En términos generales, las ciencias sociales y humanas reconocen en la cultura un rol organizador de las prácticas cotidianas de los individuos que forman parte de una sociedad. Un rol organizador de las relaciones que se instala en el plano de las subjetividades, configura el sentido común y los discursos sociales; un rol que suele expresarse, criticarse y crearse a través del arte. 

Desde esta perspectiva entiendo oportuno analizar la inteligencia artificial (IA), ya no en su utilidad (vanagloriada por las aún masivas miradas modernas) sino como elemento cultural, organizador de nuestras prácticas. Este desarrollo de la informática que, a partir de la glorificación moderna del algoritmo y su aplicación en múltiples disciplinas científicas, se despliega irreversiblemente en nuestras vidas, paulatinamente remplaza no solo trabajos mecánicos asistiendo a la robótica, sino también aquellos de cálculo sistemático. 

Para entender el alcance de este fenómeno, resulta interesante revisar su uso articulado en los sistemas financiero y mediático. En el programa “Kaiser Report” (RT) se describió el rol de los algoritmos y la IA en la compra-venta de productos financieros basada en la lectura informatizada de publicaciones en portales especializados. Por otro lado, en las principales ferias de tecnología para medios de comunicación (NAB, CES e IBC), uno de los temas favoritos de estos años ha sido el uso de IA en sus cadenas de producción, especialmente el desarrollo de soluciones informáticas para la producción de contenidos basadas en algoritmos que toman como insumo el perfil de los consumidores de noticias (algo semejante a lo que hacen las redes sociales para elegir los contenidos que nos muestran). La integración de estos ecosistemas tecnológicos podría resultar (si no lo hace ya) en aceleradas corridas disparadas por máquinas a partir de la interpretación de un pequeño movimiento bursátil o una declaración en Twitter. Corridas automáticas al resguardo de los actores del sistema financiero que muy posiblemente perjudiquen a la economía real, principalmente de los países volátiles como la argentina macrista.

Esta especulación, que bien podría dar forma a un guión de la serie Black Mirror, invita a reflexionar sobre estas tecnologías. Desde una perspectiva político-territorial, evitar descalabros resultantes de su aplicación no puede quedar en manos de los mismos sistemas que los promueven (equipamiento y personas - intereses económicos). Es decir, no debería basarse en las visiones automatizadoras. Tampoco las salidas legales y burocráticas parecen efectivas más allá de una penalización post-facto, al tiempo que desincentivan la investigación y desarrollo tecnológico, promoviendo posturas tecnófobas poco promisorias. Por ello, entiendo que el foco debe estar en el rol activo del Estado, como veedor de los intereses populares, promoviendo individuos conscientes del accionar de los algoritmos y la IA en todas las plataformas tecnológicas (desarrolladores y usuarios), aplicando políticas preventivas y promoviendo la intervención de instituciones defensoras de los intereses colectivos (públicas y privadas). Es decir, fortaleciendo el control humano (humanístico). Un Estado no bobo, sino atento en su mirada y activo/preventivo en su resguardo de los intereses colectivos: un Estado con más política y menos sumisión al cálculo automatizado, lo que no implica menos tecnología sino inteligencia al servicio de la sociedad y los derechos humanos. 

A mi humilde entender, este camino acompañará una incorporación de la inteligencia artificial a nuestra cultura que no sea improvisada, ni al servicio de los poderes concentrados internacionales, sino una apropiación popular de ella, consciente de sus alcances y potencialidades, orientada al mejoramiento de nuestra calidad de vida y a la felicidad del pueblo.   

* UNLu - UNA - Codehcom.