La avenida se espesa. Aminoro la velocidad, enderezo el cuello. Mi primera reacción es apretar los dientes, por las dudas, por si es sangriento. Un par de veces fue así, y con apretar los dientes no alcanzó. Igual, ahora reacciono así, y veo que hay tres bicis, un pibe en el cantero central, tirado, flaco como un poste, y la ambulancia del SIES sobre el carril rápido de la otra mano. Al pibe lo están ayudando otros dos repartidores y un paramédico. Ahí en el campo visual, brillantes, verdes y amarillas, tres cajas apiladas de un servicio nuevo en la ciudad, más altas, que cualquiera de ellos.

Cuando cumplí dieciocho, además del privilegio de estudiar en la universidad pública, pude darme el lujo de buscar un trabajo. No porque tuviera que mantenerme, cosa que mis viejos hacían estupendamente, sino para tener un ingreso propio y poder darme ciertos gustos. Hoy escucho eso y me parece terrible porque, creo, supone que la vida de hecho no coincide con la vida que elegiríamos, si pudiésemos darnos todos los gustos. Es una de esas expresiones tan confesionales que me asustan.

Yo entonces quería plata para comprarme cosas y salir. Encontré un aviso en los clasificados que pedía chicos/as jóvenes para reparto de volantes, sin experiencia. La combinación de esas dos palabras era un hallazgo. Además quedaba cerca de mi casa. Fui el día anunciado. Afuera éramos varios, varones y mujeres, esperando a que abrieran. Una puerta minúscula en el portón negro se abrió después de un rato, y nos invitaron a pasar de a cuatro. Los que entraron antes mío salieron rápido. No esperé mucho hasta que fue mi turno. Era un conocida pizzería que se dedicaba exclusivamente al delivery, a precio muy competitivo. Pasé a una oficina en un entrepiso, me senté dos minutos para decir quién era y entregar el currículum. Fui despedido, con palabras dulces, sin que me dieran la mano: "Estamos necesitando varios pibes. Estate atento estos días al teléfono".

En algún momento empezaron a ser visibles. No sé cuándo pasó. Es la idea, supongo. Rojo intenso, naranja fluo, verde y amarillo. No hay nada frío en esos uniformes. Todo es movimiento y resultados. Un amigo me preguntó, cuando todavía faltaban un par de meses para las fiestas, ¿Ya viste a los viejos pedaleando? Le contesté que no, que solo había visto "gente joven", que tenía entendido que la exigencia física era grande.

Al día siguiente vi a un hombre que podía ser mi tío repartiendo, y una semana después a un grupo de varones, tres con motos y al menos cuarenta, tomando una coca y enfundados en chalecos.

Cuando empezamos la volanteada las instrucciones fueron pocas: esta tarjeta tiene dos viajes, van en colectivo hasta este lugar, caminan este recorrido, colocan un volante en la puerta y otro lo pasan por debajo. Van siempre de a dos. El primer día fueron más de ochenta cuadras. El segundo parecido. El tercero casi cien. Al cuarto tuve una idea. Le dije a mi compañero que, como nunca llegábamos a hacerlas todas a tiempo, podíamos agilizar mucho dejando solo el volante en la puerta. Estuvo de acuerdo y empezamos a hacer las cuadras en mitad de tiempo. Fue entonces que un Renault 21 negro hizo una maniobra exagerada, pienso hoy, con la que frenó de golpe y chirrió. Se bajaron dos hombres de la pizzería. Nos estaban controlando. Nos hablaron mal, amenazantes. Escuché por primera vez el tono del patrón.

Pasaron casi catorce años. Lo veo ahora al pibe. Está pálido, empapado, es muy joven. Lo ayudan a subirse a la ambulancia, despacio, mientras hace un gesto con la mano que entiendo, ya está, voy estar bien.

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