La facturación de uno de los principales distribuidores de maquinaria industrial para los sectores del calzado y la marroquinería cayó en 2018 a apenas el 15 por ciento de lo comercializado el año anterior. “Pasamos de importar veinte contenedores con insumos, máquinas y herramientas en 2017 a dos contenedores el año pasado. Es un desastre. No imaginé vivir esto, tener que pasar otra vez por situaciones como las que se dieron en 2001 y 2002. Tengo un cliente en Valentín Alsina que hace tres años compró una línea de montaje para 1800 pares de zapatos por día, calzado informal, para tiempo libre. Es equipamiento de última tecnología. Ahora está fabricando 250 pares. De 80 empleados bajó a 10 y sigue produciendo porque tiene stock de materiales”, describe el responsable de la empresa distribuidora, que prefiere mantenerse en reserva. José Russo, titular de Donomac, compañía que abastece con máquinas nuevas y usadas al sector textil, relata la misma experiencia: cada vez son más las fábricas y talleres que se descapitalizan vendiendo equipamiento para tapar deudas, responder a situaciones de estrés financiero o pagar indemnizaciones por despidos. “Las fábricas siempre tienen máquinas paradas que ponen en marcha cuando se producen picos de demanda por factores estacionales, porque consiguen exportar o por algún negocio puntual. Esas máquinas de reserva están saliendo de remate en el mercado. No hay precio. Se ofrecen casi regaladas y aun así cuesta colocarlas”, señala Russo, también secretario de la Cámara de Proveedores de la Industria Textil e Indumentaria (Caprotex).

El derrumbe industrial que reflejan los datos del Indec se traduce en el día a día de los sectores más castigados en una espiral de ajuste que ha llegado al punto de la liquidación de equipos,  ya sea para subsistir o para afrontar los costos de la cancelación de actividades. Es un escenario de gravedad que sectores pymes emparentan con la crisis de principios de siglo. El Gobierno parece no tomar dimensión de lo que está ocurriendo ni interviene con decisión para poner un piso a la caída. No aumenta la obra pública sino que la contrae, no eleva los subsidios a los servicios básicos sino que aplica tarifazos, no incrementa los planes de protección del empleo sino que los disminuye, no mejora la seguridad social sino que la recorta, por ejemplo con la nueva fórmula de movilidad.  

El verano, en ese contexto, se presenta amenazante para la continuidad de numerosas empresas que vienen arrastrando un declive de ventas desde 2016, pero que se tornó agudo desde mediados del año pasado con la devaluación. “Enero y febrero son siempre meses más complicados que se sobrellevan con el colchón del cierre del año anterior, en especial de diciembre. El problema es que esta vez no se generó ese colchón. Cuando termine la feria judicial nos vamos a encontrar en febrero con un tendal de convocatorias de acreedores y quiebras industriales. Es muy alarmante”, sostiene Ariel Aguilar, presidente de la Cámara de Manufacturas del Cuero y Afines (Cima). Los anuncios de nuevos aumentos de tarifas de electricidad, gas, agua y peajes, de entre 35 y 55 por ciento para los próximos meses, son otro factor que empuja hacia la salida a fábricas con problemas ya ahora para sostenerse. El ajuste del gasto público, a su vez, refuerza el achique de la demanda agregada en plena recesión.

El Gobierno decidió orientar la política económica a evitar un nuevo estallido cambiario en el año electoral, para lo cual mantiene las tasas de interés en niveles cercanos al 60 por ciento –muy lejos del 26 por ciento que el Banco Central pagaba por las Lebac en abril pasado, cuando se produjo la primera escalada del dólar– y utiliza las divisas del FMI para la cancelación de vencimientos de deuda. Esa estrategia resigna expresamente lo que ocurra con la economía real. La consecuencia es que se está produciendo un desplome de tal magnitud que el oficialismo difícilmente podrá esquivar el golpe sobre las chances de reelección de Mauricio Macri, a quien apuestan los sectores financieros para continuar con el modelo que tantos beneficios les genera. En 2017 Cambiemos hizo lo contrario, lanzó planes de estímulo a la demanda, incrementó las obras de infraestructura y desplegó créditos hipotecarios UVA. Con eso le alcanzó para rescatar al mercado interno del piso al que había caído en 2016 y regeneró las expectativas en el Gobierno, con el discurso de la pesada herencia y lo peor ya pasó. Ahora, en cambio, ese relato luce gastado y el Presidente se abraza al ajuste y al FMI, mientras busca naturalizar la represión social en un escenario donde resaltan Trump y Bolsonaro a nivel global. La mayor conflictividad social y la recesión no son en ningún caso la mejor carta que puede mostrar el oficialismo para encarar la campaña, ni para transmitir tranquilidad a los mercados financieros y cambiario. Es lo que produce el riesgo Macri.

La crisis fabril, por lo pronto, todavía no encuentra piso. “Muchas empresas se están deshaciendo del capital. Hace tiempo que viene pasando pero ahora hay precios de liquidación. En San Justo somos siete u ocho maquineros y nadie vende nada. Por ejemplo, maquinas de taller como tornos, fresadoras, centros de mecanizado, que son equipos de 100 mil o 150 mil dólares, se ofrecen a menos de la mitad y no se pueden colocar”, detalla Marcelo Dankner, titular de Albariño Maquinarias, especializado en el rubro metalúrgico. “Si una fábrica tenía tres prensas ahora trabaja con una. Antes les ponía un nylon y las guardaba. Ahora el que está muy apretado las tiene que vender. Históricamente una pyme primero cambia cheques, después usa algún ahorro en moneda extranjera para cubrir las cuentas y recién a lo último sale a venderle una máquina a la competencia. Lo importante es cuando el mercado se mueve porque las empresas están invirtiendo y compran máquinas nuevas. Ahora está parado y se escucha cualquier precio”, relata Dankner.  

“Una máquina Ciucani, italiana, de 25 mil dólares, me la dejaron en 300 mil pesos. Sirve para hacer zapatos súper confort. Tengo un cliente que siempre la quiso. Se la dejé en 150 mil pesos”, cuenta el distribuidor de marroquinería y calzado. “Otra máquina de 700 mil pesos la ubiqué a 400 mil a una empresa de Corrientes”, agrega. En la misma línea, resalta que la poca demanda que le queda en su ramo proviene mayormente del interior del país. En la industria gráfica también se suman ejemplos similares.

Empresarios fabriles, de la construcción y el comercio coinciden en advertir que las bajas estrepitosas que se reportaron los últimos meses todavía no han llegado a su fin, lo mismo que el declive del consumo masivo, en tanto que la masa salarial queda cada vez más rezagada. Es una situación donde el remate de maquinarias se ha transformado en una realidad cotidiana.