Desde Epuyén, Chubut

Pasados más de un mes desde el comienzo del brote y una semana desde que la justicia obligó a mantener el aislamiento a algunos vecinos, en Epuyén no se declararon nuevos contagios de hantavirus por fuera del grupo de personas bajo estudio y control médico. El aislamiento de quienes tuvieron contacto con “casos positivos”, dicen los expertos, parecería estar funcionando, aunque no resultó fácil para el pueblo ver que policías de afuera llegaban para patrullar y ordenar que se cumpla la orden judicial que impide andar por las calles a quienes podrían estar infectados. Antes de que aparecieran “los vecinos venía acá, a la central operativa para decir ‘yo vi a Fulano, que se que tiene que estar aislado, comprando en tal lugar’. Por eso tuvimos la necesidad de presentarnos en la fiscalía y expresar que no podíamos dar garantías de que la familia o el vecino está cumpliendo con el aislamiento, que esa era la clave para cortar el brote”, recuerda diario el médico generalista Jorge Elías, director asociado del Area Programática Noroeste de la provincia de Chubut –responsable de coordinar la reacción sanitaria en la comarca–. A pocos días del 31 de enero, cuando la mitad de los aislados podrá volver a salir de sus casas, el funcionario explica que fue la urgencia y no otra la razón de que hoy haya policías patrullando las calles. “Él dicta la restricción de salida del domicilio de esas personas, y esa medida es la que garantiza que la persona cumpla el aislamiento. Es una medida de protección integral al resto de la comunidad. Y la pauta de que ése es el camino es que los últimos dos casos positivos salieron de ese grupo de personas que estaban bajo aislamiento”. A menos que haya alguna novedad en estos días, para la  primera semana de febrero el riesgo habrá quedado conjurado; para esa fecha, estiman quienes trabajan en contener el brote, aquí ya no quedarán vecinos bajo aislamiento. Pero hasta entonces posiblemente la rutina siga como hoy: por las calles no hay movimientos. Los micros que conectan con El Bolsón, la localidad cercana más grande, pasan sólo tres veces por día. Apenas se ve algún perro, algún grupo de bandurrias picoteando en una plaza, algunos autos de vecinos; las oficinas públicas siguen funcionando pero con horario reducido, de cuatro horas.

Paisaje sin ruido

El agua del lago Epuyén es azul profundo. Es cálida, según dicen, porque no baja del deshielo  sino de un río. Tiene olas suavecitas, porque el viento no para. Lo rodean montañas, algunas nevadas, porque el pueblo está enclavado en la cordillera. El verano llegó sin frío y con sol radiante, pero en las playitas del lago, en las piedras, en el mirador de ese paisaje patagónico, no hay nadie. En lo que va del año, sólo 25 autos foráneos ingresaron al parque municipal para llegar al agua y la montaña; se sabe porque son los únicos que pagan entrada al lugar, en lo que constituye uno de los tantos recursos que la temporada de calor genera para que los alrededor de cuatro mil habitantes del pueblo vivan el resto del año. El hantavirus, los contagios y las nueve muertes locales por el brote –cuyas dimensiones no se comprendieron hasta muy avanzada la situación–sembraron fantasmas que se tradujeron en esta soledad. En el pueblo, entre abril y diciembre muchos viven de lo que el turismo puede generar los primeros meses del año. Por eso temen que disipar los fantasmas lleve demasiado tiempo. “El vecino que esperó diez meses para que llegue enero, febrero y marzo, para poder juntar plata para todo el año, ahora está preocupado. Hablamos de vidas”, explica el intendente, Antonio Reato. Afincado en Epuyén desde hace casi 40 años, supo tener una dulcería que, con el tiempo, mutó en cabañas para alquilar a turistas; hoy apenas una está ocupada y por eso, explica, está “tan perjudicado en la actividad privada como cualquier vecino, pero no quiero ni siquiera hablar de eso porque yo tengo la ventaja de que hasta fin de año voy a cobrar un sueldo. Puedo imaginar de costado lo mal que la están pasando, por qué esto es tan importante”, añade, y por eso gran parte de la preocupación en la localidad hoy, también, es lograr fondos, “algún subsidio, créditos muy grandes”  para prevenir un año demasiado duro. “La gente se endeudó para llegar a estas fechas, esperando juntar para pagar las deudas y esperando juntar para todo el año. Habrá que ver”, dice.

Epuyén es un pueblo desperdigado: la municipalidad no queda frente a una plaza sino a un costado de la ruta; el hospital queda a la vuelta; el centro comercial es, en realidad, una serie de negocios que no se ubican uno al lado de otro. Al mediodía, el único ruido que llega a las calles es el de los regadores de la plaza Abelardo Epuyén. Cuando empezó el brote, en la farmacia sólo había barbijos de los que se usan para visitar quirófanos, estaban en oferta: tres por 25$; hoy, los barbijos Nº95, que usan los policías llegados a patrullar el aislamiento, se venden a 470$, casi seis veces más caros que en Bariloche. Los niños, que los hay, no se dejan ver. Eugenia Delgado no vive sobre las calles asfaltadas sino unos kilómetros montaña abajo, entre árboles, casi al borde del lago: allí los únicos niños que se ven son sus dos hijos. “Mis nenes salen, vamos al lago. No tenemos problemas en que juegue con otros nenes, pero sí ha pasado que por la desinformación hay familias que no dejan salir a los nenes”, lamenta. El chiquito tiene siete años, y “hay un montón de amiguitos de él que no vienen porque la familia no quiere. También tengo amigos que se han ido a otro lado en estas semanas”, agrega Hernán Leo, su pareja, no nacido pero sí criado en Epuyén, y cuyo padre, Omar, fue intendente del lugar y durante más de dos décadas médico del Hospital Rural (“el doctor Leo”, lo recuerda con amor reverencial un empleado de la intendencia que lo conoció). Eugenia y Hernán son dueños de Dos que van, un restaurante con huerta propia y alojamiento ubicado camino al lago, casi frente a la escuela que desde hace días, a falta de alumnos, alberga a los policías llegados a velar por el aislamiento. En el restaurante hoy no hay nadie, en las cabañas se cancelaron casi todas las reservas. A Eugenia, que es porteña, su madre le pide que vuelva a Buenos Aires. Hace poco, un amigo de Hernán le ofreció un departamento en Puerto Madryn para que fuera con Eugenia y los chicos hasta que amainara la agitación por el hantavirus. Hernán dice que no pudo contenerse demasiado, que le respondió: “¿Vos te escuchás lo que me estás diciendo? ¿Me querés salvar a mí? Vení a darme una mano para levantar los cajones en la chacra”. En estos días, los proveedores no están llegando al pueblo.

“Circulan muchos rumores, muchas mentiras Generan paranoia en un montón de gente. Pero esto no es que te vas y listo. Hay que hacerle el aguante al lugar en todo sentido. Que la gente se empiece a ir, como poblador, empieza a generar un eco en el que vive al lado. Acá hay que hacerle el aguante todos al lugar”, agrega Eugenia, que hace pocos días se fue de grupos de whatsapp del pueblo porque no quería seguir leyendo rumores. Otros habitantes de Epuyén mencionan también contenidos que circulan por Facebook. Quizá haya sido el aislamiento, que algunos adoptaron a pesar de no estar obligados; quizá la desconfianza porque así como comenzó, sin que nadie notara la gravedad, bien podría empeorar; quizá la falta de confianza en una fuente oficial de información. El caso es que en el pueblo, de no más de cuatro mil habitantes, los rumores y las fake news circulan veloces y se reproducen en redes no siempre claras. No importa lo que vean en la calle, lo que diga el intendente, lo que informen los integrantes del Comité de Contingencia Sanitaria. Hay quienes eligen creer a versiones de fuentes opacas. En estos días, por esos grupos, por ejemplo, se dijeron cosas: que las rutas estaban cortadas para que nadie entrara ni saliera de Epuyén; que la policía había instalado puestos de control para velar por ese bloqueo; que el pueblo entero está en cuarentena. Todo es mentira.

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