Como señalara Diego Brodersen una semana atrás en esta sección, el realizador independiente Sergio Mazza (Buenos Aires, 1976) tiene la extraña costumbre de estrenar sus películas de a pares. Así fue con las dos primeras, El amarillo (2006) y Gallero (2008), presentadas en tándem, y volvió a suceder con Graba (2010) y el documental Natal (2009), lanzadas con quince días de diferencia. Su dúo de esta temporada está integrado por Vergara, estrenada la semana pasada, y One Shot, que ahora nos ocupa. La película más reciente de Mazza cumple con otras constantes del cine del autor: está filmada en el Litoral (Entre Ríos), con un guion mínimo y mucho margen de improvisación, y en lo único que se parece a las otras, en términos estéticos y narrativos, es en el estado de soledad en que se debate la protagonista, una transexual de 60 años que hasta hace poco fue un señor casado y con hijos. Hasta que comprendió que no podía seguir acallando esa necesidad que le venía de adentro, y se convirtió en una señora muy rubia y muy digna.

One Shot gira enteramente alrededor del protagonista, entendiendo como tal más la actriz que su personaje. Se trata de María Laura Alemán, transexual auténtica que antes del cambio de sexo fue jugador de rugby y cuya historia es muy parecida a la del personaje. Da toda la sensación de que el realizador la conoció, se fascinó con ella y diseñó una película a su medida. El expediente más a mano hubiera sido filmar un documental; Mazza prefirió un film de ficción. Marita es una escribana de elegantes y muy formales tailleurs rosas, a quien uno de sus socios cita para comunicarle que clientes del estudio se sienten incómodos con su presencia, por lo cual le solicita que venda su parte y se haga a un costado. Este señor ya habló con Mercedes, ex esposa y socia de Marita, quien también está dispuesta a vender su parte.

Eso sería básicamente todo –una situación crítica que sume a Marita en la tristeza y el sentimiento de pérdida– si no fuera porque Mazza creyó necesario desarrollar un segundo relato, que hasta la penúltima escena no tiene conexión aparente con éste y que gira alrededor de la figura de Sensei, un muchacho chino que no está conforme con su trabajo en un súper. El propio dispositivo narrativo parecería sentirse incómodo ante este segundo relato, expresando esa incomodidad mediante la distancia visual y emocional que mantiene con respecto a Sensei, los trozos narrativos desperdigados y hasta el inadecuado nombre del personaje, que no es de origen chino sino japonés y quiere decir “maestro”. 

María Laura Alemán tiene sin duda una fuerte presencia en cámara, justificando los primeros planos que el realizador le dedica y cargando sin problemas la película sobre sus espaldas. La prova de bravura de One Shot (título injustificado) es una larga secuencia en un único decorado, ubicada pertinentemente mediando el metraje, cuando tras bastante tiempo de separación Marita va a visitar a Mercedes (Esther Goris) al barrio cerrado a orillas del Paraná donde alguna vez vivieron juntas. La secuencia, en las que las actrices claramente tienen bandera verde para improvisar, recuerda a tantas del cine de John Cassavetes y un poquito también a ejercicio teatral, sobre todo por el lado de Goris. Tras una primera parte de a dos, en una segunda mitad se suman Belén Blanco, como la hija de ambas, y los dos nietos. La secuencia claramente respira, y Alemán y Goris logran transmitir el amor que todavía se tienen, aquello que lo traba y la melancolía de percibir que no hay vuelta atrás.