El fugitivo nazi huye de la justicia como rata por tirante. Desde que abandonó Polonia en enero de 1945, pasó unas semanas en un campo estadounidense de prisioneros y se liberó a través de una documentación falsa a nombre de Fritz Ullmann. Luego se escondió en una florida granja de Baviera, durante tres años, haciéndose llamar Fritz Hollmann; pero por el temor a ser capturado escapó a Génova, donde una red de antiguos miembros de las SS le facilitó el pasaporte a nombre de Helmut Gregor para emigrar a Buenos Aires, ciudad a la que llegó el 22 de junio de 1949. En Auschwitz, “El Angel de la Muerte” silbaba entre dientes compases de la Tosca de Giacomo Puccini con una sonrisa. “La piedad es una debilidad: con un movimiento del fino bastón, el omnipotente sellaba la suerte de sus víctimas, a la izquierda la muerte inmediata, las cámaras de gas, a la derecha la muerte lenta, los trabajos forzados o su laboratorio, el mayor del mundo, que él alimentaba con ‘material humano idóneo’ (enanos, gigantes, tullidos, gemelos) con la llegada diaria de los convoyes. Inyectar, medir, sangrar; descuartizar, asesinar, practicar autopsias: a su disposición, un zoo de niños cobayas con el fin de desvelar los secretos de la gemelaridad, de producir superhombres y de acrecentar la fecundidad de las alemanas para poblar algún día con campesinos soldados los territorios del Este arrancados a los eslavos y defender la raza nórdica”, cuenta el narrador de La desaparición de Josef Mengele (Tusquets), del escritor francés Olivier Guez, poderosa novela de no ficción con la que obtuvo el Premio Renaudot en 2017, en la que indaga cómo el responsable de la muerte de 400.000 personas pudo ocultarse en Argentina y Brasil, y no fue detenido ni juzgado, a pesar de que lo buscaban el Mossad y el cazador de nazis Simon Wiesenthal.

Guez (Estrasburgo, 1974) participará de la tercera edición de “La noche de las ideas” –que se realizará el 30 y 31 de enero en El Viejo Hotel Ostende y el 1 y 2 de febrero en el Museo Mar (Mar del Plata)—, organizada por la Embajada de Francia en Argentina y el auspicio de la Fundación Medifé, con una charla titulada “Berlín conjuga el pasado con el futuro”. “Berlín es una ciudad que ha ocupado un lugar central en mi vida; es la capital de la historia europea del siglo XX, que lleva todavía sus marcas. Pero también es la capital de una Europa abierta y cosmopolita que no se rinde. Prefiero no contar nada más al respecto para que vengan a escucharme a orilla del mar a la tardecita”, dice Guez en la entrevista con PáginaI12.

–“Los SS quemaban a hombres, mujeres y niños en los fosos; Irene y Josef recogían arándanos con los que ella preparaba confituras. Las llamas brotaban de los crematorios; Irene le chupaba el pene a Josef y Josef poseía a Irene. En menos de ocho semanas fueron exterminados más de trescientos veinte mil judíos húngaros”, se lee en La desaparición de Josef Mengele. ¿Por qué eligió este modo de narrar por contraste? 

–Elegí este tipo de narración para mostrar la locura y la monstruosidad de la vida cotidiana de Mengele en Auschwitz. Un hombre que, por una parte, era capaz de torturar y mandar a asesinar cada día a miles de inocentes y que, por otra parte, llevaba una vida normal. Usé un estilo muy directo que impacta al lector y que me permite también relatar el carácter demencial de la vida cotidiana en Auschwitz durante el verano de 1944. El régimen y el sistema nazi se basaban en lo biológico y la posibilidad de asesinar a hombres y mujeres considerados por el sistema nazi como biológicamente inferiores. Los crímenes perpetrados en los campos de concentración estaban autorizados por ley. De ahí la impunidad que sentían los criminales de guerra y el sentimiento, bastante común entre ellos después de la guerra, de haber cumplido con su “deber” y no de haber cometido actos criminales.

–¿Por qué en la primera parte de la novela, que transcurre entre Buenos Aires y Paraguay, pone a Mengele en la manifestación del 22 de agosto de 1951, cuando todos buscaban escuchar que Eva Perón sería la candidata a vicepresidenta?

–Mengele participa de la manifestación del 22 de agosto porque yo quería dar cuenta de las relaciones que tenía con la Argentina de Perón. En realidad, un SS como Mengele solo tenía desprecio para con el peronismo y la organización de la Argentina de aquella época. Los refugiados SS en Argentina seguían considerándose como “súper hombres” y vivían apartados de la sociedad que los había acogido. Esta fecha, el 22 de agosto de 1951, me sirvió para mostrar la interacción que existía entre Mengele, los SS y la Argentina de aquel entonces.

–Uno de los personajes que aparece en la novela es Willem Sassen, “el holandés políglota” que vivió en Buenos Aires, el padre de la socióloga Saskia Sassen. En otra entrevista, usted comentó que ella había prometido ayudarlo y al final no lo hizo. ¿Qué pasó?  ¿Quizá el peso de ser la hija de un simpatizante del nazismo terminó surtiendo efecto y desistió para no tener que enfrentarse con el “fantasma” del padre?

–No sé lo que ha pasado. Saskia Sassen me quería ayudar, pero no lo hizo. Me puso en contacto con su hermana que sigue viviendo en Uruguay creo. Pero su hermana no quiso contestar mis preguntas. Con respecto al fantasma de su padre, la invito a interrogarla directamente. No voy a hablar en su nombre.

–Mengele, en  la  novela, es mostrado como un “sentenciado a la maldición de Caín, el primer asesino de la humanidad: errante y fugitivo en la Tierra, aquel que lo encuentre lo matará”. ¿Por qué Mengele gozó de tanta impunidad, al punto de que nunca llegó a ser capturado ni condenado por los crímenes que cometió?

–Mengele se benefició de una total impunidad hasta la captura de Eichmann por el Mossad porque Auschwitz, pero de forma más general el exterminio de los judíos de Europa, no eran temas de los que se hablaba en los años 50. Nadie habló. Las víctimas y los asesinos pensaban únicamente en reconstruir sus existencias en sociedades y países que miraban hacia el futuro. Por otra parte, la guerra fría que empezó inmediatamente después de la guerra no posibilitó una sincera y justa denazificación.

–En la novela aparece la importancia que tiene el hecho de que Mengele haya sido objeto de relatos fantasiosos que lo convirtieron en una criatura mítica: “el médico satánico, la criatura demoníaca, en nada comparable a un hombre pese a su apariencia humana”. ¿Por qué en estos relatos se le quita humanidad a Mengele?  

–Mengele llegó a transformarse en una criatura mítica a partir de los años 60 porque se transformó en el símbolo de la barbarie nazi (Nazismo = Auschwitz = Mengele). Además, nadie tenía idea de su paradero. Es siempre más simple hablar de los grandes criminales, de los terroristas, llamándolos “monstruos”. 

–¿En qué sentido Simon Wiesenthal alimentó la construcción del criminal nazi que se resiste a ser cazado?

–El papel de Simón Wiesenthal en esta historia es ambiguo. Por un lado contribuye a construir el mito del criminal inasible, un genio del mal si se quiere, al inventar historias a veces totalmente extravagantes. Pero por otro lado, al evocar sistemáticamente la huida de Mengele y los crímenes que había cometido durante la guerra, Wiesenthal hizo que el mundo no olvidara a Mengele. Si en 2019 hablo de Mengele en Argentina es, en gran parte, gracias al trabajo de memoria de Wiesenthal. Aunque está claro que Wiesenthal, desde su pequeña oficina de Viena, no podía tener más informaciones de Mengele que los mejores servicios secretos del mundo.

–La novela presenta a Rolf, el hijo de Mengele, como una víctima de su padre, como alguien que no soporta la condena que implica cargar con el apellido paterno. Parece una figura trágica, que repudia al padre, a quien tal vez desearía matar, pero no puede transformar el deseo en acto. De hecho, podría haber denunciado a su padre, decir dónde estaba y entregarlo a la justicia, y no lo hizo. ¿Qué implica ser hijo de un criminal nazi?

–Comparto esa lectura. La figura de Rolf Mengele es trágica. Ser hijo de uno de los más grandes criminales nazis y llevar su apellido es una cruz muy difícil de cargar. Hasta la muerte de Mengele en 1979 sentí cierta compasión para con su hijo Rolf. Pero perdí esta compasión luego de que falleciera el padre. Pues en lugar de contar la verdad al mundo, de aliviar los sufrimientos de los sobrevivientes o de honrar la memoria de las víctimas de su padre, el no dijo nada. Optó por proteger a los neonazis que habían ayudado a su padre en América del Sur y sus cómplices en Alemania. De hecho Rolf Mengele prefirió el silencio, al igual que sus primos que, por otra parte, él despreciaba puesto que nunca habían dejado de apoyar al criminal Mengele durante su larga fuga.

–El epílogo de la novela es bastante escéptico respecto del futuro, cuando se afirma que cada dos o tres generaciones, cuando desaparecen los últimos testigos de las masacres anteriores, “la razón se eclipsa y otros hombres vuelven a propagar el mal”. ¿Por qué crece la extrema derecha en países con mayor bienestar como Alemania, Suecia, Holanda y Dinamarca?

–No solo es la progresión de la extrema derecha en Europa del norte la que me preocupa. Globalmente vemos que, en el transcurso de los últimos años, es el conjunto del Occidente democrático que ha experimentado un cambio de paradigma. El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial sirvió durante muchos años de baluarte contra la violencia, el racismo y, en forma general, contra el odio en las sociedades occidentales. Este recuerdo se está desvaneciendo. 

* Olivier Guez será entrevistado por Juan José Becerra el miércoles 6 de febrero a las 19, en el Malba (Figueroa Alcorta 3415).