Fue, paradojalmente, el compositor de melodías para películas de historias de amor heterosexuales más celebrado por la cultura LGTB. Porque sin dudas, nadie como nosotres hemos silbado y cantado sus canciones en soledad –en la plenitud de un ardoroso romance y en el triste ocaso de un amor– o en escenarios públicos. Las experiencias no suelen ser solipsistas y siempre reconocí en sus melodías una sensibilidad que acompañaba mis deseos y mis inquietudes gays sin importar lo que narraran las películas que musicalizara.

Aunque a veces se podía trazar un paralelo entre lo que cantaban las canciones que componía con las trayectorias vitales de gays, lesbianas y trans de una generación. Eso queda claro en Les demoiselles de Rochefort, donde las dos hermanas de la ficción interpretadas por Catherine Deneuve y su hermana en la vida real, Françoise Dorléac –porque también supo rodearse de las mejores divas– son provincianas que buscan emigrar a París para ser artistas y liberarse de las ataduras pueblerinas. La huida a la ciudad en busca del anonimato y de experiencias eróticas fue y es crucial para alivianar las vidas de las diversidades sexuales tal como narra Didier Eribon en Reflexiones sobre la cuestión gay. En todas las canciones que compuso para Les demoiselles… prevalece el deseo de libertad y la búsqueda del amor ideal. El personaje de Deneuve abandona a un machirulo en un dúo con el susodicho como unos pimpinelas avant la lettre (aunque infinitamente más bello y progresista). En la misma película dos artistas cantan la libertad de poder andar de ciudad en ciudad teniendo la ruta como domicilio y viviendo "la tragedia de la existencia y la comedia de la felicidad". Y como si fuera poco, otras mujeres se ríen de las convenciones sociales del matrimonio y evalúan las ventajas y las desventajas eróticas de los marinos, los amigos, los amantes y los maridos a través de la canción Marins, amis, amants ou maris.

El mismo deseo de libertad anida en Yentl donde le compone las canciones a una Barbra Streisand que se ve obligada a travestirse para poder estudiar en la universidad y que ya como muchacho se enamora de otro muchacho al que no puede confesarle su amor.

Pero tuvo la virtud de captar una sensibilidad gay incluso allí donde parece impensable: en la composición de la música de las series de televisión infantiles Érase, una vez... (¿quién no la tararea de vez en cuando evocando o no la niñez?). En la melodía de Verano del ´42 donde un adolescente hace el amor azarosamente con una reciente viuda de guerra pero "era verano y era su primera vez y además él la amaba. Dorothy te quiero, te quiero Dorothy". Y por supuesto en aquella comedia musical que es una tragedia musical sobre la ausencia: Los paraguas de Cheburgo. (No casualmente, en Les chansón de amour, Christophe Honoré convirtió a los amantes heterosexuales de Los paraguas… en una historia de amor gay).Y si hablamos de ausencia, no podemos dejar de sentirla porque el sábado pasado murió Michel Legrand.