El lugar es un barrio de casas bajas, típico de los ochenta. Con empedrado, baldíos, casas chorizo y un tren que pasa por el costado y un poco sirve de frontera. Los protagonistas son chicos y sus nombres, o mejor dicho sus sobrenombres, van revelándose de a poco: Rulo, Conejo, Primo, Hermanos Macana... Apodos genéricos para relatos que no lo son en absoluto. Al contrario, si algo poderoso tiene La barranca de la muerte y otras historias (Maten al Mensajero, 2018), el segundo libro de historietas de Javier Velasco, es el haber podido retratar de manera genuina –aunque valiéndose de los tópicos habituales: una carrera de autitos, una casa misteriosa, una fiesta de quince– ese particular período de “fin de la infancia” donde mucho de lo que se creía bueno y para siempre empieza a mostrar sus grietas y a doler. “Eso que casi todos vivimos de una manera u otra”, dice su autor.

Ejemplo: ¿quién no se cruzó en su infancia, si hace memoria, con un chico o chica que definitivamente “no encajaba en el molde”? Ese “freak” o “personaje” que muchas veces era marginado pero también otras tantas generaba curiosidad o incluso a veces –en los casos más felices– admiración. El imán de lo distinto. 

En La barranca... esto se ve en el episodio que gira en torno a Tony. Tony es un nene de cejas frondosas como el padre y poquísimas palabras (como el padre) que mayormente vive encerrado en el taller mecánico de su progenitor hasta que una tarde –una de esas tardes donde falla la matrix– logra salir de “su cárcel” y participar del fútbol que practica la pandilla y hasta meter un gol (un gol muy particular, por supuesto). No dura mucho la alegría porque en seguida el padre lo llama en tono admonitorio y todo vuelve a “la normalidad”: la pandilla afuera, libre; y Tony adentro, sin diversión. Pero la semilla queda plantada y no pasa mucho tiempo hasta que sus posibles amigos van a tocarle el timbre, a ver si puede salir otra vez. Lo que sigue no hace falta contarlo. Sí decir que a partir de esa historia (la tercera) el libro cobra un matiz entrañable a la Cuenta conmigo que los siguientes capítulos no hacen otra cosa que profundizar. Y que el enamoramiento con las personajes y sus aventuras sigue resonando en la cabeza aún después de haber terminado su lectura.

“Algunos me preguntan si es un libro biográfico. Y no. No lo es. O al menos no de manera literal. Porque por ejemplo el chico que narra las historias, quien vendría a ocupar mi lugar en la historia, es hijo único y yo en cambio tengo cinco hermanos. Y lo mismo varias otras cosas. No hay una correspondencia directa. Lo que sí puedo decir es que la atmósfera y varias anécdotas que funcionaron como disparadores, son reales. Las viví. Pero siempre bajo el filtro de lo que quería contar”, dice Velasco que creció durante el alfonsinismo en el Bajo Núñez pero se cuidó de no dejar rastros del barrio en las viñetas. “Muchos me dicen que les recuerda a Morón. O a otras localidades del conurbano. La intención fue ésa: que pudiera remitir a muchos lugares y que lo que se contara fuera universal, más allá de que por todos lados se nota que remite a experiencias particulares”. En ese sentido, el dibujo de línea súper clara (sin perspectiva, texturas o efectos de iluminación, pero con un nivel de expresividad en los gestos y en la resolución de las acciones que sale totalmente de lo convencional) resultó clave. “Es lo que busco”, acuerda Javier. “Que se vean las emociones pero sin que eso frene la lectura de lo que está pasando.”

La sensación es que te resultó muy natural contar estas historias...

–Sí. Encontré que podía contarlas de un modo muy claro y muy sincero. Tanto en dibujo como en lo que va ocurriendo. Porque yo no soy muy de armar guiones. Y la manera que encontré de desarrollar las historias fue hacer de cuenta que se las estaba contando a alguien. Y de ahí tirar del hilo. Lo que nunca me imaginé es que iba a tener para doscientas páginas...

Evidentemente había hilo en el carretel de Velasco, de algún modo “un tapado” en el ambiente de la historieta. Un autor que si bien ya contaba con un libro en su haber (el destacable Grandes vestimentas, una compilación de tiras cómicas sobre famosos atuendos de la cultura pop y el siglo XX publicado por Galería Editorial en 2013) y varios trabajos muy buenos en su blog (recomendación especial para “Las historietas de Superman rechazadas”, una divertida serie en clave loser y minimalista sobre el superhéroe más famoso), además de una participación en Informe: historieta argentina del siglo XX (Editorial Municipal de Rosario, 2015), valiosa antología sobre nuevos historietistas argentinos, no había concretado hasta ahora un trabajo de este calibre y espesor humano. Una novela gráfica con el potencial de atraer lectores por fuera del nicho comiquero y, a través del boca a boca que ya está operando, capaz de convertirse en de culto; seguir ganando los lectores no importa que pasen los años o los contextos. 

“Yo le tenía fe a lo que estábamos haciendo”, reconoce Javier que habla en plural porque incluye el aliento y la guía estratégica de José Sainz, su editor en Maten al Mensajero. “Pero podés hacer algo bueno y que después no pegue porque no depende de vos. No hay garantía. Acá por suerte se dio que está gustando mucho”, se alegra quien cultiva un natural bajo perfil y se lo ve humildemente gratificado por el reconocimiento que viene recibiendo de sus pares (algunos amigos, otros no) que quedan prendidos, como todos, con las historias de desengaño, inocencia y amistad de estos cinco púberes argentinos de los ochenta. Años de gloria para ser niño (por algo tantos ficciones vuelven sobre aquellos años; sus personajes, consumos y series, adosados a una fantasía particular, pegaron hondo), pero que Velasco en su texto evita romantizar o teñirlos de pura nostalgia. “La crianza de los ochenta no va a volver a pasar. Es irreproducible por fuera de una historieta, una película, una serie. Pero yo no soy nostálgico. Por ahí ya no hay tantos de esos barrios como los que muestra La barranca... Y por ahí los chicos ya no juegan con las mismas cosas, están más con sus juegos en línea. Pero lo que no se pierde ni cambió respecto a aquellos años es lo de tener amigos. Eso sigue estando.” La aventura de tener amigos.