Los nuevos tiempos hacen que el pasado se ponga más sepia, más anacrónico, aunque haya que considerar el contexto. Pero es que el contexto, precisamente, es lo que hace que se hable de “nuevos tiempos”. Los musicalizadores de radio saben bien que hay canciones de todos los estilos cuyas letras hacen demasiado ruido como para sonar hoy al aire. Las muletillas instaladas en la calle por Alberto Olmedo hace décadas chocan de frente con la nueva conciencia: el rosarino, que era un gran comediante, hizo uso y abuso de la explotación del cuerpo femenino, por lo que hoy es preferible disfrutar de los bizarros diálogos de Alvarez y Borges y dejar a un lado su lascivo “Hay efectivo...” a Silvia Pérez, y ni hablar del “¿Me trajiste a la nena?” que daba pie al ingreso de Adriana Brodsky, con su apelativo de “La Bebota”. Las películas del mismo Olmedo y Jorge Porcel, con Moria Casán y Susana Giménez haciendo de meros cachos de carne, son hoy intolerables (bueno, tampoco eran muy tolerables en su época). La historia misma del teatro de revistas abunda en ejemplos. El rock no se ha quedado atrás, instalando a la groupie descartable como un elemento más de su imaginario. Hay mucho para avergonzarse retroactivamente en la historia del espectáculo, demasiadas cosas que le dan peso a los argumentos de las mujeres cuando hablan de años y años de opresión y representación machista.

Quien quiera puede juzgar con toda la dureza todo ese historial, y utilizarlo como prueba de cuántas cosas humillantes estaban naturalizadas. Pero también es necesario contemplar aquellos contextos y mirar hacia adelante, deconstruir, fijar nuevos roles. Entender de una buena vez que hay una era que se acabó, que la ola del #MeToo de Hollywood estalló en la Argentina y que ya nada será como antes. El ejercicio retroactivo es necesario para comprender y no repetir situaciones viciosas, pero hay una tarea mucho más valiosa en pensar el presente y el futuro. Suele decirse que el humor no debe reconocer límites, pero aquí hay cosas que exceden a la creación artística, que tienen que ver con un esquema de dominación que –es de esperar– llega a su fin. El empoderamiento femenino estaba lejos de terminar en las multitudinarias marchas de Ni Una Menos y la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito. Sobre todo porque, hay que recordarlo cada día y ante cada noticia de una mujer muerta por carnicerías clandestinas, esa batalla se perdió en el Senado. 

Lo que el colectivo Actrices Argentinas hizo explotar esta semana es, qué duda cabe, una bisagra en la historia. Establece un nuevo equilibrio de poder, aunque eso no significa que la pelea vaya a ser fácil. Porque basta ver la desagradable cantidad de reacciones en las redes que justifican lo injustificable, que lleva una aberración humana al terreno de la opereta política: la náusea que producen algunos comentarios que acusan a Thelma Fardin de estar buscando notoriedad y a las actrices de ser una célula kirchnerista –y cosas peores– da una potente idea de cuánto hay por hacer, de cuán podrida puede estar la sociedad argentina, de cuán insensible e irracional puede ser la persona formateada por discursos y construcciones mediáticas que llevaron la mentira y el falseamiento a un nivel de eficiencia que produce terror. 

En estos días se multiplicaron los testimonios. Una de las más efectivas maniobras del abusador es inocular en la víctima el terror, la vergüenza y la culpa, el convencimiento de que todo fue su responsabilidad (“Mirá cómo me ponés”, “Ella se me insinuó”, “Qué querés con esa pollerita”) y por ello debe guardar silencio: la sensación de acompañamiento que tienen las mujeres –Ahora que estamos juntas, dicen, cantan, gritan– ofrece un sostén colectivo que puede significar el primer paso. Tras el primer paso, el aluvión. Por una vez, el miedo cambió de vereda, se instaló en pasillos de productoras y en despachos de personajes habituados a ejercer su poder para obtener favores carnales, en la mente del macho acostumbrado a tomar sin pedir permiso y sin consecuencias: no es un logro menor. Que existan esas reacciones horribles, que la misma respuesta de Juan Darthés pretenda volver a instalar el temor en la víctima, intenta contrarrestar ese inédito escenario. 

Corren tiempos turbulentos, en los que resta todavía mucho por estabilizar y hallar su cauce. En ese vendaval resulta interesante ver el modo en que un conductor radial célebre por su fascismo intenta acomodar el discurso, pasar del uso de términos como “feminazis” a una supuesta comprensión de los hechos. Es más fácil creerles a quienes en un primer momento, ante la denuncia de Calu Rivero, defendieron a Darthes, y en estos días ofrecieron públicas y sincerasdisculpas. Jorge Rial, que hizo una carrera investigando trapitos sucios de la farándula, reformuló su estudio dándole cabida al debate y hoy reconoce haber sido “un machirulo” y muestra voluntad de deconstrucción. Circula un video donde se puede ver a Santiago del Moro, hoy tan circunspecto al abordar el tema en Intratables, desnudando entre risas a una chica en TV; el Alejandro Fantino que alienta el debate en su mesa de operaciones es el mismo que no hace tanto bastoneaba un estudio donde las mujeres debían contonearse para la cámara, el mismo que le festejaba los chistes ultramachistas a Coco Sily. Es cierto, todos pueden cambiar el chip, comprender los errores, llamarse a la reflexión. Pero también hay una frontera entre el intento de contribuir al cambio de época y el circo mediático disfrazado de debate serio.

Aun más complejo es el caso de Marcelo Tinelli. El lector de este diario sabe que en estas páginas, mucho antes de la ola verde, se apuntó varias veces lo que resultaba evidente. El Show de Videomatch es un programa que denigró consistentemente a la mujer, exhibiéndola como mercadería, obligándola a dejarse cortar la pollerita o haciéndola objeto de humillación en cámaras ocultas donde cinco tipos se desnudaban y acercaban en manada hasta llevarla al borde de las lágrimas, para luego ofrecer la dudosa reparación de “no pasa nada, es una jodita para Tinelli”. El día de la conferencia de Actrices Argentinas, el conductor abrió el programa refiriéndose al tema. El jueves, María del Cerro contó el abuso sufrido a los 11 años, lo que provocó un espontáneo abrazo de todas las presentes. Pero ni siquiera hubo un corte comercial, algo que diera un respiro: alentada por el minuto a minuto que estallaba, la producción siguió adelante y la mandó a hacer su coreo, nunca más apropiado lo de el show debe continuar, siga el baile siga el baile. Allí es donde las cosas siguen haciendo ruido, allí es donde el conductor del programa –alguna vez el más visto de la TV argentina, hoy con cifras menos impactantes– no termina de poner en palabras un mea culpa. Ya no se cortan polleritas ni hay cámaras ocultas ni hay focos en zoom casi pornográfico a las zonas íntimas de las mujeres, pero más por imposición de los tiempos, y haciendo mutis sobre el rol del ciclo y su conductor en mantener la naturalización del sometimiento femenino.

En ese sentido, este año ha sido más constructiva la ficción. Es curioso que Telefe exhiba dos caras tan diferentes como Nicolás Repetto preguntándole a una mujer si se considera secuestrable o dudando del testimonio de Thelma, y las ficciones que supieron registrar el calor de la época. Como en su momento Montecristo o Televisión por la Identidad con la dictadura y la apropiación de menores, 100 días para enamorarse se metió de lleno con la identidad de género, con el soberbio trabajo de Maite Lanata como vehículo ideal. En El Trece, donde en su momento se le ofreció la mesa de Mirtha Legrand a Darthes para su descargo, se mantuvo a Simona hasta agosto. Mucho habrá de cambiar en las ficciones dirigidas al público adolescente, donde la hipersexualización de menores de edad y las condiciones de trabajo de intérpretes infantojuveniles es hoy tema candente de discusión.

Desde Hollywood hasta aquí, el mundo del espectáculo ingresa en una fase de cambio de paradigmas, que van del abuso sexual al laboral, como demuestra el reclamo de las actrices estadounidenses por las diferencias salariales con sus colegas hombres. En la Argentina, las músicas luchan por una ley que establezca un cupo en los festivales, donde tienen una representación mínima a pesar de su potencia y presencia en la escena de todos los días. Pero sobre todo, las discusiones originadas en un medio tan visible ayudan a lo particular, lo privado, el trabajo que toda la sociedad debe hacer. Aunque sea por contraste, utilizando las letras del trap de alto consumo entre preadolescentes como ejemplo de lo que ya no debe ser. Para las madres y los padres de niños varones se presenta la oportunidad histórica de formar una nueva generación. Hablar con ellos desde chiquitos, explicarles la diferencia entre una búsqueda de seducción por la lógica atracción humana y lo perverso y avasallante del otro. Arrancar con la consigna básica de que “No es No” y criar nuevos hombres, no modelados por el cinismo, la hipocresía y el desprecio, y en última instancia el “no te metás” ante situaciones privadas pero también públicas: la difusión en estos días de videos que muestran a hombres masturbándose en el transporte público ante una mujer dejan el azoramiento de cómo no hay otro hombre que intervenga. Sin que eso sea exclusiva cuestión de la educación de los varones: también abundan las mujeres machistas. 

Más que intentar robar protagonismo en las marchas o dar consejos o instrucciones a las mujeres sobre cómo gestionar este momento, el mejor rol que podemos buscar los hombres es en el día a día, en repensar nuestras propias actitudes, en no intentar “apadrinar” nada del reclamo feminista sino ser mejores, sensibles y conscientes en lo que nos toca. Escuchar y dejarlas ser. Es una tarea enorme. Es una tarea necesaria, si no queremos seguir horrorizándonos ante la confesión de una piba que cargó nueve años con una herida intolerable. Habrá que poner esperanza, y trabajo, en que lo que vendrá será mejor.