El escritor francés David Foenkinos ha publicado más de una docena de libros de cierto éxito en su país de origen y varios de ellos se han traducido a diversos idiomas, incluido el español. La irresistible tentación del paso a la dirección de cine se produjo con La delicadeza (2001), adaptación de la novela homónima codirigida por el autor y su hermana Stéphane, una experimentada directora de casting. En ella, el personaje central interpretado por Audrey Tatou intentaba superar una tragedia personal para volver a enamorarse contra todo pronóstico. Algo celosa repite el tándem, con ambos hermanos detrás de la dirección a partir de un guion original, aunque reemplazando a la actriz de Amélie por la más exuberante (en un sentido estrictamente actoral) Karin Viard: su capacidad para pasar en una misma escena de aparente víctima de las circunstancias -crisis de la mediana edad mediante- a la perfecta neurótica, con brotes que bordean lo psicótico, termina siendo lo mejor de una película atada a las convenciones de un guion agridulce y, en última instancia, excesivamente tranquilizador.

Si bien el afiche publicitario destaca el trío de palabras “Casada. Divorciada. Soltera” como gancho publicitario, la película dista de ser una comedia romántica. O lo es apenas en un porcentaje ínfimo. En otras manos, la historia de Nathalie Pécheux, profesora de literatura de unos cincuenta años, divorciada hace tiempo, podría haberse transformado en un retrato psicológico o bien en la descripción de un monstruo social en proceso de construcción. Ya la primera escena, en la cual su bella hija (bailarina clásica, para más datos) festeja en casa sus dieciocho años recién cumplidos, revela discretamente algo parecido a la envidia materna. ¿Celos de la juventud, del talento ajeno, de la alegría de quienes la rodean? Nada fuera de lo común, podrá pensarse, excepto que la violencia verbal y física comienza a escalar y no sólo con ella como destinataria exclusiva: una nueva colega de la universidad -desde luego, más joven- es elegida de inmediato como enemiga acérrima, la nueva pareja de su ex no recibe mejor trato e incluso su amiga de toda la vida se ve obligada a esquivar los dardos envenenados de Nathalie.

Es en los primeros tramos, cuando el tono humorístico alterna el lugar con la sorpresa de la agresión, donde los Foenkinos encuentran un tono atractivo que el film comienza rápidamente a perder. No ayudan ciertos gags recurrentes sobre la menopausia, jugados al mínimo común denominador cómico, ni la insistencia en elaborar cada paso de la protagonista a partir del estereotipo de “mujer cincuentona enojada con la vida”. De allí en más, a partir de uno de esos momentos-bisagra esculpidos a la vista del espectador por el guion, llega la posibilidad de la sanación a partir de la empatía y el autoconocimiento, casi como un manual de autoayuda en formato ficcional. Es Viard quien permite que los bruscos giros y cambios de Nathalie se sientan relativamente humanos y no como lo que son: simples mecanismos narrativos de alcurnia algo rancia. Bruno Todeschini interpreta a un posible candidato para el amor -definitivamente un buen partido- eyectado de la primera cita con gran injusticia.