Sobre una pared blanca hay una treintena de pantallas. En ellas hay personas contando su historia. No hay auriculares para escucharlas. Sus voces se alternan en el aire, se entremezclan, se interrumpen, se hablan entre sí sin saberlo y a la distancia. Y también le hablan a la cámara. Se trata de la videoinstalación 35x35, de Alejandro Katz junto a Alejo Moguillansky y Martín Bauer, en el tercer piso del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, en el viejo edificio del Hotel de los Inmigrantes (devenido museo en sí mismo y también centro de arte contemporáneo). El Muntref está entre la dársena de Buquebus y el complejo de edificios de la Dirección Nacional de Migraciones.

35x35. Una instalación democrática acude a 35 argentinos de 35 años, nacidos con el regreso de la democracia de 1983, para que cuenten su historia. La propuesta es simple en apariencia. Lo que en verdad sucede es que la superposición de voces, sonidos y testimonios crea una suerte de suprarelato, no lineal y ciertamente no homogéneo que se alimenta de las historias individuales para construir un corpus colectivo bastante más inasible. Y cuando el espectador/visitante llega a conocer esas otras vidas de sus compatriotas y contemporáneos, la recorrida no es tan sencilla. Las pantallas se alternan, se enciman, se apagan intermitentemente y permiten seguir a los entrevistados de a ratos.

De modo que la primera clave de lectura para la instalación es que no pretende ser clara, sino más bien todo lo contrario: exponer ahí las complejidades, superposiciones y contradicciones propias de la vida democrática. Que no es poca cosa.

En este sentido, la muestra dialoga con otros espacios del Museo que, centrado en la inmigración, hace un recorrido por las oleadas inmigratorias históricas (esas del famoso “crisol de razas”), pero también pone un ojo en el presente. Hay muchas salas donde múltiples pantallas reproducen testimonios de inmigrantes –a veces, incluso, en idiomas no nativos– y que, cuando no hay auriculares, también generan un efecto de superposición de las experiencias y también una mixtura de sonidos que sólo se puede apreciar en las ciudades muy cosmopolitas o donde la migración impacta con auténtica fuerza.

De regreso en 35x35, una escucha atenta, mientras los ojos intentan cazar la pantalla en la cual habita el testimonio que se escucha ocasionalmente, permite advertir ejes temáticos que emergen: la complejidad en sí misma, los sueños, los miedos, la actividad diaria. Son puntas de entrada a los relatos que no tienen que ver con un seguimiento lineal de los testimonios, que se apoyan pero a la vez descartan lo textual de cada historia recogida por Katz y equipo.

Los mismos testimonios van un paso más allá y son varios los que descartan la palabra y buscan expresarse con la música (guitarra, piano, canto) o con el hacer (la artesanía, el trabajo manual). Algunos de los interpelados se identifican más con el hacer o el crear que con el narrar(se). Y allí hay otro espacio de riqueza de la propuesta, pues deja claro que en la democracia, no toda voluntad es verbal ni fácil de definir (la versión más simple de la democracia, que es el voto, al cabo, no es una opinión, sino la expresión de una voluntad individual).

35x35 es obra, idea y concepción del crítico, ensayista, editor y traductor Alejandro Katz, que trabajó junto al cineasta Alejo Moguillansky para la dirección y montaje audiovisual y con el músico Martín Bauer en el diseño sonoro. Según su propio ideólogo, la muestra, antes que ponerse a producir “discursos sobre la democracia” se propuso “dejar hablar, construir la escena en la cual la democracia es la que habla a través e las trayectorias de 35 personas nacidas en 1983”. El planteo, explica en su texto curatorial, es a la vez de multitud y de individualidad democráctica. “Multitud porque es un colectivo, pero individualidad por la captura de historias, situaciones, posiciones particulares. Multitud que hace referencia al sujeto del autogobierno colectivo, individualidad como expresión de la voluntad democrática de ser el piso sobre el cual cada quien diseña su propio plan de vida, con plena autonomía para realizar sus elecciones”.

En el texto de sala, Katz añade que la muestra es “recorte, selección. Arbitraria, inevitable, injusta: no aspira a reflejar la diversidad de historias que nuestra democracia hizo posibles, pero sí a expresar la idea misma de diversidad y preferentemente –no exclusivamente– la que se hace presente en los márgenes, allí donde la presencia se va desvaneciendo hasta convertirse en ausencia, por falta de la mirada del otro (...) Esa incomodidad no debería ocultar, sin embargo, un fondo de ternura, de gratitud incluso, ante esta leve condición democrática que habitamos hoy, hecha de tironeos y de jirones, pero que, a pesar de todo –y ese todo es sin duda grande– a pesar de todo es mucho más que la pura ausencia de una dictadura”.