Entre las ediciones destacadas del año que acaba de irse, una salió de la editorial cordobesa Caballo Negro: los escritos periodísticos de Jorge Baron Biza fueron reunidos en Al rescate de lo bello, un libro en el que brilla la pluma tan erudita como sensible con la que el escritor supo abordar el arte y los fenómenos de la cultura en diversos medios. En sus análisis sobre pinturas y esculturas, sobre el sistema y el mercado del arte –y el mercado que, a su vez, rodea a ese mercado–, sobre Yoko Ono o sobre la historia del desnudo en el arte en Córdoba, sobre Frida Kahlo o sobre Alberto Olmedo, aparece un estilo personal, y al mismo tiempo una forma destacada de aquello que se conoció como periodismo cultural, hoy en vías de extinción. 

La mención de Jorge Baron Biza despierta dos referencias inmediatas: la literaria, su novela El desierto y su semilla, cuya primera edición, como recuerda Fernanda Juárez en el prólogo, fue pagada de su bolsillo por el autor y terminó ganando reconocimiento varios años después de su muerte. La otra es personal: Baron Biza arrastraba con su apellido las marcas de una historia familiar hecha de “excentricidades”, también de tragedia y locura, cuyos restos todavía pueden verse a la vera del camino a Alta Gracia, en Córdoba. Allí se emplaza “el ala”, un mausoleo de 82 metros de altura que Raúl Baron Biza, padre de Jorge, hizo construir sobre los restos de su primera esposa, la actriz y aviadora Myriam Stefford, muerta en un accidente aéreo. El mito local indicaba que allí también se guardaba enterrada una fortuna en joyas.

La mayor tragedia vendría después, cuando Raúl Baron Biza –millonario y escritor, entre otras cosas–, atacó a su segunda esposa, la madre de Jorge, Clotilde Sabattini, militante radical y feminista, hija del recordado gobernador de la provincia Amadeo Sabattini. Le arrojó ácido en la cara, en un acto terrible cuidadosamente planeado, durante un fingido encuentro para acordar los términos del divorcio. Aquel fue el “escándalo” final por el que sería recordado Baron Biza padre, quien terminó suicidándose, al igual que Clotilde Sabattini (después de un largo y vano periplo por reconstruir su rostro), su hija menor, y finalmente el mismo Jorge. Esta historia fue contada y analizada por Christian Ferrer en su libro Baron Biza. El inmoralista, pero antes fue expuesta de manera paradójicamente luminosa, entre la ficción y lo autobiográfico, por el mismo Jorge Baron Biza en El desierto y su semilla.

Formado en su infancia en los mejores colegios europeos, pero también autodidacta, erudito amante y conocedor de las “bellas artes”, gran lector y traductor, Jorge Baron Biza supo volcar en sus escritos todo ese bagaje. Se lee en Al rescate de lo bello, en los artículos en los que despliega sin alardeos referencias y citas, teorías y escuelas de pensamiento, puntos de partida para analizar lo que veía, sin privarse de toques de ironía y humor, y detalles de conossieur. Su casta de ovejas negras de la aristocracia con opción por el arte, que en este país supo dar experiencias como la del Di Tella, hoy ha desaparecido. Queda algún brulote a lo Esmeralda Mitre.

La selección y el prólogo de Al rescate de lo bello están a cargo de la comunicadora social y docente Fernanda Juárez, quien fuera asistente del escritor y a quien éste le encomendó la tarea de pasar a máquina varios de estos mismos artículos. “Cuando lo conocí, por el año 1996, él estaba interesado en reunir algunos textos que había escrito a lo largo de su carrera como periodista y crítico de arte. El proyecto nunca se concretó, pero el material quedó guardado en mi casa. Algunos de esos textos que él mismo había elegido aparecen en Al rescate de lo bello –como el artículo sobre Henry Moore o el de Yoko Ono–, mientras que a otros los fui encontrando en archivos de diarios, hemerotecas, o llegaron a mí a través de alguien. Así, se fue construyendo un archivo que reúne una parte importante de la obra periodística de Jorge Baron Biza, aunque sabemos que es mucho lo que falta”, cuenta Juárez en diálogo con PáginaI12. “Este proceso de búsqueda y organización del material tiene un lado doloroso, cada texto encontrado nos trae el recuerdo de él y de su partida anticipada; la otra parte, más placentera, nos conecta con sus búsquedas, sus deseos y su inmensa sensibilidad para referirse al mundo del arte, la literatura y las transformaciones de la vida cotidiana”, analiza. 

–¿Qué valor le encuentra a este material periodístico, así reunido? 

–El libro rescata la figura de Jorge Baron Biza como periodista y crítico de arte. Ese aspecto de su vida quedó un tanto olvidado o relegado por la repercusión que tuvo su única novela publicada, El desierto y su semilla, un libro formidable que lo consagró, varios años después de su muerte, como un gran escritor. Quienes lo conocimos, recordamos que Jorge Baron Biza se presentaba como periodista. Había trabajado toda su vida en redacciones de diarios y revistas especializadas, había colaborado en editoriales y en distintos proyectos vinculados con la producción periodística y la crítica cultural.  

–¿Y por qué pensó que había que reunir estos escritos ahora?

–A medida que pasaba el tiempo, fui asumiendo que la reconstrucción de su obra periodística, además de un gesto de gratitud y afecto por quien considero un gran amigo y maestro, era un paso necesario para que el público pudiera conocer la producción de uno de los escritores más refinados y originales de nuestro país. Esto implicaba que los lectores pudieran seguir la estela de su escritura hasta los confines de los suplementos y revistas culturales donde Jorge Baron Biza había dejado plasmadas agudas observaciones sobre el mundo del arte, y las más variadas citas de la cultura universal en forma de reseñas, comentarios y crónicas.

–¿Cómo lo describiría como escritor y crítico?

–Jorge Baron Biza era un autodidacta. Una persona que se había formado a sí mismo. Tal vez por eso carecía de ciertos vicios y mañas de la vida académica. Era un erudito y, al mismo tiempo, una persona con calle, conocedor de lo que pasaba en el subsuelo de la ciudad. Un hombre sensible y curioso. Con un ojo entrenado para la crítica. Sus observaciones se asentaban en una base sólida de lecturas y conocimientos sobre estética, filosofía, literatura e historia del arte. Todo eso se combinaba en un tipo único de escritura, por momentos con objetivos didácticos e informativos, también de entretenimiento pero, fundamentalmente, con la suficiente profundidad como para seducir al lector y llevarlo hacia ese núcleo sensible donde laten las pulsiones de la creación artística. 

–¿Qué cree que opinaría de esta publicación, si viviera?

–Imposible saberlo. Como dato, tenemos solamente el registro de que él deseaba publicar un libro con sus artículos de crítica de arte y literatura. Algo de ese deseo continuó vivo, aun cuando él ya no estuviera, y después de veinte años vemos que algo de esa idea se materializó en este libro. Tal vez ese fue el tiempo que me llevó procesar su muerte. No deja de sorprenderme, casi no tiene explicación, que en los pliegues del tiempo pueda pervivir agazapado un proyecto, una idea, que finalmente va a concretarse cuando su autor ya no está entre nosotros. Es algo del orden de lo maravilloso.