PáginaI12 En México

Desde Ciudad de México

La etapa más difícil de la relación entre México y Estados Unidos dejó la retórica y ha pasado a los hechos. El muro va. El presidente estadounidense Donald Trump firmó ayer la orden ejecutiva para cerrar su frontera sur. Las hostilidades han comenzado.

Trump también ordenó nuevos centros de detención para inmigrantes indocumentados y la reactivación de un programa federal para agilizar deportaciones; cortó fondos federales a “ciudades santuario” y endureció su política migratoria con extranjeros de países musulmanes. 

Las reacciones en México fueron inmediatas, y los dirigentes de izquierda Andrés Manuel López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (entre ambos, cinco veces candidatos a la presidencia de la República por el PRD) urgieron al presidente Enrique Peña Nieto a suspender su viaje a Estados Unidos programado para la próxima semana. A este llamado se sumaron otros dirigentes políticos, empresarios y académicos.

Peña Nieto se encontrará con Trump en la Casa Blanca el martes 31 para hablar sobre el muro y narcotráfico, así como las relaciones comerciales, empantanadas tras la pretensión unilateral estadounidense de renegociarlo. Trump dijo que las medidas ordenadas ayer también beneficiarán a México que, según él, ahora podrá frenar el flujo de inmigrantes centro y sudamericanos. Más a tono con su discurso ofensivo de campaña, y mientras daba posesión al nuevo secretario de Seguridad Nacional, el general retirado John Kelly, el presidente dijo: “Estamos en medio de una crisis en nuestra frontera sur, el flujo sin precedentes de inmigrantes ilegales de América Central perjudica a México y a Estados Unidos. Las medidas que adoptamos hoy (por ayer) mejorarán la seguridad en nuestros dos países”. 

El muro de Trump es más bien retórico. Un tercio de la frontera entre los dos países está dividida por una barda metálica que empezó a levantarse hace más de un cuarto de siglo con desechos de la primera invasión estadounidense a Irak. Desde 2006 se agregaron poco más de 1,100 kilómetros en Texas, Nuevo México, Arizona y California. Los últimos tramos se construyeron en la administración de Barack Obama.

Pero Trump quiere un muro para cerrar la totalidad de la frontera con México: 3,142 kilómetros. Una pared impenetrable –ha dicho–, a la que pretende dotar con tecnología de punta, “incluyendo sensores, torres, vigilancia y personal para dar mantenimiento, listos para localizar y desmantelar túneles”. Algo así como la muralla china.

Trump dijo a la cadena estadounidense ABC que los planes para levantar el muro ya están en marcha y espera que la construcción se inicie en unos cuantos meses. Eso sí, las negociaciones para obligar a México a pagarlo comenzarán “relativamente pronto”. Por lo pronto, la única oposición visible al muro de Trump es un tratado firmado en 1970, administrado por la Comisión Internacional de Límites y Aguas, una agencia conjunta binacional que prohíbe estructuras que alteren la corriente de los ríos que marcan la frontera entre México y Estados Unidos a lo largo de todo el estado de Texas y un breve tramo de Arizona.

Trump no tiene como único objetivo a México: prohíbe la liberación de ilegales arrestados y urge a deportar a inmigrantes con antecedentes criminales, al margen de su procedencia. Además suspende por no menos de cuatro meses la autorización de ingreso de refugiados y veta temporalmente a cualquiera que quiera ingresar desde algunos países de mayoría musulmana.

Ni siquiera Estados Unidos está a salvo de la xenofobia de Trump, que firmó un decreto para reforzar la persecución de ilegales por todo el país y recortar los fondos federales a unas 300 “ciudades santuario”, como Nueva York, Los Ángeles, Chicago, San Francisco, Miami, Washington, Houston y todo el estado de New    Jersey, que se niegan a arrestar indocumentados y a entregarlos para su deportación.

El muro de Trump sirvió también para enmarcar el inicio de negociaciones comerciales, económicas y financieras entre los dos países. El acto protocolario en las instalaciones del Departamento de Seguridad Nacional ocurrió mientras el canciller y el secretario de Economía mexicanos, Luis Videgaray y Ildefonso Guajardo, se reunían con Steve Bannon, asesor principal del presidente Donald Trump, y con el asesor y yerno del mandatario Jared Kushner.

Los funcionarios mexicanos viajaron el martes a Washington, sembrando tras de sí un discurso que no se sostiene en los hechos: México está dispuesto a abandonar el Tratado de Libre Comercio (TLC) si la renegociación con Estados Unidos no le conviene al país, dijo Videgaray. Un bluff que no le quita el sueño a Trump.

La falta de carácter en la posición del gobierno de Peña Nieto llevó al canciller mexicano a adoptar el discurso del máximo (y a veces único) opositor: Andrés Manuel López Obrador, quien le hizo llegar una propuesta para hacer responder a Trump. “Lo que nos toca es ejercer con orgullo nuestra soberanía y actuar con arrojo y determinación”, reclama López Obrador a Peña Nieto. Y el canciller Videgaray se dijo de acuerdo. Al término de la reunión de cuatro horas, ni la Casa Blanca ni la Embajada de México en Washington comentaron el contenido y tono del primer encuentro de funcionarios de alto nivel de los dos países. Las conversaciones continuarán mañana. 

En la semana un pusilánime Peña Nieto perdió a quien lucía como aliado natural para frenar el embate proteccionista y aislacionista de la nueva Casa Blanca, más blanca que nunca: Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, dejó solo a Peña Nieto frente a Trump en la negociación del TLC. “México está en una posición terrible, terrible. Nosotros no”, dijo una fuente del gobierno canadiense citada por la agencia Reuters. Esta nueva derrota diplomática para México exacerba las reacciones contra Peña Nieto, quien sostiene posturas erráticas ante los firmes posicionamientos de sus pares norteamericanos: “Estados Unidos primero”, dice Trump. “Canadá primero”, le atribuyen a Trudeau. ¿Y México?  Peña Nieto busca el daño menor… a su imagen personal.