Este lunes pasado se nos fue Andrea Bello. Aquejada por una enfermedad que en los últimos tiempos ya no le dio tregua, dejó tempranamente este mundo. Joven aún, como pareció haber sido siempre.

Atravesada por la historia traumática y trágica de los años de plomo, Andrea había sido secuestrada en el año 1976, cuando tenía 19 años, y llevada al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada.

Activa luchadora, emprendedora y comprometida con la realidad de su tiempo, parecía tener dibujada en la comisura de sus labios una sonrisa eterna. Una expresión en su rostro que, en otro escenario distinto de la muerte y la ignominia, transmitía la sencillez y la serenidad de quienes tienen una posición de dignidad en la vida.

Compartimos con ella días y noches, “haciendo sala de audiencias”, cuando se juzgaba a quienes habían cometido delitos aberrantes en aquel sitio del terror. La presencia inquietante de los represores los despojaba a la vez de esa pretensión que otrora los erigía en Dioses oscuros, dueños de la vida y de la muerte. En esos tiempos del juicio, hubo jornadas en que llegábamos temprano a la mañana y salíamos de los tribunales de Comodoro Py muy tarde, lo que acentuaba aún más la consternación silenciosa con la que bajábamos esas escalinatas del edificio ya vacío, al que habríamos de volver una y otra vez.

Ese escenario nos unía más allá de las palabras. En el afecto estrecho y sentido de un lenguaje común, escuchando una y otra vez el horror propio y ajeno, que también era propio. Porque cada uno de los testimonios reescribía la historia de esas queridas presencias cuyas ausencias resonaban una y otra vez en nuestras almas y nuestros cuerpos vulnerados. 

Se rodeó del respeto que generaba su posición de trabajadora colectiva por la justicia, conviviendo con las diferencias con las que allí aprendimos a enriquecernos, entendiendo cuál es el verdadero enemigo de la condición humana. Que puede adquirir los peores ropajes en el accionar del genocidio, alternando con prácticas de segregación y exclusión que también condenan a los seres humanos a otras condiciones inhumanas de vida, despojándolos de los derechos más elementales que hacen a su existencia y a su condición de tales, por eso la situación actual de estos tiempos urgentes la desvelaba. 

Andrea querida, seguirás con nosotros, y con tus afectos, a tu manera.  Presente, con esa sonrisa y ese deseo decidido que te causaba, y tu nombre y tu impronta continuarán siempre acompañándonos en esas salas, y en todos esos espacios comunes, solidarios y plurales en los que sigamos procurando, juntas y juntos una sociedad más inclusiva con Memoria, Verdad y Justicia.

* Psicoanalista. Docente en la UBA. Ex detenida-desaparecida.