Lo que no se sabe al leer la nueva novela de Giselle Aronson es la curva que tomará la narración. Apegada fuertemente al territorio que los personajes transitan, la historia imita las formas del secreto y del sueño. Ese lugar es Haedo, un barrio en el oeste del conurbano bonaerense. “Quería contar a Haedo -dice Aronson, que vive allí y además organiza el ciclo literario Crudo & Cocido?. Se asemeja a los barrios de los bordes de Capital y a cualquier ciudad chica o pueblo de provincia. Creo que todos los lugares tienen su maravilla propia, que se puede narrar la belleza de cualquier lugar, pero si, además, es un lugar al que te une un vínculo afectivo, la maravilla se hace más explícita. Quería mostrar a Haedo, los olores y los colores que la definen, el marco que le da el Sarmiento y todo su folclore ferroviario.” Javier, el protagonista, es padre de Rocío, está separado de Paula y construye instrumentos musicales en un taller de la que había sido la casa de sus padres. De manera inesperada, recibe pertenencias de Carla, una ex novia que se ha suicidado. El misterio de ese suicidio quizás no se resuelva con aquello que contienen las dos cajas que le entrega una amiga de la mujer, pero la transformación del lutier se ha puesto en marcha. “Me gustó meterme en el mundo del lutier –cuenta la autora–. Quería que mi personaje tuviese un trabajo sin horarios prefijados ni condicionamientos de oficina. Meterme en el tiempo y el trabajo de Javier fue una experiencia que me permitió conocer otros aspectos, como variedades de texturas, colores y olores de las maderas o cómo se dispone el tiempo cuando se debe construir un instrumento. Intenté que esa percepción del tiempo se trasladara a la trama: un tiempo en el que los hechos se desgranan y otro en el que las decisiones se tornan protagonistas.”

Puede parecer evidente, pero en Lo que no se sabe hay pocas certezas. Javier quiere conocer las causas de las conductas ajenas pero, muchas veces, a ese interés le gana el silencio, la distancia o la inercia. Los adultos de la novela están, más que los jóvenes, en transición hacia una oportunidad profesional, amorosa o familiar que los ayude a superar la rutina. “Hay cosas que sabe que no sabe, que no hace falta saberlas. Se vive con eso, con lo que no se sabe. Si no, dónde cabría la vida”, reflexiona Javier luego de que la mujer que le gusta le cuenta que se ha mantenido al margen de lo ella llama “el show de la maternidad”. 

Aronson se detiene en circunstancias de la vida cotidiana y enfoca el instante actual de los personajes. No por nada la mayoría de los capítulos de la novela se inician con una acción en presente o en un pasado inmediatamente anterior (“Interrumpe el trabajo”, “Vuelve de Capital”, “Ya se bañó y comió”), como si la narradora iluminara la continuidad de las vidas de Javier y de los seres cercanos a él. Por momentos, se incluye: “Jamás nadie en Haedo se hubiera imaginado que esos vientos de película podrán soplar por estos pagos”.

Los días se determinan por la acción y los acontecimientos se perfilan en ese paisaje de casas bajas, a distancia de la avenida Rivadavia, ante una ventana con vistas a una plaza donde, por ahora, sólo los demás se ejercitan. Javier observa y actúa entre mujeres: la imagen de la ex novia que se ha suicidado, la dueña de un bar que le encarga un ukelele y con la que inicia una aventura, su ex mujer y su hija. Se deja impregnar por ellas, se equivoca sin prejuzgar, comprende sus decisiones, ensaya otras perspectivas. “Venía escribiendo voces de mujeres, quería escuchar otra voz en mi narrativa -confiesa Aronson?. Tenía ganas de explorar esa zona en que varones y mujeres nos identificamos más allá del género.” Ese objetivo, entre otros, está cumplido en Lo que no se sabe, suerte de novela feminista protagonizada por un lutier que debe aprender a convivir con la incertidumbre y el misterio que las resoluciones ajenas suscitan. ,

Lo que no se sabe
Giselle Aronson

Modesto Rimba