La denuncia de Marco Trungelliti sobre el problema de las apuestas que infectan el tenis cayó como una bomba. El testimonio del santiagueño de 29 años, señalado por gran parte del ambiente como “buchón”, arrojó información que en su momento llevó a la Unidad de Integridad del Tenis a suspender a tres jugadores argentinos.

Nicolás Kicker recibió seis años con una reducción a tres, supeditada a la condición de no volver a cometer infracciones, apuntado por arreglar dos partidos en los Challengers de Padua y Barranquilla de 2015. Según supo PáginaI12, el jugador de Merlo asumió su responsabilidad en el caso y, pese a que asomaba como una posibilidad factible, decidió no realizar una apelación al TAS. Cuando cayó estaba metido entre los mejores cien del mundo y venía de debutar en el equipo argentino de Copa Davis.

Patricio Heras fue suspendido originalmente por cinco temporadas, aunque también su sanción se redujo a tres siempre y cuando no reincida. El tenista de 30 años recibió el castigo por un partido en aquel torneo colombiano de septiembre de 2015. Y Federico Coria, hermano del Mago, no aceptó soborno alguno pero sí sufrió una suspensión de dos meses por no haber denunciado que le ofrecieron arreglar encuentros en el Future de Sassuolo, Italia, en 2015.

Las mafias de las apuestas operan con total libertad en el micromundo del tenis y, si bien son perseguidas por la TIU, consiguen que los principales perjudicados sean los propios jugadores en un deporte marcado por la desigualdad económica. En los circuitos menores es donde más se siente el reparto dispar de la plata y, justamente, la base en la que se mueven los impulsores del negocio. “En los Futures te ofrecen entre 2000 y 3500 dólares por perder un partido y entre 1000 y 1500 por perder un set, aunque también pueden pedirte que pierdas un set con un resultado exacto, por ejemplo 6-1”, detalla en diálogo con este medio un tenista que pidió mantener su identidad oculta.

En medio de la contaminación que plantaron las mafias también existe un término medio, el de los intermediarios: jugadores que no participan en las apuestas pero que accionan como nexo entre sus compañeros del circuito y los apostadores, a quienes les facilitan el dato de los interesados. “Alguna vez hice de mediador; al tener un contacto directo con los apostadores te ofrecen comisiones cercanas a los 300 dólares, sólo por mandar un par de mensajes y coordinar los resultados”, se explaya este jugador, que en algún momento llegó a estar 600° en el ranking ATP.

Los dueños del negocio suelen entregar celulares de incógnito para los jugadores con los que se manejan. La experiencia de este tenista incluso llegó a límites violentos: “Los jugadores usamos aplicaciones telefónicas que son seguras para no registrar conversaciones y solemos tener ese celular escondido, porque no es el de uso personal; dos veces tuve contacto cara a cara con apostadores grosos y con uno de ellos, que era extranjero, las cosas no salieron bien, terminó todo con violencia verbal y también con amenazas”.

Fuera de las lujos que ofrece la elite, miles de jóvenes son víctimas constantes de un sistema que los empuja a sufrir este tipo de consecuencias. Inmersos en el ostracismo, el mundo oscuro en el que viven día a día y son esclavos de las presiones monetarias, los jugadores emergen como los principales afectados de una caza de brujas que no captura a los verdaderos delincuentes.

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