Un balance de lo que ocurrió durante el año en materia de literatura infantil y juvenil se inscribe necesariamente en lo que ocurrió en la industria editorial y, por ende, en lo que ocurrió en el país. Para decirlo concretamente: este año la “crisis” se transformó en “malaria” para el potencial público lector y en “alerta roja” para los que hacen, editan, distribuyen y venden libros. La Cámara Argentina del Libro advirtió sobre el “panorama trágico” que muestra un informe que presentó recientemente. A este llamado de alerta se sumaron trabajadores del libro nucleados en el Colectivo LIJ, y representados en una carta pública de Mempo Giardinelli que publicó este diario. Y, sin embargo, más allá de este duro presente, el sector resiste con la potencia de ediciones que siguen sorprendiendo por su calidad y diversidad, motorizadas por colecciones bien planteadas desde los sellos grandes, y también por una cantidad de sellos independientes de impronta propia. Y también por todo un circuito sostenido por mediadores diversos, que propician encuentros entre lecturas y lectores, con la certeza de que ese es un encuentro necesario. Especialmente en estos tiempos. 

Caída sin fin

Los números que deja este año la industria editorial local son desoladores: caída de las ventas de un 25 a 35 por ciento, baja de publicaciones de primera tirada en un tremendo 50 por ciento respecto al año anterior, aumento sideral en los costos para las librerías y peligro en la cadena de pagos, cierre de librerías pequeñas y de sucursales de las cadenas grandes. A las 35 librerías que cerraron en el año, según contabilizó la CAL en su informe de octubre pasado, ya hay que sumar otras bajas recientes como la de la reconocida librería especializada en LIJ Donde Viven Los Libros. “No hemos logrado torcerle la mano a las condiciones económicas a la que toda la industria se enfrenta y se han sumado una serie de catastróficas desdichas propias y sociales que nos llevan a tomar la decisión”, escribió la especialista y escritora Carola Martínez al anunciar la decisión en redes sociales. Sosteniendo, de todos modos, “el compromiso que tenemos con la lectura y las ganas de difundir los libros para niños y jóvenes”, y continuando con la tarea de manera on line.

“Todo lo que se mueve hoy alrededor del libro está en peligro”, denunció Mempo Giardinelli junto al Colectivo LIJ, y con la firma de destacados autores como Silvia Schujer, Mario Méndez, Guillermo Martínez, Claudia Piñeiro, Luisa Valenzuela, entre otros trabajadores del sector. “Las pequeñas y medianas editoriales argentinas subsisten (las que lo logran) a duras penas y cada día cierran librerías de todo el territorio. Las políticas de gobierno en vez de cuidar a nuestra industria editorial, la agreden: se fomenta la importación mientras cae ruinosamente el mercado interno; se discontinúan planes de compras de libros por parte del Estado y, cuando se los pone en marcha, se ofrecen pagos por debajo de lo legítimo”, enumeraron. 

Volviendo a los datos de la Cámara del Libro, entristece ver, resaltada en rojo chillón, la línea de importaciones de libros como la única que sube, y fuerte, en estos años. En materia de libros infantiles, la “apertura” se puede ver en la cantidad de ediciones castizas que cuelgan de los kioscos, como canal habilitado de venta. Es el resultado de la eliminación, en 2016, de restricciones sobre la importación de servicios gráficos que hasta entonces habían regido, celebrada por el entonces ministro de Cultura –paradójicamente, un hombre “de la industria”– en las redes sociales con el hashtag #libroslibres. En sentido inverso, la reciente decisión de aplicar retenciones del 12 por ciento a las exportaciones de libros, agrava, como es lógico, el panorama. 

Resistiré

En este panorama que invita a llorar como en el tango, la situación específica del sector LIJ puede pensarse como de resistencia. Las editoriales más pequeñas achican sus estructuras operativas, replantean sus costos para achicar los que se puede achicar, pero siguen en pie. Y, sobre todo, siguen editando libros que implican apuestas editoriales, por distintos motivos. En este escenario, el libro álbum sigue destacándose en lanzamientos como los de este año de Pequeño Editor, Limonero, Pípala, Calibroscopio y Del Naranjo, entre otros sellos, a pesar de sus elevados costos de producción y venta. En este rubro fueron numerosas las ediciones tanto de derechos comprados afuera, como de desarrollos editoriales propios. En particular el libro álbum sigue siendo objeto de ese “boom” que hace que parte de lo que se edite sea sorprendente, y otra parte se quede más en las formas, en lo puramente estético o en lo más superficial, que en el logro de esa conjunción profunda entre texto e imágenes que reclama el concepto. 

La J de la LIJ –esa reciente categoría de “literatura para jóvenes”– sigue dejando buenos títulos. Y también abarcando temáticas necesarias, del bulling a la diversidad sexual, los micromachismos o los muy diversos modelos de familia. Ya hay escritores que tienen sus seguidores, y los chicos y chicas los leen también en las escuelas, entre los contenidos. Chicos y chicas con los que los potenciales lectores pueden identificarse (los conflictos de la edad, la novela iniciática) son casi siempre los protagonistas, pero comienzan a aparecer historias que no necesariamente les ocurren a pares, y que trascienden fronteras de edades.  

Las sagas –esos libracos cuya condición de existencia suele ser tener más de seiscientas páginas, costar más de seiscientos pesos, y anunciar que atrás viene otro, más gordo y más caro– siguen acaparando lectores. Llegan al mercado local con muy malas traducciones, con honrosas excepciones como los libros de la colección Puck (de autores como el neoyorquino Adam Silvera, incitado a la Feria del Libro Infantil y Juvenil este año).

Pero dentro de esta J los que más editan de un tiempo a esta parte son los youtubers, también booktubers e insgrammers. El balance tomará al azar una edición reciente de imaginativo título: Los secretos de YouTube. Es de The Grefg, un joven de Murcia que en su canal tiene casi nueve millones de seguidores, y empieza así: “YouTube… Esa red social en pleno boom. ¿No va a parar nunca? Y cada vez más chicos y chicas haciéndose famosos y ricos. 

¡Qué cabrones! ¿Es así de verdad o quizás es que se ve solo la parte buena desde fuera? En este libro quiero revelarte los secretos de YouTube, incluyendo algunas curiosidades muy personales”. Avanza en letra bien grande, sin fotos u otras revelaciones gráficas, y cuesta 429 pesos.

Graciela Montes ganó el premio SM. Se extraña a Liliana Bodoc.

El año de Graciela Montes

Su nombre aparece pronto al pensar en el balance del año. Cuando en noviembre pasado Graciela Montes ganó el XIV Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil? en la prestigiosa Feria Internacional del Libro de Guadalajara, se generó una ola de alegría colectiva. Y es que es mucho el cariño y gratitud que ha sabido sembrar esta escritora pionera con su obra, a lo largo de muchos años. 

Ella dice y repite que ya está retirada, que no escribe más. Pero su nombre aparece una y otra vez, y en especial este año, en que sus libros se han ido reeditando en diferentes sellos, en un trabajo de recuperación que también genera gratitud. Aquí están, para quien quiera leer y releer, con flamantes ilustraciones o con ilustraciones originales recuperadas, la serie de Anita, Juanito y la luna, Irulana y el ogronte, otroso, entre muchos editados por Loqueleo. Cuatro calles y un problema y Valentín se parece a (El Barco de Vapor). Los Nicolodo de la colección Los Chiribitiles del Centro Editor, rescatados por Eudeba. También sus libros teóricos como La frontera indómita (reeditado este año por Fondo de Cultura) o Buscar indicios, construir sentido, que la editorial Babel de Colombia (distribuida en Argentina por Calibroscopio) hizo reuniendo sus conferencias y textos teóricos. Estos últimos siguen circulando y citándose en congresos, los otros leídos en casas, jardines y escuelas. Lo cual confirma que retirada, lo que se dice retirada, Graciela Montes no está. 

Una red de lecturas 

Más allá de malarias y alertas rojas, si hay algo que mantiene fuerte a la LIJ es toda una militancia que ejercen quienes la hacen, y sobre todo quienes la defienden oficiando de puentes entre estos libros y sus lectores, los llamados mediadores o promotores de lectura. Es una suerte de defensa de estos libros, que se levanta por lo que tienen de transformadores, por su capacidad de formar conciencias críticas, de presentar miradas nuevas, de sobrevolar la chatura uniforme que ofrece el sistema en cada rincón. 

No se trata sólo de la acción organizada que pueden tener espacios como el Colectivo LIJ. Ocurre en los festivales de literatura (el Filbita o el Gustavo Roldán, en el ECuNHi, entre los que se hicieron este año), en las ferias que se multiplican en todo el país, y que se sostienen aun con presupuestos cada vez más bajos), en las ferias itinerantes, que también se multiplican, en las bibliotecas populares o las de las escuelas. En encuentros multitudinarios como el Foro por el Fomento del Libro y la Lectura que realiza la Fundación Mempo Giardinelli en Chaco, o el congreso de infancias y culturas realiza el Parque del Conocimiento de Posadas. Y los narradores orales, que este año se han mostrado como grandes mediadores cada vez más activos, organizados y en creciente número. 

  “Encuentro en la literatura la manera de extrañarnos todo el tiempo, de desnaturalizar lo hegemónico, lo que parece obvio, desde el amanecer hasta la injusticia, desde un plato de comida hasta el hambre. La literatura rompe el hábito. Nos lleva a aprender todo de nuevo”, decía Liliana Bodoc. Su muerte en enero de este año es una pérdida que aun se llora. Su obra, cada vez más leída, pone en acto eso que ella decía.