Hicimos tantos viajes juntos dando conferencias o desmonumentando, nos reímos tanto, también brindamos tantas veces. Nunca me dejó de alentar en cada proyecto de investigación que le comentaba. Siempre me decía: “eso es lo que vale”. Me sorprendía siempre haciéndome ver cosas que tenía frente a los ojos, como entender el profundo significado de la estrofa del Himno que nos invita a “ver en el trono a la noble igualdad”. Es decir que nos gobierne un ciudadano, un igual. O cuando me hablaba de esos panqueques especialistas en volteretas intelectuales, o los otros aún peores que son funcionales al sistema y trabajan de progres y revolucionarios pero nunca sacan los pies del plato. Él era todo lo contrario. Un ejemplo de coherencia entre el hacer y el pensar. 

Cuando le comenté que me habían propuesto escribir un libro sobre las anécdotas de nuestros encuentros y cenas y viajes y conversaciones, sus hermosos ojos celestes me miraron intrigados: “¿tiene tanto material como para un libro?”. Asentí. Me miro aún más fijo y sonriendo agregó “pero ojo con lo que pone...” y alzó su copa para un nuevo brindis. Así surgió Anecdotario: viajes hacia Osvaldo Bayer, donde menciono episodios y conversaciones. Algunas quedan solo para mí. Otras salieron publicadas. Por ejemplo, en una oportunidad, fui testigo de otra situación notable. Bayer había terminado la conferencia y lo de siempre, la gente rodeándolo, mirándolo de cerca, estrechando su mano. Un rato después, se le arrima un último admirador, un señor grande que se estuvo reservando para el final. Lo observa de modo significativo, le extiende la mano y le pregunta:

–¿Se acuerda de mí?

Osvaldo lo mira con una sonrisa que al interlocutor le parece de comprensión, pero que en realidad es de asombro.

–¡Hace unos años... en Pergamino...! -dice el otro que supone brindarle un dato clave para ayudarlo a recordar. El señor no le suelta la mano y Bayer continúa sonriendo extrañado. 

–Soy al que no le anduvo la lapicera cuando me iba a firmar el libro... ¿Se acuerda? ¿Verdad?

No exagero. Para aquel admirador fue muy significativo haber tenido ese breve encuentro con un personaje tan importante de nuestra historia y que, para resignificar aún más el episodio, como una señal del destino surge el detalle de la lapicera defectuosa. Supongo que sabrá que Osvaldo ofrece decenas de conferencias por mes, sin embargo, la emoción de aquel pedido de autógrafo es más fuerte. El hombre esperaba la respuesta de Bayer, y la verdad, confieso que también estaba curioso por saber cuál sería su contestación. Hizo un silencio entrecerrando los ojos como recordando y de pronto asiente con la cabeza como si hiciera memoria.

–Ah... claro... –dice en forma convincente– claro…

Eso basta. Esa expresión es suficiente, parafraseando a la liturgia: una palabra basta para sanar. El admirador sonríe feliz de oreja a oreja y por fin le suelta la mano que sostenía atrapada entre las suyas. Bayer es un Maestro en todo el sentido de la palabra.

Ahora este luchador del pueblo estará descansando, por fin, reencontrándose con su querida compañera Marlies, su hermano Franz... Las conversaciones que va a tener con esos anarquistas de acero que le estarán dando la bienvenida junto a los obreros de la Patagonia. Con su loco amigo Soriano que le bautizó el Tugurio, con Rodolfo Walsh que fue su compañero de redacción y tantos. ¡El gran brindis que van a armar! A seguir nuestro viaje, querido Maestro.