Un country-folk de esos calmos se mezcla con alguna bossa, o un blues de Big Bill Broonzy, o la imponente versión de “Summertime” que grabó Ella Fitzgerald allá lejos en el tiempo. No merece otro ambiente la música que está por mostrar una tan notable como –al menos por aquí– desconocida cantante y compositora. Se llama Carolina Mama. Nació el mismo día que la cantautora portuguesa Ana Free (el 29 de junio de 1987). Se formó en el Taller Coral del Instituto González Pecotche. También con Verónica Condomi y Katie Viqueira. Debutó en disco en 2013 junto a un noneto propio llamado Proyecto Nacarola, que fusionaba hip-hop y jazz. Al año siguiente, viajó a Nueva York, donde ganó una beca para estudiar en el conservatorio The New School of Jazz and Contemporary, y se quedó a vivir allá. Primero armó un quinteto. Luego se sumó al South American Jazz Collective. Y ahora se dedica a tocar en prestigiosos antros de jazz (Jazztlan, Zinco Bar, Foro del Tejedor, entre ellos), a dejarse invitar por la Afro Latin Jazz Orchestra dirigida por el maestro Arturo O’ Farrill. O a visitar su país, cuando puede. 

 El pasado jueves, por caso, cuando se presentó en Thelonious y brindó un maravilloso concierto junto a un grupo pluricultural formado por Tal Mashiach, excepcional guitarrista israelí; Bam Rodríguez, bajista venezolano y el pianista argentino Andrés Beeuwsaert. Y hoy, cuando repita su eclecticismo musical a partir de las 22 en Café Vinilo (Gorriti 3780). “Como pudo haber escuchado recién, todas las canciones que hago tienen melodías folklóricas argentinas que por supuesto, al igual que la mayoría de las músicas del mundo, proviene del Africa. Ahora me estoy especializando en el estudio de músicas indias, también, y trato de volcarlo en lo que hago. Esta fusión es algo que en Estados Unidos tiene una muy buena recepción. Ellos valoran mucho nuestra cultura”, asegura ella, media hora después del primer show. 

 Un recital, desde ya, atravesado por diversas identidades, estéticas, vivencias y talentos que no solo deviene del origen de los músicos, sino también de las diferentes visiones compositivas que Mama adquirió en la cosmopolita Brooklyn. “Me fui para ampliar mis horizontes musicales, porque estaba investigando mucho en el jazz. Pero el plan era solamente viajar, hasta que audicioné para una beca y quedé. Fue una de las decisiones más importantes que tomé en mi vida”, cuenta Mama, entre saludos pos show. “Me fui para tratar de sobrevivir, y ahora vuelvo y me encuentro con un país mucho peor del que dejé en 2014. Es otro país, y da mucha pena. De hecho, en cada show que hago en el exterior trato de explicar lo que pasaba y lo que pasa hoy en la Argentina. Es todo muy distinto, para peor”

 Rewind: el set, que será ligeramente modificado esta noche, comienza con una exótica y muy rítmica pieza de Cabo Verde que formará parte de Vestida de melodía, próximo disco de la cantante. Sigue por un bolero que, como bien dice ella al presentarlo “no suena como bolero”, pero la letra es toda una declaración de amor al género: “Me siento morir mil veces cuando no te estoy mirando”, canta Mama, apropiándose del clásico “Esclavo y amo”. Y llevándolo a aguas que parecen fluir más cerca de tierras andaluzas que de Jalisco, México, donde la creó su autor real José Vaca Flores. Otro de los buenos y sorpresivos aportes que muestra Caro Mama pasa por una versión de “Volver a los 17” (Violeta Parra) pero en clave de salsa. Intrépida, por cierto. “La versión está arreglada para mi voz por Farrill, director de la Afro Latin Jazz, orquesta a la que fui invitada a para grabar en el disco Fandango at the Wall”.

La cantante se luce también con una visita a “Sin Pique”, obra de Juan Quintero, a solas con Beeuwsaert. Pero sobre todo con una conmovedora pieza nacida de un viaje existencial por la bella y dura Marruecos. “Esta historia está inspirada en Amina, una niña de 15 años que fue violada por un hombre y se tuvo que casar con él”, relata ella ante el público. “Fue un caso que generó un tremendo escándalo en la sociedad marroquí. De hecho, las mujeres que siempre estaban escondidas en sus casas salieron a protestar porque la nena, al año de casarse, se suicidó. La revuelta hizo que la ley cambie porque, hasta ese momento, la única forma de que no se castigue a un violador era que este se casara con la víctima”. Musicalmente, “Amina” suena como una especie de síntesis de la propuesta estética de la autora: comienza sombría, oscura, y luego va en un in crescendo que culmina en celebración. “Además del caso ‘Amina’, la canción habla también de ir caminando por las calles marroquíes y ver injusticia tras injusticia. A mí me quisieron comprar en la calle, por ejemplo. Le preguntaban a mi pareja cuánto valía… es muy fuerte eso. Allá no ves mujeres tomando un té y charlando con amigas en un bar. Toda esa historia me bajó en el desierto del Sahara, en medio de un silencio absoluto”, cierra la compositora, ante PáginaI12.