo escenario europeo, dio un discurso muy fuerte en La Sorbona donde claramente propuso otro tipo de vínculo con Europa. Arrancó por el final. Él proponía una mayor integración dentro del Eurogrupo, pero al revés de lo que fue antes, es decir contrario a lo que derivó en el empobrecimiento de Grecia, de España, de Portugal. Su objetivo fue crear un Ministerio de Presupuesto que dé lugar a una    Europa solidaria, donde haya acercamiento, ayuda y colaboración entre distintos actores y la Unión Europea. Con el mismo espíritu propuso un Ministerio de Defensa común. O sea que, a diferencia de otros, propuso una agenda general. Sin embargo, su idea de cambiar la estructura de la Unión Europea fue un fracaso, no consiguió nada.

–¿Hay un intento de reemplazar el lugar ocupado por Alemania?

–Alemania no tiene posibilidades de moverse, Merkel está totalmente inmovilizada, tirada por la derecha dura, mientras los socialdemócratas no logran afirmarse en un escenario en el que los proeuropeos están más debilitados que antes. Sin una mayoría alemana que sostenga a Macron no hay posibilidad de incidir sobre la realidad europea... Entonces, asunto terminado. En Europa, además, el apoyo de los países del Sur desaparece con la situación política de Italia, que era un aliado histórico importante. Lo que mantiene Macron a nivel europeo, más allá de los discursos, es que aparenta encarnar un social liberalismo frente al crecimiento de la extrema derecha. Y electoralmente eso rinde. En efecto, está en un conflicto lingüístico ante los que buscan armar un polo de extrema derecha en Europa.

–En el marco del Brexit y de una nueva posible disgregación de la Unión Europea, ¿cuánto necesitan Alemania y Francia de la permanencia de la Unión Europea, tanto en términos económicos como políticos?

–Dependen enormemente de eso. De hecho dependen en términos agrícolas a través del PAC (Política Agrícola Común), de la estabilidad económica, de la moneda, de la tasa de interés... de todo eso dependen. De hecho, Macron dice que, en términos históricos, la Unión Europea fue un éxito económico. Y lo fue hasta el 2008 por lo menos. Y aun después, sobre todo hasta el 2011, cuando asistimos a una crisis autoinfligida por la Unión Europea en el marco de la cláusula de Maastricht, referida a la idea de que no hubiera déficit fiscal por parte de los gobiernos. Esa crisis creada a partir de los imaginarios –la idea de un déficit no mayor al 3 por ciento– generó también en la opinión pública una situación de inestabilidad y de preocupación que aún no se ha resuelto, una crisis de confianza muy grande. En relación con el éxito de la economía, hay que aclarar que cuando todos los economistas muestran el éxito económico de Europa apuntan a esos primeros años. ¿Saben cómo fue definido ese 3 por ciento que no tienen que sobrepasar los gobiernos? No hubo un comité de expertos ni grandes académicos que dijeran: “este nivel no hay que pasarlo por tal o cual cosa...”. Sino que Helmut Kohl y François Mitterrand se sentaron a comer en una mesa y dijeron: “estaría bueno tener un número para definir hasta dónde podemos dejar que crezca el déficit”... y allí se les ocurrió ese 3 por ciento. No fue más que eso y se trata de una cifra muy baja.

–Macron al principio se autodefinía como de derecha por su propuesta de libre comercio y de izquierda por su idea de vivir con otros que vienen de otras culturas y no tener una mirada xenófoba. ¿Qué pasó con esta segunda mirada a partir del endurecimiento de las políticas migratorias?

–Macron retomó el discurso universalista de Francia, un antirracismo universalista. Pero tuvo una deriva cada vez más marcada hacia la derecha. Derecha neoliberal pero también derecha identitaria en función del vínculo con los migrantes en Europa. Si bien desde el inicio sostuvo la necesidad de controlar la inmigración, en eso no había una ruptura ni con la postura de Hollande ni con la de Sarkozy. Esa idea viene de Sarkozy y alcanzó bastante consenso dentro de las elites políticas francesas, tanto desde la izquierda como desde la derecha. De hecho tomó una frase de Michel Rocard, que viene de la izquierda, para decir “no podemos recibir toda la miseria del mundo”. Era como decir: “yo sigo siendo de izquierda, pero no queda otra que reducir de alguna manera la inmigración que llega a Francia”. Eso confluyó con una política migratoria cada vez más restrictiva, pese a que Francia recibe pocos migrantes y refugiados, a diferencia de países como Alemania por ejemplo. En el plano económico, Macron es fundamentalmente neoliberal, dado que su discurso sugiere que los individuos son todos emprendedores y que basta con cruzar la calle para obtener un trabajo. Esa forma de presentar la política económica francesa esconde un plan económico consagrado principalmente a favor de las empresas a través de “la política de la oferta”. Pese a que todo conduce a una liberalización económica que progresa, Macron no representa la derecha neoliberal de Francia.

–¿Cómo se conjuga el discurso aperturista en materia de inmigración –pensando en sus efectos sobre la opinión pública– con la política migratoria concreta? ¿La sociedad francesa es aperturista?

–Hay una tradición antirracista y de recibir a toda la gente del mundo, relacionada con la hospitalidad histórica de Francia y con la imagen internacional de la Francia de la Revolución Francesa. Sería como un lugar que puede recibir a gente de todo el mundo en el mismo territorio. Lo que está en el fondo, sin embargo, es la cuestión poscolonial en Francia. Mucha gente viene de los países del Magreb, del mundo árabe también. Eso es percibido por gran parte de la población como un problema, y el Frente Nacional lo aprovechó al establecer un vínculo entre el crecimiento de la desocupación en Francia y el crecimiento de la inmigración de esos países.

–¿Qué cambió para la sociedad francesa en relación con el sentimiento hacia la inmigración, la apertura y la hospitalidad, a partir de los atentados en París?

–Hubo una “histerización del debate”. Esa histerización del debate condujo a una confusión. Pese a que hacía muchos años que se distinguía entre el Islamismo y el Islam, los atentados provocaron  que mucha gente dejara de establecer esa distinción al tiempo que empezó a mezclarse también lo árabe con el Islam, con el Islamismo, con lo musulmán. Y eso, que se mantiene hasta hoy, es lo que llevó a Marine Le Pen a la segunda vuelta de la elección presidencial. En eso hay que reconocer que Macron fue original porque fue el único candidato que se mostró proeuropeo y, a la vez, no tenía ningún discurso en contra de los inmigrantes. Fue el único candidato con ese rasgo. Eso no redundó en un cambio favorable en las políticas migratorias cuando estuvo en el gobierno sino todo lo contrario, las endureció. Y a eso se suma ahora una medida que el gobierno pretende imponer, y contra el que hay fuertes manifestaciones, que implica cobrarles a los extranjeros diez veces más para que estudien en las universidades.

–¿Por qué afirma que el discurso de Le Pen sobre la inmigración le permitió alcanzar la segunda vuelta? 

–El voto de Marine Le Pen está muy identificado y correlacionado con el rechazo a la inmigración. Le Pen estuvo a la cabeza de todos los sondeos realizados en el marco de la primera vuelta, por encima de Fillon y de Macron, hasta muy poco tiempo antes de las elecciones. En los últimos meses bajó en intención de votos a partir de algo ligado a cuestiones morales de Fillon. Fue entonces cuando Macron pasó a ser el primer candidato en los sondeos, que era el único que no aceptaba la agenda del racismo.

–¿Y ante el panorama actual cuáles son los apoyos con los que cuenta Macron?

–Sin dudas perdió popularidad entre quienes lo habían votado, pero sigue ubicado hoy en un espacio político donde aparece como el representante de un liberalismo corregido contra la extrema derecha populista. En ese clivaje, la derecha y la izquierda clásicas francesas tienen muchas dificultades para existir. Entonces, no hay un gran cambio de fondo en ese sentido. Es cierto que hay gente que dejó a Macron y que hoy está más cerca de Jean Luc Mélénchon, que viene de la izquierda clásica, pero Macron juega a decir: “soy el guardián, soy el que protege a la república de Le Pen”. Uno y otro se co-construyen como adversarios a medida. En ese plano, según dicen, la izquierda de Mélénchon finalmente no es importante. Es decir, hay un esfuerzo por definir cuál es la disputa principal y tanto Macron como el Frente Nacional hacen lo posible por plantear que la disputa se da entre proliberales y antieuropeos.

–En el marco de la multiculturalidad que hay en Francia, ¿cómo se resignifican las jerarquías culturales y la imagen que los franceses se hacen de sí mismos?

–El crecimiento de la multiculturalidad en Francia se da desde abajo. Es decir, hay prácticas culturales de las poblaciones que están abajo en la cotidianeidad que nos impiden hablar de cierta universalidad. La imagen de una Francia universal no necesariamente se condice con lo que pasa por abajo. El Estado y las instituciones, más allá de lo que se dice, no cuentan con acciones afirmativas para modificar esa manera en que se dan los vínculos. La legitimidad cultural es puesta en cuestión desde abajo, pero todavía vivimos con la ilusión en Francia de que existen formas de grandes culturas universales, cuando en realidad hay una diversidad cultural muy grande al igual que en otras partes del mundo. Macron, en este contexto, produjo algo sorprendente durante su campaña. Era el único que tenía un discurso para la juventud de origen inmigrante, sobre todo los árabes. El les decía que se expandan culturalmente, que también iba a haber algún plan de trabajo para ellos. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, vemos que lo que les propone concretamente es una uberización: insertarse en el capitalismo de plataformas, cuyo paradigma es el de los jóvenes que reparten comida en bicicletas. Al final, la propuesta es que se inserten en trabajos por cuenta propia, que son ultra-flexibles y precarios.