Algunas ficciones parecen anticiparse al aire de los tiempos. Las mujeres asesinas de la teleserie homónima (Polka 2005-2008) que en la mayoría de los casos policiales recreados se erigían orgullosas y vindicativas frente a los embates de la sociedad patriarcal presagiaban las mujeres radicalizadas del “Ni una menos”.

En ese sentido, El asesinato de la familia Borden presenta a una mujer asesina hija del actual Zeitgeist. El film parte de un hecho criminal real que ya forma parte del folklore de la sociedad norteamericana: el 4 de agosto de 1892 Lizzie Borden fue la única sospechosa de los brutales asesinatos a hachazo limpio de su padre y de su madrastra que acontecieron en un aburguesado hogar de Falls Rivers, Massachussetts. 

Devenida en la asesina del hacha hasta se compuso una canción en su honor que aun hoy entonan los niños terribles. El doble asesinato resulta fundante cual ficción orientadora de la violenta sociedad estadounidense que supo parir tantos desmesurados asesinos reales y cinematográficos: Jeffrey Dahmer, el asesino de la motosierra, Freddy y Jason, entre tantos otros.

La particularidad de la película es que la empatía está puesta en la sufrida Lizzie (Chloë Sevigny) víctima del asfixiante autoritarismo del patriarca y de la siniestra complicidad de la madrastra. Asimismo la ficción se recrea en la relación amorosa de Lizzie con Bridgette Sullivan (Kristen Stewart), le empleada doméstica abusada por el macabro patriarca. Si bien el cine hollywoodense supo frecuentemente utilizar la figura de la lesbiana criminal para negativizarla, en este caso, le da una vuelta de tuerca para reivindicarla con crímenes que tienen algo de justicia poética y que la empoderan como mujer y como lesbiana. Lejos de la incendiaria Señora Danvers de Rebecca (Hitchcock, 1940), las tempranas y tenebrosas guardia cárceles o criminosas reas en un arco que hizo un subgénero dentro del género cárcel de mujeres y que en Argentina se manifestó en películas  tales como Mujeres en sombra (Catrani, 1951), Deshonra (Tinayre, 1952), o aún las más desagradables lesbianas de Atrapadas o Correccional de mujeres, entre otras; en El asesinato…, la cámara se regocija en escenas de cartas amorosas enviadas a hurtadillas, en tímidos besos que no tardan en volverse apasionados y en los cuerpos voluptuosos de las protagonistas. No hay registros de que la verdadera Lizzie, solterona empedernida, se haya liado con Bridgette aunque sí circula con más fuerza el rumor de que años después de los hechos que la hicieron sangrientamente célebre mantuvo un romance con la actriz Nancei O. Neill.

Uno de los tantos méritos de la película es que dista de ser lineal y se presta a ambiguos interrogantes: ¿el amor de las mujeres obedece a un sentimiento recíproco o son meras solidaridades unidas por el ambiente hostil? O aún peor, ¿el amor de Lizzie por Bridgette es real? ¿O como buena burguesa e hija de su padre al fin simplemente explotó a la empleada para encubrir sus asesinatos? En todo caso fue justamente la clase social lo que salvó a la Lizzie real de la prisión: fue declarada inocente tras solo hora y media de deliberación del jurado que, a pesar de las pruebas en su contra, no pudo concebir que una mujer de bien perteneciente a la clase dominante del capitalismo pudiera cometer crímenes tan atroces.