En la madrugada del miércoles falleció a los 77 años, en Cuba, Mario Fendrich, el ex subtesorero del Banco Nación de Santa Fe, el hombre que en 1994 de la noche a la mañana pasó de ser un gris empleado bancario a héroe popular, tras desvalijar a la entidad bancaria, y llevarse 3,2 millones de pesos –equivalentes a más de tres millones de dólares– que nunca fueron recuperados. En el momento de su muerte se encontraba acompañado de dos de sus hijos, quienes viajaron a la isla caribeña luego de que el ex ladrón, que se encontraba de vacaciones con un amigo, fuera internado el viernes pasado tras sufrir un accidente cerebrovascular.

El ex bancario, con pinta de galán maduro de telenovela, que pasó 109 días prófugo tras el robo y que cumplió una condena por peculado de cuatro años, nueve meses y 20 días preso, arrastraba problemas de salud desde hacía tiempo. Era diabético e hipertenso. Y el miércoles, 24 años, 2 meses y 25 días de aquel robo que lo transformó en figura pública y meta aspiracional de la viveza criolla, falleció tras sufrir un ACV que lo hizo pasar varios días internado en grave estado.

Hay que retroceder mucho en el calendario y en la escenografía política para situarse en aquel viernes 23 de septiembre de 1994 cuando a última hora de la tarde el subtesorero abandonó la sede bancaria con un paquete en el que llevaba su botín. En el banco había dejado a un compañero una nota que decía: “Gallego: no contés. Me llevé tres millones de pesos del tesoro y 187 mil dólares de la caja”. 

Ese mismo día, en pleno auge de la convertibilidad, el ministro de Economía, Domingo Cavallo, mandaba a lavar los platos a los investigadores del Conicet. Por esas horas, el guionista y conductor de TV Gerardo Sofovich se enfrentaba con el periodista auspiciado por “las empresas a las que les interesa el país” Bernardo Neustadt, por el manejo del entorno presidencial de Carlos Menem. Las presiones de la Iglesia Católica, con el cardenal Antonio Quarracino a la cabeza, forzaban el levantamiento de la serie erótico-policial La marca del deseo, mientras que el gobernador bonaerense Eduardo Duhalde negociaba su reelección con el excoronel carapintada Aldo Rico, quien estaba al frente del Movimiento por la Dignidad y la Independencia (Modin).

Ese viernes, Fendrich llegó temprano al banco, como lo hacía habitualmente. Antes, le había avisado a su esposa que luego del trabajo se iría a pescar con un amigo. A última hora, desconectó la alarma, abrió el tesoro y guardó la plata. Reprogramó el reloj de la bóveda para que la puerta se volviera a abrir el martes, en lugar del lunes, y se subió a su Fiat Regatta rojo para emprender una fuga que duró algo más de tres meses.

El lunes, el “Gallego”, el tesorero Juan Sagardía, pensó que su colega se había equivocado al programar la apertura de la caja. Pero con Fendrich ausente sin aviso, y su esposa diciendo que no había vuelto de pescar, la sospecha de que algo no andaba bien sobrevolaba la sede bancaria. Recién el martes la sospecha se convirtió en certeza, cuando abrieron la bóveda y comprobaron el faltante de dinero.

Dónde estuvo durante los meses en que permaneció prófugo es una incógnita que la justicia no pudo revelar, y que él no contó. Los investigadores sospecharon que había estado en una quinta de la localidad de Funes, lindera con Rosario. Otros hablaron de que estuvo en Brasil o Paraguay. El 9 de enero de 1995, mientras una multitud acompañaba el entierro del femicida Carlos Monzón, el subtesorero, bronceado y con algunos kilos de más, se entregó a las autoridades.

El 12 de noviembre de 1996, el Tribunal Oral Federal de Santa Fe condenó al bancario a ocho años, dos meses y 15 días de prisión. 

La ex fiscal federal santafesina Griselda Tessio, que acusó Fendrich por el robo, dijo ayer que está “convencida de que hubo socios” en el que fue considerado durante 12 años el “robo del siglo”. Fue desbancado de ese podio años después, por la banda que robó la sucursal de Acassuso del Banco Río. Los ladrones, que se llevaron un botín superior a los 20 millones de dólares, dejaron una nota que rezaba: “en barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”.