Desde Kerala, India

“Donde quiera que la muerte me encuentre, bienvenida sea, mientras nuestro grito de guerra siga siendo escuchado”, puso Jishnu Pranoy hace unas semanas en su perfil de Facebook. Pero la frase no era de ese estudiante indio de ciencias de la computación de la Universidad Nehru (en Thrissur, estado de Kerala, India) sino del Che Guevara. ¿Qué hace una frase suya en la carta de presentación cibernética de un joven indio de 19 años? ¿Y por qué, solo unos días después, Pranoy se suicidó con una soga anudada al cuello?

Las calles de gran parte de las ciudades de Kerala –un estado con 32 millones de habitantes y una superficie 75 veces más pequeña que la de Argentina– están pobladas de jóvenes con banderas de todo tipo y pancartas que exigen justicia por Jishnu, que el 6 de enero, tras ser humillado por un maestro y un director en la Universidad, apareció colgado en su cuarto rentado, a pocos metros de donde estudiaba. Todos lo recuerdan alegre, brillante, tenaz y comunista.

En la capital del estado, Trivandrum, cada día miles de jóvenes salen desde distintos puntos hacia el Secretariado, la sede gubernamental ubicada sobre Mahatma Gandhi Road. Gracias a la filosofía autonomista de Gandhi, India posee una de las leyes más inclinadas hacia la descentralización. Y Kerala, en particular, hizo de la existencia de distritos, asambleas populares resolutivas y organismos intermedios un modo de ser.

Pancartas o libros del Che y de Fidel Castro, y banderas rojas con el martillo y la hoz blancas son moneda corriente de la venta callejera. Kerala es –además de un estado del suroeste, en la zona de la Bengala– el primer sitio del mundo donde el Partido Comunista –de la vertiente que fuera– haya alcanzado el poder vía elecciones. Fue en 1957, antes de la Revolución Cubana. Y aunque alterna con otras variantes, el Partido Comunista de la India (el marxista, porque hay otro maoísta) es la fuerza principal del Frente de Izquierda que gobierna el estado.

Kerala es también un centro turístico con playas que atraen millones de personas al año. Kovalam, Verkala o Cochín –donde Vasco da Gama llegó a la India, hace casi 600 años, para el comercio de especies– son algunos de los sitios más visitados, aunque no alcanzan la tasa de crecimiento del resto de la India: Kerala creció en menor medida que el resto del país, pero de un modo más parejo. Sucesivas campañas por la educación, reformas agrarias, promoción de la participación política y la construcción de un estado benefactor dieron sus frutos: en un país donde reina el analfabetismo, el infanticidio y el aborto –cuando se trata de niñas, ya que, por la dote, son “una carga” para familias que reman en la miseria–, Kerala tiene más del 90 por ciento de alfabetización, índices de igualdad de género asombrosos, menor pobreza, algo más de orden –o el que se puede en un sitio con tanta gente–, una tasa de natalidad baja y una sociedad siempre movilizada.

En estos días, por ejemplo, la Central de Estudiantes local apunta contra los negociados privados de los directivos en las universidades para estatales. Dicen que someten y torturan estudiantes para que abandonen –habiendo pagado ya sus años– y abran vacantes. Pero Jishnu Pranoy no abandonó. Al menos como lo hicieron otros. El tuvo sus propios modos, y su muerte es ahora un grito potente en este rincón comunista al otro lado del mapa.