Los pañuelos verdes pasaron del cuello abierto a las muñecas (como si ya no se necesitaran desplegar las banderas sobre el cuerpo porque los pliegues a la vista dicen todo lo que la clandestinidad quería tapar y ya no esconde); del poder de los puños a los pies; de envolver la garganta para gritar por el reclamo de la gran deuda de la democracia a vestirse como una señal de sororidad y complicidad; de subir las manos como herramienta de empoderamiento a convertirse en un impulso para caminar; de un guiño entre grupos de activistas a la masividad de poblar carteras y de mostrarse como una identidad común y colectiva por la autonomía, libertad e independencia; de ser único y monocromático a ser copiado por conservadurismo celeste, pero sin lograr embarrar el pañuelo como emblema de lucha política a volverse rosa por los migrantes y naranja por la separación de la Iglesia y el Estado y así un festival multicolor de causas y reivindicaciones cromáticas; de ser pancarta a ser adorno (y no gestar en la posada como vincha una frivolidad en cuestión sino en llevar como bandera a la cabeza de las chicas los signos en donde sus cuerpos bregan por un derecho que el derecho todavía les niega) y de posar entre las chicas que antes eran consideradas adornos (actrices, cantantes, it girl) a entender que el aborto legal es una cuestión de todas, de todes, y que el reclamo por el aborto legal es mucho más que el reclamo por el aborto legal.

Los pañuelos verdes de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito se anudaron a las mochilas de las estudiantes secundarias y entraron a las aulas. Fueron parte de un movimiento intergeneracional que enlazó a las pioneras como Martha Rosemberg, Nina Brugo o Nelly Minyersky (entre otras) como nombre de agrupaciones (La Minyersky), pedido de foto en el Encuentro Nacional de Mujeres, en Trelew (en un grito de cancha o recital cuando salían de las entrevistas en la radio puesta por Futurock en la Patagonia o en la cabecera de la marcha o en las parrillas donde todas se amontonan a pedir papas fritas y aborto legal y a discutir más estrategias y alianzas)y en cada marcha (en un fenómeno de rock star que ensalza a las redes como forma de comunidad y a los símbolos como pin y abrazo para la postal colectiva) y a Nina Brugo con el bastón convertido en baile y en video para que el patriarcado se caiga y las vallas de la edad también. 

Pero que también llegó a las niñas. A las niñas niñas. A las que terminaron séptimo grado, todavía en la escuela primaria, con el verde en el tobillo, en las vinchas, entre sus rulos y risas, en la vuelta olímpica, el agua y el papel picado, en los diplomas en alto apenas del primer ciclo de la vida, en la esquina del final de la infancia y el principio de la adolescencia que no quiere adolecer de derechos ni continuar con la desigualdad de disfrutar de los cuerpos. A las que no se lo sacaron aunque la ley no haya avanzado porque el verde quedó como queda el pasto después del verano. Aunque no haya ley, hay emblema. Y hay futuro. Eso que el lugar común llama esperanza y que el feminismo renombra como una lucha que no para. 

El proyecto de aborto legal, seguro y gratuito se presentó siete veces en el Congreso de la Nación. La primera vez fue en el 2007. La próxima va a ser en el 2019. La octava puede ser la vencida. Pero seguro nada va a vencer ni al feminismo, ni a la pelea. La nueva iniciativa que está siendo debatida va a tener cambios con respecto al proyecto del 2018. Primero va a ser debatido y votado en una asamblea plenaria de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito y después podría ser presentado, a partir de marzo, en el Congreso de la Nación. 

Un problema claro es la composición del Senado en donde la legalización del aborto fue rechazada por 38 votos y 2 abstenciones contra 31 votos a favor. El lobby de la Iglesia Católica y el Vaticano (que supieron aprovechar los fundamentalismos evangélicos y los sectores juveniles neofascistas conservadores) no freno después del rechazo a la Interrupción Voluntaria del Embarazo, sino que subió la apuesta y lograron frenar una modificación a la ley de Educación Sexual Integral que buscaba garantizar la aplicación efectiva en las aulas. El escenario institucional es hostil y, además, ejerce un freno generacional. La edad promedio de los senadores y senadoras es de 57 años mientras que la marea verde tiene un protagonismo juvenil que no logra romper el cerco de la política electoral, aún en un año electoral. La ruptura entre las jóvenes y la vieja política es una pulseada en donde las jóvenes ganan y copan la calle y la institucionalidad no deja pasar el aire nuevo, incluso con chapas y muros que separan literalmente a las y los representantes de quienes se arrogan representar en una representación de pasos perdidos sin búsqueda de encuentro. 

Otro de los hitos del 2018 fue la combinación de un feminismo popular, masivo y callejero en alianza con actrices conocidas y emblemáticas que se sumaron al movimiento, aún a pesar de costos y ataques y que pudieron ocupar un lugar en los medios de comunicación y las redes sociales. Uno de los momentos más altos fue el pañuelo verde de Lali Espósito en la alfombra roja de los Grammy Latinos 2018. “Es irrefutable para mí entender que es una cuestión de salud pública; entender que ya no vivimos en la época de mi abuela, que nosotras tenemos la posibilidad de tener voz y voto”. Ella no fue la única. Y eso hizo la diferencia. No el cartel, sino la posibilidad de enlazar la masividad con la visibilidad. Florencia Peña, Dolores Fonzi, Julieta Ortega, Griselda Siciliani, Ángela Torres, Carla Peterson, Julieta Díaz, Mercedes Moran, Eugenia Guerty, Alejandra Flechner, Calu Rivero, Andrea Pietra, Dolores Fonzi, Nancy Dupláa, Violeta Urtizberea, Erica Rivas, entre otras, apoyaron el derecho a decidir. En el programa de Mirtha Legrand, Jorgelina Aruzzi increpó a Mirtha Legrand –cuando ella machacó que estaba en contra del aborto– “No aborte, Mirtha”, en clara referencia a la diferencia entre una opción personal (pigmentada por el conservadurismo personal) y los derechos políticos de las mayorías. También Jimena Barón se plantó frente a Mirtha en los almuerzos (que solo invitó a varones en la fecha previa a la votación en el Senado) y le resaltó que la Iglesia (en contra del aborto legal) había encubierto abusos sexuales y la conductora le contestó: “Eso pasó siempre”. La frase es una bisagra entre lo que paso y lo que se busca que pase: que lo que pasó siempre deje de pasar y que pase lo que nunca pasaba. 

La actriz Muriel Santa Ana contó en el verano que había abortado. Y, a pesar de los ataques en redes abrió un camino que generó el respaldo de muchas y una voz pública que puso el cuerpo (igual que generó el camino de periodistas, escritoras, fotógrafas y muchas más) y puso discurso en un relato frente al Congreso de la Nación en donde narró cómo fue su aborto clandestino en un consultorio de Barrio Norte. Y en el mismo estrado se subieron jóvenes como Ofelia Fernández que se volvió un emblema juvenil con la frase: “Lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita”. Pero también pasaron otras líderes adolescentes como Sofía Zibecchi y Juana Garay. 

En el Congreso también estuvo Norma Cuevas, la mamá de Ana María Acevedo, que murió en Santa Fe, porque no le quisieron tratar un cáncer con tal de no practicarle una Interrupción Legal del Embarazo (ILE), con las fotos de la tumba de su hija en la mano y la piel marcada por tatuajes: “Mi hija murió por los curas. Ya me van a escuchar”, gritó cuando se enfrentó cara a cara a los sectores antiderechos que sostenían contra la ausencia de su hija que el aborto no es un problema de salud pública. 

En la Cámara de Diputados la vigilia fue una fiesta que apagó el frío con mantas, cantos, calle, pizza, abrazos, esperanza y que terminó en grito de fiesta a las 10 con la aprobación del aborto legal arrebatado a la clase política y arañado en los votos que querían esquivar la decisión en la noche donde nadie dormía. Sin embargo, el Senado se mantuvo alejado de los gritos, blindado a la calle, imposibilitado de cambiar de posición y franqueado por un poder político de doble moral y convicciones conservadoras en sus bancas (que no siempre son sostenidas en sus propias sábanas de alquiler de moral para la pancarta con sonrisa electoral) y que Fernando “Pino” Solanas se animó a nombrar con la frase histórica: “Es el goce, señora Presidenta”. Eso, el goce, fue además lo que se defendía y lo que se cercó. La Vicepresidenta Gabriela Michetti festejó la derrota del aborto legal en la madrugada del 9 de agosto con una calle en llanto y en retirada. Y la Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal reconoció sentirse aliviada aunque en su territorio empezaron persecuciones a funcionarias que hacen cumplir con los abortos legales y las mujeres siguieron muriendo (o murieron más) por la demonización del aborto. 

Más allá del avance de sectores conservadores (que llegaron a plantarse en la puerta del Hospital Rivadavia para que no se practique un aborto no punible en una selfie pública de la crueldad de la política antiderechos) hay derechos que –si bien sufren los vaivenes de la temporalidad política– no son aptos para retrocesos. Durante el 2018 en la Ciudad de Buenos Aires se realizaron 1787 Interrupciones Legales del Embarazo (ILE). El avance es innegable: en el 2014 habían sido solo 91 abortos legales en el ámbito de la salud porteña. El 83 por ciento de las ILE se realizan en los centros de salud (CeSAC) y el 17 por ciento en hospitales. El 84 por ciento de las mujeres que piden una ILE tienen un plazo de embarazo igual o menor a 12 semanas. Y el 89 por ciento se resuelve en menos de dos semanas.

Falta mucho. Incluso la derrota, como toda tensión histórica, tiene costos y envalentona a los sectores pro pasado. Pero el futuro es irremediablemente feminista. Y con plenitud de derechos.