En momentos en los que existe la posibilidad, difícil pero factible, de que un gobierno de base popular, preocupado por la situación de quienes menos tienen, pueda retomar las riendas del país, es imperioso que, además de seguir criticando los desatinos de un gobierno insensible e inepto para resolver lo problemas de fondo, pensemos qué se puede hacer para salir de la situación actual y, sobre todo, qué no tenemos volver a hacer para que la solución sea sustentable y por lo tanto duradera a largo plazo.

Lo que no tenemos que hacer o permitir es que se vuelva a producir el retraso cambiario real que se verificó entre 2004 y 2018, dejando que los precios internos aumentaran mucho más que el valor del dólar, porque eso lo único que produce es el incremento de los costos en dólares para los productores locales, reduce las exportaciones no tradicionales y aumenta desmedidamente las importaciones provocando, junto con los movimientos especulativos de capitales, las consabidas crisis de balance de pagos y carencia de divisas para el desarrollo.

En tales condiciones, es inviable cualquier política expansiva basada en la redistribución del ingreso a favor de los sectores de menores recursos, con el agravante de que, frente a la falta de divisas, las políticas neoliberales no tienen más recursos que primero endeudarse desproporcionadamente con capitales golondrinas, con pingües ganancias financieras para sus mentores, y luego el ajuste recesivo para adecuar el nivel de actividad económica a la falta de divisas.

Veamos algunos números para tener idea de la magnitud del problema que se plantea. Entre los años 2004 y 2018 el valor promedio anual del dólar (tipo de cambio nominal) aumentó 955 por ciento, o sea que casi se decuplicó, pasando de 2,94 a 28,09 pesos promedio por unidad, según datos del Banco Central. En ese mismo lapso los precios internos, medidos por el Indice de Precios Implícitos en el PBI (IPI) que calcula el Indec, aumentaron alrededor 2.070 por ciento, o sea que se multiplicaron casi por 21, más del doble que el tipo de cambio.

Se podría argumentar que el tipo de cambio de 2004 era demasiado elevado, producto de la terrible crisis de 2001. Admitamos que sí y tomemos como base otro año, con la economía más recuperada y la demanda interna más sólida; por ejemplo 2007, para evitar 2008 que fue un año crítico por la crisis financiera internacional y el conflicto interno con los productores agropecuarios. Entre 2007 y 2018 el tipo de cambio aumentó 800 por ciento, de 3,12 a 28,09 promedio anual, pero los precios internos lo hicieron en más de 1.300 por ciento, haciendo que el tipo de cambio real cayera más de 37 por ciento en ese lapso o, lo que es lo mismo, que los costos en dólares de la producción nacional se incrementaran en casi el 60 por ciento. Es fantasioso pensar que la mejora en la productividad global de la economía puede compensar semejante aumento de costos en tan poco tiempo.

¿Por qué planteamos que tenemos que evitar que algo vuelva a pasar? Porque gran parte de ese retraso cambiario sucedió antes de diciembre de 2015. Entre 2007 y 2015, la caída del TCR fue de 48 por ciento y el aumento de costos en dólares de 108 por ciento. Y esto no lo decimos ahora con el diario del lunes; en una nota publicada en Cash el 2 de agosto de 2015 decíamos “que tampoco queda ya margen para más retraso cambiario con respecto a los precios internos porque, si no, no habrá estrategia de competitividad que pueda compensar el aumento de los costos en dólares para el sector más expuesto a la competencia internacional”.

Pero tampoco es cuestión de llorar sobre la leche derramada sin preguntarnos qué perspectivas hay a futuro ante esta situación. La buena noticia es que no todo está perdido y que un futuro gobierno de base popular que asuma a fines de este año tiene alguna chance seria de revertir la situación.

Para esto hay que tener en cuenta algunos datos más. El primero es que hasta ahora estuvimos tomando en el análisis valores promedio anuales y el del tipo de cambio de 2018 fue 28,09 pesos, pero el valor de enero ya está en torno a los 37 pesos por dólar, es decir que arranca 2019 con un valor ya 32 por ciento más alto. Por supuesto que también habrá arrastre de inflación residual para 2019 y la pregunta es cuánto: ¿será más o menos que el 32 por ciento con que arranca el dólar? Esto depende en gran medida de cómo seguirá el proceso recesivo que por ahora es la única política antiinflacionaria del gobierno, luego del fracaso estrepitoso de las metas de inflación. Todo parece augurar que con los tarifazos y la presión fiscal, la recesión tiene todavía para unos cuantos meses. Conclusión, con la malaria que provoca esta política neoliberal no parece factible que la inflación supere el tipo de cambio durante 2019.

Siendo así podríamos tomar el tipo de cambio real actual como base de cálculo para proyectar el impacto que tendría sobre el balance de pagos a través de la cuenta corriente y su resultado comercial. Haciendo la proyección inversa se puede comprobar que el TCR de 2018 es similar al de 2011, aunque en ese año los números del balance de pagos ya no eran muy tranquilizadores. En ese año, si bien hubo un superávit comercial externo de más de 9.000 millones de dólares, el saldo de cuenta corriente fue deficitario en más 5.000 millones y la caída de reservas fue de más de 6.000 millones de dólares.

Para estar más tranquilos sería mejor que el tipo de cambio se acercara más al de 2010, que fue un 16 por ciento más alto que el de 2011. Para eso, haría falta que los precios internos aumenten en 2019 un 12 por ciento menos que lo que ya varió o pueda variar el tipo de cambio, cosa que no parece tan descabellada con la recesión actual. En el año 2010, con ese tipo de cambio real la balanza comercial tuvo un superávit de más de 12.300 millones y la cuenta corriente un déficit de sólo 1.500 millones, similar a la necesidad de financiamiento.

Alguien también podrá decir: todo muy lindo, pero después de la gestión de Cambiemos tenemos compromisos financieros externos por más de 25.000 millones de dólares anuales durante los próximos 4 o 5 años, ¿y eso con qué lo cubrimos? La respuesta es que si el país puede dar señales claras de solvencia externa a largo plazo, principalmente con superávit permanente de su balanza comercial, la refinanciación de deudas es factible a tasas razonables. Si no hay esas señales, el financiamiento no lo consiguen ni quienes juegan en las Grandes Ligas Internacionales.

¿Qué esperanzas nos quedan entonces? Una es que este gobierno siga fiel a sus convicciones y mantenga el ajuste recesivo hasta las elecciones, para que la salvaje devaluación del año pasado no termine de trasladarse a los precios internos. Si por urgencias electorales este gobierno se decide a reactivar la economía después de las vacaciones, la inflación se comerá lo que recuperó el tipo de cambio real y nadie nos salvará de la reestructuración compulsiva y unilateral (léase default) de toda o parte de la deuda externa en 2020 o 2021, aunque vuelva a ganar Cambiemos.

Pero lo más importante es qué hacer si no gana Cambiemos para no volver a caer en nuestros viejos yerros. La tarea no es fácil ni sencilla y requerirá un gran consenso político y mucha persuasión. Hasta ahora, desde fines de 2017 el dólar se duplicó, los precios se incrementaron alrededor del 50 por ciento, y gran parte de la recuperación del TCR se hizo a costa de salarios e ingresos fijos que perdieron su poder adquisitivo por haber aumentado mucho menos que los precios.

El objetivo del próximo gobierno, y en eso le irá la vida, será no sólo que los precios internos aumenten menos que el tipo de cambio sino además que los salarios e ingresos fijos aumenten al menos lo mismo que los precios, para recuperar el poder adquisitivo perdido, pero también menos que el tipo de cambio para no afectar el costo de producción en dólares. La clave del embrollo es controlar (sí, controlar) la evolución de los precios de los bienes y servicios no transables internacionalmente que sólo deberían trasladar la incidencia de los costos importados directos e indirectos y no pretender mantener sus precios, ingresos y ganancias en dólares.

Y para que el incremento de salarios e ingresos fijos no tenga que ser tan elevado, cualquier aumento ulterior del tipo de cambio nominal debería ser compensado con retenciones a los productos alimenticios exportables que pesan en la canasta familiar y no necesitan un dólar tan alto para ser competitivos en los mercados internacionales.

Si no estamos decididos a evitar la reincidencia en el retraso cambiario, la única alternativa es lo que está haciendo, deliberada o implícitamente, este gobierno: achicar la economía para adecuarla al cuello de botella externo, como decía Marcelo Diamand, con recesión, desempleo, pobreza y desigualdad crecientes. Y para eso, será mejor que lo sigan haciendo ellos.

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la Licenciatura en Economía.