Ossip Mandelstam integró, junto con Anna Ajmátova y Marina Tsvietáieva, la tríada de poetas con quienes Stalin se desquitó con más saña durante su sangriento reinado. A Tsvietáieva y a Ajmátova, Stalin les fue dinamitando el piso a su alrededor (mandando fusilar a sus maridos, enviando a prisión a sus hijos) pero se abstuvo de tocarlas. Con Mandelstam la cosa fue diferente, por tres razones: 1) Mandelstam era judío, 2) en los comienzos de la revolución fue invitado a sumarse a la policía secreta y declinó el ofrecimiento, y 3) Mandelstam tuvo la temeridad de escribir un epigrama contra Stalin que se hizo famoso casi al instante, corriendo de boca en boca. En las páginas que siguen se cuenta la historia de ese poema (definido con terror por Boris Pasternak, el mejor amigo de Mandelstam, como “una sentencia de muerte en dieciséis versos”) y la vida y la muerte de ese poeta extraordinario, y de su viuda Nadezhda, igual de extraordinariamente valiente.