Como resultado de la denuncia que efectuara Thelma Fardin en el ámbito del colectivo Actrices Argentinas se ha suscitado una bienvenida revisión en torno a los pormenores que involucran la relación entre los sexos. Se trata de que tal cuestionamiento de hábitos, códigos y supuestos naturalizados propicie relaciones de cuidado y responsabilidad entre las personas en lugar de alentar el gozoso y cómodo aislamiento que supone consumir porno ante la pantalla de una computadora. Por empezar, el deseo no se lleva bien con las formalidades o las burocracias, las personas no proponen mantener relaciones sexuales de la misma forma que cuando preguntan si tomamos té o café. Allí entra en juego la seducción, la insinuación, el pudor, las fobias, los gestos, con toda la gama de avances y retrocesos propios de quienes quizás -en una situación puntual- no saben bien cuál es su definitiva decisión respecto a poner en juego las fantasías y el goce que presta carne al deseo. Desde este punto de vista, vale preguntarse si al mentado No (ése mismo al que corresponde escuchar como un No y punto) se accede de una manera rápida y sencilla, o si más bien requiere de un imaginario social que, por abandonar idealizaciones y lugares comunes, hace pie en la compleja y contradictoria condición erótica de las personas. Por lo pronto, corresponde dejar en claro que, a diferencia del resto de las criaturas del planeta, la sexualidad humana está siempre desviada de todo fin natural. Esto es: nadie tiene sexo para tener hijos, aún cuando las parejas tenga relaciones sexuales con tal cometido, si no hay fantasías eróticas, el acto sexual se transforma en el más aburrido de los trámites. Estas fantasías siempre contienen aspectos sádicos y masoquistas: cualquiera sea el género asumido se goza de ser objeto como también se goza de poseer al otro, y se goza de ser poseído como se goza de incitar al supuesto poseedor. En esta contradicción que nos divide habita la compleja riqueza del ser hablante. Toda reflexión está destinada a naufragar si no tenemos en cuenta este rasgo propio del erotismo que agita las fantasías de la vida anímica. La cuestión entonces pasa por estar en condiciones de decidir acerca de jugar -o no- tal o cual rol, cualquiera sea el ámbito o los participantes de una práctica sexual. Para decirlo todo: se trata de prestarse a ser objeto, jamás identificarse a tal condición.

*Psicoanalista.