Un departamento, cuatro personajes, conflictos cruzados, secretos, revelaciones. Dos parejas, una de ellas separada, la otra a punto de cumplir dos años de existencia. El tiempo real de una única noche como marco para el relato. Adaptación de la obra del mismo título escrita por Paula Manzone, Anoche ostenta desde el minuto uno todas las marcas de aquello que suele denominarse, usualmente de forma despectiva, teatro filmado. La autora y el codirector Nicanor Loreti (Kryptonita, 27: El club de los malditos) –dupla que además conforma una pareja en la vida real– parecen hacerse cargo de ello con una iluminación del espacio definidamente artificiosa, “teatral”. Pero a poco de comenzar a desenrollar el hilo de la historia cualquier atisbo de reflexión sobre la interacción de ambos espacios –el escenario y el set cinematográfico– es rotundamente dejada de lado para concentrarse exclusivamente en la palabra: la cámara, el micrófono y el montaje transformados en simples herramientas puestas a su servicio exclusivo. En otros términos, teatro filmado. Lo cual no es algo necesariamente malo, pero…

Comedia costumbrista elevada a la enésima potencia, con rasgos de puesta en escena televisiva que se suman a la ecuación de origen escénico, Anoche retrata la interacción entre la dueña de casa (Gimena Accardi), su novio (Benjamín Rojas), la hermana de la anfitriona (Valeria Lois) y su ex y padre de su hija (Diego Velazquez). Anfitriona inesperada, ya que el inicio del primer acto la encuentra disfrutando de la soledad de sus dominios personales, a excepción de la voz vehemente, machona, infinita de Mamá a través del teléfono (cortesía sonora de Mirta Busnelli). El teléfono volverá a sonar, como así también el portero eléctrico, sumando uno por uno los personajes necesarios para llegar al cuarteto. Muy pronto el espectador caerá en la cuenta de que el noviazgo de la pareja más joven ha comenzado a mostrar fisuras y que la separación de partes de la otra no ha logrado apagar todos los fuegos, todo ello explicitado por las líneas de diálogo, las miradas o ambas cosas a la vez (la música puntea y subraya cada uno de los gags, por las dudas).

Y si bien la película (posiblemente, también la pieza original) parece abrazar a conciencia el concepto de personaje como macchietta unidimensional -arquetipos fácilmente reconocibles, espejos grotescos de zonas grises y negras universales-, no existe ningún elemento formal o temático que reelabore esa categoría y la transforme en posibilidad creativa. Inofensiva y previsible, la revulsión en cualquiera de sus modos no forma parte del juego de caracteres de Anoche, a pesar de algunos de sus temas. La autora declaró tiempo atrás que la obra teatral había sido escrita pensando en el disfrute del actor. Lo mismo podría afirmarse de la película y la secuencia de títulos de cierre -con sus pifies y momentos de tentación actoral- no hace más que reafirmarlo. Es una verdadera pena que ese goce apenas logre transmitirse al espectador.