Durante el jueves y el viernes pasados, miles de personas procesaron hacia las las siete cuadras cortadas de Guardia Vieja y Zelaya para ver algunos de los 150 espectáculos gratuitos. Sin exagerar, en esos dos días no hubo en Buenos Aires pregunta más repetida: “¿Fuiste a la Maratón Abasto?”. Por la modalidad de eventos abiertos, su público principalmente joven y la estación del año, resultó inevitable linkear la experiencia –al menos emocionalmente– con la 3 de Gesell, la Chiozza de San Bernardo o la Rivadavia de Mar del Plata, peatonales de la querida Costa Atlántica en las que discurren curiosos y espectáculos callejeros bajo el albedrío de las noches siempre jóvenes de verano. Solo que acá fue lejos del mar y en plena ciudad.

El Abasto es un barrio que no existe como tal en los mapas, ya que de un lado de Gallo es Balvanera y del otro, Almagro. Pero todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos del Abasto: aquel arrabal gardeliano que se trasheó con los tomates podridos del mercado hasta ser revalorizado por el shopping y la policialización de un vecindario afiebrado. Hoy conviven hipermercados, teatros, torres de departamentos, casas tomadas, estaciones de eco-bici, contingentes de turistas, tipos durmiendo en las veredas, paredes intervenidas con aerógrafos y cordones bañados de parabrisas escruchados. Un barrio para hacer turismo birrero, trabajo de campo, odiarlo como nunca o habitarlo para siempre.

Con sus bellezas y tensiones, hay distintas maneras de ver al Abasto. Y una de ellas es la que decidió subrayar la Maratón, primera experiencia de un evento que en realidad es parte de otro más grande y longevo: el Festival Internacional de Buenos Aires, dedicado al teatro y ya con doce ediciones. Algo así como un contenido joven y urbano, libre y gratuito, con el sello del Gobierno de la Ciudad. Tan sólo la “preproducción y ambientación” del espacio público para la Maratón Abasto demandó 3,5 millones de pesos, único gasto del cual se tiene acceso: figura en el Boletín Oficial del 19 de diciembre pasado a nombre del ministerio de Cultura porteño a través de su Dirección General de Festival y Eventos Centrales, que a su vez pertenece a la Subsecretaría de Gestión Cultural.

Fueron cortadas dos cuadras del pasaje Zelaya y otras cinco de Guardia Vieja, una elección para nada casual. Es que ambas calles empedradas representan una de las mutaciones del nuevo-viejo Abasto: en la primera conviven cuatro de los tantos teatros del circuito off que cobija el barrio, mientras que sobre la otra se proyectó un eje de bares y salas de shows desde el Uniclub, cerca de Agüero, hasta El Imaginario Cultural, en la esquina de Bulnes. De fondo varias torres en construcción encima de las tradicionales viviendas bajas demuestran el acelerado proceso de gentrificación, término que representa una época donde la principal unidad de medida para valorar el suelo de la ciudad es el precio de su metro cuadrado. La frontera entre Balvanera y Almagro le está comiendo un pedazo del público joven de clase media a lugares similares del vecino Palermo, ya sea para curtir como también para vivir.

A pesar de la humedad soporífera y los pronósticos de lluvia, Louta abrió el fuego el jueves pasadas 19 en el escenario principal de Guardia Vieja y Mario Bravo, ante un numeroso público que encerraba la bocacalle en sus cuatro vectores. Para entonces ya eran miles los que andaban de acá para allá apagando el atardecer de calor sobre el cemento con latitas en mano, reactivando la economía de los treinta mercados (entre súper, chinos y despensas) que también pertenecen al Abasto y le dan sentido. Mientras tanto, vahos de prensado y losas de flores se enredaban entre una dotación de la Policía de la Ciudad que circulaba distraídamente, por así decirlo. Parecía una concesión medida de libertades para que la juventud demostrara si estaba en condiciones de hacer uso del espacio público ante determinados estímulos culturales.

Si la inquietud del gobierno de la Ciudad era esta última, la respuesta fue saldada: que sí, claro. A lo largo de esa peatonal partida al medio por Agüero se sucedieron durante dos días y noches una procesión de jóvenes que iban y venían curtiendo, bebiendo, encontrándose y descubriendo algo. Que podía ser un recital sobre el escenario, acústicos en un balcón de un departamento, performances con arneses sobre el paredón de un mercado, microteatro en containers, una comparsa drag-queen, obras dentro de comercios, intervenciones en un lavadero de autos, películas del Bafici en la vereda y una larga cola de personas esperando que les hagan barba o trenzas en una barbería con bachata y la bandera de República Dominicana. Más que ir a ver algo específico, la gente en realidad parecía caer a ver qué onda y conectar con lo que le flasheara, independientemente de las medallas y etiquetas.

El asunto es qué postal perdurará para definir esta experiencia de gestión cultural callejera y masiva, pero en un contexto contradictorio. “Queremos que la cultura también esté en la calle”, dijo Horacio Rodríguez Larreta en la inauguración de la Maratón Abasto, a pesar de que su gestión busca penalizar las expresiones callejeras porteñas con la insistida modificación del Código Contravencional. Ese mismo día, a la mañana, Larreta debió huir de un centro vecinal de Lugano luego de que los vecinos le reprocharan el cierre de escuelas nocturnas. Y esa noche, una vez que las Ibiza Pareo terminaron su performance caliente en el último número del escenario principal, todo el público se unió para revivir el hit del verano pasado y llevarlo esquina por esquina de Guardia Vieja para que se plegara cualquiera que lo oía, en lo que terminó siendo el espectáculo más multitudinario de toda la Maratón Abasto.