Esta reflexión procura abordar el tema de los chalecos amarillos y el movimiento feminista en términos de vanguardias políticas como no se veían en décadas. La idea de que algo acaba de terminar sin que se advierta lo que está empezando es la clave de las incertidumbres que descorren los telones de la Historia. 

Por eso la mezcla ideológica que se percibe en las manifestaciones de Francia es potente e inquieta a los desprevenidos: hay “fachos” y ultraizquierdistas y también simples trabajadores entre los franceses que protestan … ¿Contra Macron? No sólo contra Macron sino, y sobre todo, contra el sistema, contra la “bancarización” de la política, contra la desnaturalización de la social democracia, contra las desigualdades sociales y tributarias e inclusive contra el funcionamiento formal de las actuales instituciones.

Hoy, la democracia liberal –con unos doscientos años de existencia– ya no parece responder a los mecanismos de representatividad que constituyen su naturaleza de origen: los representantes que legislan apenas nos representan cabalmente o, directamente, no lo hacen porque en su mayoría responden a los hilos del capitalismo tardío y a sus capitanes concentrados, por lo tanto no sería riesgoso decir que lo legal se está volviendo ilegítimo. Y sospecho que es ilegítimo todo aquello que no corresponde a una necesidad soberana.

Entonces, ¿qué es lo que ocurre? 

Las mujeres no dudan en salir a la calle para demandar la igualdad que siempre les fue negada, sobre todo por el poder de un patriarcado muy propio del capitalismo triunfante en la era moderna. En ese sentido, ellas son el verdadero “proletariado” de la Historia, han puesto el cuerpo y lo siguen poniendo simbólica y materialmente y lo hacen de manera tanto individual como colectiva. 

Lo peculiar de estos dos imponentes movimientos es que no muestran líderes políticos ni partidos reconocibles, sino que son grandes oleadas en procura de una forma que sólo parece buscarse fuera del sistema para no acordar con él y es esto precisamente lo novedoso. Al principio se creía que los chalecos amarillos sólo reclamaban por el tema puntual del combustible para los vehículos. 

Ahora se huele algo más inquietante y perturbador, algo también más épico y ese algo es la insurgencia, palabra que las clases medias (por lo regular burguesas y aspiracionales) no digieren con facilidad. Es además evidente que el feminismo como fuerza de choque va más allá de las discusiones sobre el aborto legal y la violencia de género sino que sacude los estamentos destinados a la mujer en el orden social consagrado. Y es esto precisamente, lo que “vanguardiza” y radicaliza al movimiento que, de la demanda puntual, trepa a las exigencias de un nuevo orden. Los chalecos amarillos, por su lado, no sólo quieren que Macron ablande sus políticas conservadoras, en realidad quieren que se vaya, sin más. 

La crisis de la democracia liberal no sólo se observa en la débil representatividad que hoy muestra sino también en su capacidad para llevar al gobierno agentes francamente adversos a los intereses genuinos de los propios votantes, impulsados estos por las prédicas propagandística de los medios de comunicación ligados a los grandes capitales, sobre todo transnacionales. Por otro lado, y simultáneamente, una determinada elite del Poder Judicial opera a favor de los grupos políticos familiares a sus intereses y naturalmente en contra de aquellos llamados populistas o de izquierda.

Es interesante la operación de persistencia en la construcción de consignas etiquetadas que recortan la realidad atribuyendo y distribuyendo  culpas, delitos o crímenes a quienes –y entre quienes– se sospecha o se sabe que no acompañarán a las minorías económicas hiperpoderosas, aplicando la técnica del infundio de manera reiterada, sin que importe en absoluto que haya o no pruebas verificables en un sentido o en otro. 

Las concentraciones capitalistas apoyadas en las tecnologías comunicacionales más avanzadas quieren suponer que la política –una forma proactiva del humanismo– se hunde en el pasado. El gran capitalismo cree en la robotización sistemática y en la progresiva eliminación de la mano de obra humana, camino posible pero no todavía mayoritario. Los hombres y mujeres no alineados en esas creencias descalificadoras del trabajo, reaccionan. El análisis debe partir de ahí. Debe partir de las crisis del humanismo y de la falta de herramientas teóricas y prácticas para controlar, eventualmente, la aniquilación de la presencia humana en el ámbito de la producción. La hipótesis facilista de que habrá tiempo libre de sobra para desarrollar otras actividades que compensen la desocupación no sólo es fantasiosa sino de una frivolidad aplastante e irresponsable.

La sospecha central –retomando el eje temático de esta reflexión– es que ambos movimientos, feministas y chalecos amarillos, se tocan en algún punto tangencial: ambos, como ya dijimos, carecen de una filiciación política programática o partidista reconocible y también carecen de líderes definidos (por lo menos hasta ahora).

Sería apresurado asegurar que estas dos insurgencias se dearrollarán sin pausa hasta cambiar la realidad actual, pero no es insensato reconocerles un papel radical alentado por una furia combativa y disruptiva que ya no parece plegarse a la farsa del diálogo componedor, ni mucho menos a los autoritarismos “simpáticos” con que el neoliberalismo democrático  enmascara su creciente embestida conformista.

Desde luego, el propósito derechizante conservador (no sé cómo llamarlo de otro modo) es de una gravedad incalculable porque la política es sinónimo de civilización y expresión cabal de la cultura convivencial ligada, precisamente, a la “polis”, a la ciudad, a la plataforma habitacional interactiva que dio lugar a la formación del pensamiento occidental en todas sus dimensiones.

Tal vez por eso, atentar contra la política es –para utilizar una marca platónica– empujar nuestra forma de ser esencial hasta los bordes de un abismo desconocido.

Al preguntarnos de qué modo y por qué está pasando esto, valdría la pena tener en cuenta que la propaganda mediática de los últimos treinta años ha ido convenciendo a los consumidores de información a adoptar una actitud individualista ligada a la noción de libertad personal (construcción meritocrática de un individualismo aislante) al margen en lo posible de la ingerencia del Estado. 

Esta prédica tiende a destruir la política ya que la política entorpece la facilidad de los negocios y dificulta la velocidad de los mismos.

Nadie parece tomar en cuenta, ni recordar, de qué modo (cuantioso) fueron engañados millones de ciudadanos llevados a invertir sus ahorros en negocios imposibles por fraudulentos asesores financieros tanto en EE.UU. como en Europa y cómo, hundidos en la miseria, cuando estalló la crisis de 2008 tuvieron que ver cómo los Estados salvaron a los bancos de la ruina, y apenas condenaron con cárcel y multas a un puñado de responsables poderosos mientras ellos vivían sin trabajo, sin techo y sin ahorros.

Insisto en un punto difícil ¿Qué es hoy la democracia liberal representativa sino una dudosa plataforma de cálculos, estadísticas  y oportunidades de negocios entre sectores públicos y privados? ¿Qué es hoy el Poder Judicial sino un sistema colegiado –directo heredero de la monarquía en la república– favorecido por privilegios económicos inamovibles y ocupado, sobre todo en los países terceros, de judicializar la política? 

Para ir terminando, se diría que estamos asistiendo a uno de esos singulares momentos de la Historia en los que se dan numerosas –e inesperadas– condiciones para que se produzcan cambios más bien irreversibles y, en gran medida, de resultados desconocidos.

Si nos dejáramos llevar por una fantasía apocalítica cuyos componentes ficcionales se reconocieran en una confrontación de personas en procura de una libertad distinta y del otro lado dispositivos de inteligencia artificial cada vez más complejos, estaríamos asistiendo a una de las últimas asonadas del humanismo desplazado contra la tecnología reinante. Por ahora, sólo se trata quizás de una “ficción realista” donde una de las preguntas capitales podría ser ¿tiene límites la inteligencia artificial? Por ahora –una vez más– la preocupación orientadora sigue siendo la lucha contra la desigualdad, por la certeza de la alimentación y el pleno ejercicio de la libertad en medio de la vida política. Las mujeres, principalmente, y seguramente los chalecos amarillos se mueven en esa dirección.