La artista y botánica inglesa Anna Atkins (1799-1871) no necesitó de una cámara para crear el que es hoy considerado el primer fotolibro de la historia, y el primer libro además en usar fotos con fines científicos: luz solar y un set amateur de química fueron más que suficientes para que su magnum opus, Photographs of British Algae, de 1843, le valiera un merecido lugar en la historia. Inicialmente negado, sobra decir, borrada su labor pionera durante más de un siglo. Hoy, una enjundiosa exposición en la New York Public Library, la más grande dedicada a esta científica, le devuelve el merecido reconocimiento, reuniendo sus piezas visuales, extractos de sus novelas (sí, sí, también fue escritora), cartas intercambiadas con amigos botánicos y fotógrafos. 

La intención de Anna era clara: difundir información sobre algas (especialmente, marinas), como deja entrever el modo en que dispuso cada pieza, con consistencia científica y lógica bibliográfica; pero eso no quita que no haya logrado su cometido con elocuencia, osadía, creatividad. Y extremo esfuerzo: más de una década dedicó a la titánica tarea. En la muestra Blue Prints: The Pioneering Photographs of Anna Atkins, de Nueva York, salta a la vista que, más allá de su notable habilidad técnica, está el delicado ojo estético, atento a la composición: el intrincado veteado de los especímenes o sus bordes finamente trastornados, con flecos y hendidos; la luminosidad imposiblemente encantadora, nocturna y oceánica… “Plantas que parecen deltas del río, columnas de humo, detonaciones controladas, relámpagos que atraviesan la oscuridad”, en palabras del New York Times. 

Cada fotograma de Atkins era único e irrepetible; cada página, artesanal, ligeramente diferente. Anna enviaba capítulos a los suscriptores mientras continuaba completando los libros, y daba a la vez recomendaciones sobre cómo coser los fascículos, lograr el encuadernado final. Las copias no estaban disponibles al público general: ella editó casera y privadamente cada ejemplar entregado a instituciones científicas y amigos. De las que, dicho sea de paso, solo se conservan 17 en la actualidad.

Hacia 1853, Photographs of British Algae tenía tres volúmenes e incluía a razón de 400 placas fotográficas únicas. Así y todo, Atkins solo firmó la publicación con sus iniciales: A. A. Lo cual llevaría, décadas más tarde, a cierta confusión: hubo quienes creyeron que significaba “Anonymous Amateur”, desconociendo su autoría… “Fue el historiador Larry J. Schaaf quien,partiendo de escasos datos sobre su vida, publicó en la década del 80 Sun Gardens, el primer monográfico dedicado a la figura de esta visionaria, estableciendo su legado como pionera en la historia de la fotografía y de la ilustración de libros. Hasta entonces, The Pencil of Nature, la obra de Henry Fox Talbot (cuya primera parte fue publicada meses después de que apareciese Photographs of British Algae), figuraba como el primer libro ilustrado con fotografías”, advierte un reciente artículo de Babelia.  

Durante la Inglaterra victoriana, la necesidad de dar con reproducciones cada vez más precisas, principalmente para estudios científicos, fue un importante catalizador para el florecimiento de los experimentos fotográficos en general; los de Anna en particular. Durante este fértil período de innovación gráfica, tanto artistas como científicos buscaban nuevas formas de ilustrar formas naturales. Experimentos aún porque, en los tiempos en los que trabajó Anna, las formas de dibujo e impresión fotográfica se realizaban sin cámara; llamaban a sus capturas, de hecho, “dibujar con luz”. 

Atkins se lanzó al procedimiento de la cianotipia ni bien fue inventado en 1842 por el astrónomo y matemático inglés Sir John Herschel, un amigo de la familia. Herschel había enviado al papá de Anna una copia de un artículo donde describía cómo había refinado su técnica, amén de dos compuestos químicos: citrato férrico de amonio y ferricianuro de potasio; sustancias fáciles de hallar, sencillas de maniobrar, que se aplicaban sobre una hoja de papel con un cepillo. El papel sensibilizado se dejaba secar y se aplicaba sobre él un objeto plano. “Expuestas a la luz durante unos quince minutos, y luego lavadas con agua, las partes no cubiertas de la hoja se tornaban azules”, cuenta la nota de Babelia. 

Anna aplicó el novedoso proceso de Herschel a las algas, consciente de que “algunas de las plantas son tan diminutas que resulta muy difícil hacer exactas ilustraciones de ellas”, conforme escribió de puño y letra en cierto intercambio epistolar. Las preciosas imágenes resultantes -etéreas, profundamente coloreadas, asombrosamente detalladas- la llevaron a ampliar su investigación visual a plantas con flores, plumas, etcétera, tiempo después y en colaboración con su amiguísima Anne Dixon, prima lejana de Jane Austen. 

A modo de contexto, cabe mencionar que, llamativamente, el dibujo de motivos naturales, el prensado de plantas y la creación de álbumes se consideraban ocupaciones aceptables para las damas victorianas; ergo “es notable el número de mujeres entre los primeros ilustradores botánicos”, conforme destaca el New York Times. Atkins llegó a ser miembra de la Sociedad Botánica de Londres, que -desde su fundación en 1836- estaba abierta a varones y mujeres por igual, fueran amateurs o profesionales. Además, a pesar de las requete-encorsetadas dinámicas de género de la época, una Atkins huérfana de madre (murió al poco tiempo de dar a luz) tuvo la fortuna de ser alentada por su padre, un químico y mineralogista, director del departamento de Historia Natural del Museo Británico, que no solo inculcó en la purreta el amor por la ciencia: cuando, por ejemplo, papá Children se embarcó en 1823 en la empresa de traducir la obra del francés Jean-Baptiste Lamarck, Histoire Naturelle des Animauxsans Vertebris, solicitó a su chicuela que realizase las ilustraciones de las distintas especies de moluscos. Y ella, que pintaba acuarelas, practicaba litografía y dueña de un notable herbario, de mil amores accedió. Más tarde, allanaría su vocación el cómodo pasar económico, casada con John Pelly Atkins, un comerciante forrado en billetes; y, claro, no haber tenido hijos que criar; si fue o no por elección, nada dice la exposición...