¿Cómo se escucha a un niño vulnerado cuando son las mismas regulaciones legales parte de la construcción del niño como alguien que no puede hablar sobre su propia experiencia sin mediaciones tutelares? Su voz, en ocasión de delito sexual, suele ser secuestrada por la cámara Gesell, cúpula que le oculta su condición de objeto de observación, es decir protegiéndolo pero con un cierto engaño (por su bien). Y a menudo lo que se observa/escucha a través de ella es el testimonio sobre las condiciones de un trato sexual con un adulto sea cual haya sido su propia “elección” infantil. Elegir es un verbo burgués, lo pensé en torno a Romina Tejerina. Implica un número determinado de bienes materiales y simbólicos, la posibilidad de medir entre los efectos de una acción y de otra capaz de desbaratar la idea de destino bajo el sostén de diversos expertos; la fortuna amasada por el trabajo o la herencia, la inclusión dentro de instituciones privadas o del Estado, todas esas posibilidades que permiten tanto la rumia moral (¿estará bien o estará mal?) como el cálculo utilitario (¿qué me conviene más?) y que suelen representarse como una encrucijada entre diversos caminos. Elegir puede tener el rostro de una aventura, de una apuesta o de la asunción de una responsabilidad. Mucho antes de tener acceso a poder ganársela, la posibilidad de elegir, que precede a la razón, está dada o no. Elegir a veces se confunde con otro verbo, “consentir”: si el primero transmite un espejismo de soberanía, el segundo en su misma definición implica una desigualdad de poder: es otro el que ha elegido, cabe a uno consentir o no. Judith Butler recuerda en uno de sus artículos la advertencia de Gramsci de que bajo las condiciones de la hegemonía el consentimiento es manufacturado u organizado por poderes a los que nunca se ha consentido realmente. ¿A qué niñas escucha La Nación? ¿De dónde pretende extraer dos ademanes de soberanía? ¿De una elección plena? Seguramente del abuso, la violación, el dejarse llevar, todas las formas de la vulnerabilidad de la miseria. Ventrílocuas, sin ninguna prueba de haber dado efectivamente testimonio (“La crónica periodística da cuenta de que una de estas mamás precoces”, “otra niña identificada como L”) dos niñas habrían afirmado su maternidad precoz con la “nadie me lo saca” evocando esas carta apócrifas que la dictadura publicaba en diarios como La Nación en las que madres y hermanos de supuestos militantes revolucionarios sin ninguna prueba de identidad , de existencia, les pedían el retorno a casa en nombre de hogares destrozados y así rescatarlos a tiempo de la subversión. El editorial es menos escandaloso que de una supina ignorancia (¿Cuándo volverá la derecha del padre Leonardo Castellani, del facho Anzóateguy cuyos agravios al menor hacían reír, del mismo Bartolo Mitre cuya pulsión reaccionaria le daba para traducir aunque mal La divina Comedia?): discurre ñoña y fraileramente de “lo que es natural en la mujer”,  “instinto materno”,  “abuelas abortistas” bla bla bla y se vuelve directamente canalla cuando comenta, como al pasar, que L quedó embarazada a los 12 años y que “naturalmente” perdió ese embarazo  (¿que pasó? ¿no le dio el cuerpito? ¿cómo no le daba a la nena jujeña a la que recientemente le negaron un aborto y sometieron a una práctica tómbola luego de haber sido violada para ver hasta dónde aguantaba su matriz un embarazo, a fin de intentar salvar como feto viable a un hijo en potencia para una familia “importante”? Y se vuelve inescrupulosamente cínica al aludir a las condiciones de esos embarazos como un “mucho más allá de…”   “Mucho más allá de la forma en que se gestaron los embarazos, claramente nada deseada ni deseable…” (el subrayado es mío) No: no hay nada más allá. Y los primeros en comprenderlo fueron los trabajadores de La Nación, expresión que, en este caso, sí podemos leer mucho más allá que literalmente.