Osvaldo Delgado es uno de los nombres esenciales en el mundo académico del psicoanálisis. Hace muchos años, cuando la Facultad de Psicología de la UBA había creado el Doctorado en Psicología, este psicoanalista miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, realizó sus estudios doctorales y su tesis fue –y sigue siendo hoy– motivo de consulta    por quienes estudian psicoanálisis. Ahora, Grama Ediciones acaba de reeditarla: en La aptitud del psicoanalista, Delgado agregó una nota preliminar, pero el libro es el resultado de esa tesis de doctorado. Allí Delgado se pregunta qué es un psicoanalista, qué lo habilita a ejercer tal posición y cómo se llega a adquirir esa aptitud. Es decir, Delgado se interroga por la formación de los analistas, que está ligada a concluir un análisis. O sea que finalizar un análisis está articulado con la formación de un analista, aunque vale aclarar que no todos los que terminan un análisis advienen analistas. Delgado realiza un estudio minucioso de la obra de Freud respecto al término “aptitud” porque la aptitud no es algo que venga dado sino que es algo que se va a adquirir. Y encuentra en la obra de Freud dos significaciones del término “aptitud” que en el idioma alemán son dos palabras que no significan lo mismo: por un lado, la aptitud remite a lo que Freud llama el Eignung, y al mismo tiempo, también la aptitud significa lo que Freud llama el Tauglich. El primero es un sustantivo y Delgado lo ubica como la idoneidad, dotes, tiene que ver con un saber y es en el propio análisis y en relación al inconsciente. Es lo que se adquiere a partir de la firme convicción en la existencia del inconsciente. Pero Delgado señala que no alcanza con finalizar un análisis en relación a lo inconsciente para que advenga un nuevo analista. Y ahí es donde surge el otro término de “aptitud” que en alemán es el Tauglich, un adjetivo que tiene que ver con la capacidad o la habilidad para hacer algo. Y ese saber se ubica sobre el campo de la pulsión. Los dos son necesarios para que advenga un analista y se producen en dos tiempos lógicos que se relacionan con estos significantes. 

“Tanto Freud como Lacan (Lacan siguiendo a Freud y haciendo sus aportes y novedades) hablaron de lo que sería la función del analista y también lo que sería el respeto más absoluto de la singularidad de cada paciente”, señala Delgado. “Efectivamente, un gran desafío de la práctica del psicoanálisis es ese respeto a la más absoluta singularidad. El psicoanálisis no ordena a nadie en relación a un ideal, a una moral, a una religión, a un modo de vivir la sexualidad, etcétera, sino que respeta el uno por uno. Y efectivamente la intervención del analista así como algunos lo llaman en relación a la técnica –aunque no hay en psicoanálisis–, tiene una referencia ética fundamental. La referencia ética es el respeto más absoluto, como Freud decía: observamos la más absoluta libertad en el paciente y orientamos nuestro trabajo para que el paciente pueda elegir algo distinto de aquello con lo que vino al análisis o elegir lo mismo. Cada uno tiene que tomar su decisión. Eso, del lado del analizante. Del lado del analista, así como Freud habla de regla de abstinencia (de aptitud hablo yo) no implica una matriz común para todos los analistas. Hay un analista, otro analista, otro analista, otro analista. No hay ‘el’ analista, como una figura universal”, plantea Delgado.  

–Si bien no existe el ideal, Freud habla del ideal...

–Sí. En Análisis terminable e interminable, Freud dice de qué modo se adquiriría la aptitud de analista. Y va a plantear dos tiempos lógicos, como los que yo trabajo. Uno, la convicción de la existencia del inconsciente, fundamental. Si no hay una convicción de la existencia del inconsciente no puede haber un analista. Ni analizante, habría que decir también. Para que haya un analizante tiene que haber una convicción de la existencia del inconsciente, que es algo que se produce. Nadie llega como analizante a una consulta. Adviene analizante o no a partir de una intervención del analista. A consultar viene una persona que sufre. No viene un analizante como tal. Esto es efecto de la operación del analista. Se requiere de esa convicción. Además, hay otra cuestión que ya es propia del analista y Freud la va a llamar “una recomposición   pulsional”. O sea, una afectación del campo pulsional de ese sujeto para advenir analista. No todo el mundo adviene analista. Alguien puede venir a análisis para decir que quiere ser analista y, de ahí, no surge por ahí un analista. Alguien viene diciendo que sufre tal o cual cosa y ahí puede advenir en analista.

–Ahora, para que alguien advenga analista se tienen que dar las dos características que usted menciona de la aptitud, que son Eignung y el Tauglich, dos palabras en alemán para designar la aptitud pero que no tienen el mismo significado en ese idioma. 

–Sí. Lo que Freud llama ahí “Tauglich” es lo que Lacan en la Nota Italiana va a referir a cómo alguien como efecto de un análisis va a producirse como aquel que viene a ocupar el lugar del desecho de la susodicha humanidad, dice Lacan, para venir a ocupar ese lugar resto fecundo que es un analista. Una cosa que normalmente no se piensa en los comentarios comunes de las personas es una cuestión que es muy contundente. Podríamos decir que la formulación más fuerte de Freud es que los seres humanos están divididos entre consciente e inconsciente. Y que somos orientados por nuestro inconsciente y no por nuestra conciencia. Estamos divididos y esto origina lapsus, sueños, chistes, síntomas, etcétera. Todas las formaciones del inconsciente. Ahora, el analista como tal no está como sujeto, no es un sujeto.

–¿Es un objeto? 

–Es un objeto. No es un sujeto dividido consciente e inconsciente porque si está dividido en consciente e inconsciente ahí no hay un analista. No sólo que tiene que estar a distancia de sus ideales, de su moral, de su ideología, de su religión (si la tiene), de sus costumbres, de sus gustos, desprovisto de todo eso, totalmente alejado de todo eso, a distancia. Tampoco puede estar como sujeto dividido porque si fuera así estaría dominado por su inconsciente. Y la operación analítica es ese resto fecundo, ese objeto que efectivamente tiene por función interpretar, puntuar lo que escucha sin ningún juicio. Ya no sólo sin ningún juicio consciente: sin ningún juicio, solamente guiado por el deseo del analista y de sostener la ética de un análisis. Ahora, se adviene analista en un análisis. Yo decía que no hay “el” analista sino “un” analista: uno, uno, uno porque, además, aunque uno termine el análisis y pueda advenir analista, no todos los analistas son iguales, para decirlo muy sencillamente. Por eso, a veces, uno deriva a una persona a un analista, va y no se produce ningún encuentro porque está el rasgo de cada analista. 

–Lo singular.

–Sí, es un rasgo del analista que es absolutamente singular. Ese rasgo absolutamente singular es un rasgo de la neurosis infantil. Hay algo no modificable (Freud lo llamó “restos sintomáticos”) que nombra un rasgo absolutamente singular. Por eso es cada analista: uno, otro, otro, otro. Efectivamente, el rasgo singular sí está en el análisis. Por eso, alguien puede hacer transferencia con un analista y no con otro. Y la elección no tiene que ver con que uno sepa más teoría que otro (más allá de que eso pueda ocurrir), sino que tiene que ver con el rasgo singular.

–Usted señala que la aptitud se adquiere cada vez, que no es de una vez y para siempre. ¿Por qué se pone a prueba con cada paciente que tenga el analista?

–Me llamó mucho la atención que muchos autores leían el texto Análisis terminable e interminable como si se llamara Análisis terminable o interminable. No es “o”. Hay análisis terminable y hay análisis interminable. Freud dice: “El análisis se termina”. Incluso, Lacan dice: “Cuando el sujeto está feliz de estar vivo, está feliz por vivir”. Ahí se puede concluir un análisis. Freud señala: “Bueno, tiene la capacidad de trabajar, de crear y de amar”. Se termina un análisis. Esto puede llevar a que alguien en otro momento pueda hacer otro trozo de análisis, de acuerdo a su elección y su decisión. Ahora, para los analistas la posición analizante debe ser interminable, permanente. 

–¿Usted coincide con lo que decía Freud de que un analista se debe analizar nuevamente cada cinco años al menos?

–Sí, Freud puso cinco años como podría haber puesto dos, tres o seis. Estaba muy bien orientado Freud. Por eso, en nuestra actualidad tenemos en las escuelas lacanianas el dispositivo del pase, donde hay colegas que hacen el pase, dan testimonio de su final de análisis, pero a los dos, tres o cuatro años retoman otro análisis. Eso no degrada el final de análisis tal como lo pensó Lacan y la dimensión del pase. Al contrario: demuestra una posición ética, como decía Freud, de “dar otro paso cada cinco años sin tener vergüenza por ello”. O sea que es un atravesamiento de una posición narcisística retomar un análisis nuevamente. Freud dice: “La práctica del analista, como tal, atenta contra lo conseguido en el análisis propio por parte del analista”. Uno se analiza, atiende pacientes, y esa práctica atenta contra aquello a lo que se llegó en el propio análisis. Por eso, hay que estar analizándose permanentemente. Por ejemplo, se puede restablecer la posición fantasmática de una persona y no estar advertido de la posición fantasmática. Entonces, puede quedar dirigiendo la cura desde su propia posición fantasmática. Freud hace una salvedad muy grande respecto de eso. No habla de fantasma sino de los mecanismos de defensa, que no son los modos de defensa ni la defensa primaria. El dice que en el análisis insuficientemente realizado se sostienen mecanismos de defensa que hacen que si alguien es analista dirija las curas desde sus propios mecanismos de defensa. Además, estos mecanismos de defensa se presentan en las sociedades analíticas bajo los modos de hostilidad y partidismo. O sea, un tratamiento segregativo de la diferencia. Y esto es efecto de un análisis no llevado a su término. Pero, además, en un análisis llevado a su término, con el tiempo, lo que Freud llamó mecanismos de defensa, estos se pueden recomponer. Y, efectivamente, va a suceder esto. 

–En relación al análisis terminable e interminable, la necesidad de castigo es uno de los obstáculos del tratamiento. Que alguien que está mejorando en un análisis llegue a sentirse enfermo, ¿tiene que ver con que en el núcleo del síntoma hay una satisfacción en el padecimiento?

–Sí, Freud lo llamó masoquismo. Esto hay que tomarlo en relación al fantasma “Pegan a un niño”, de Freud. El segundo tiempo del fantasma, “Soy golpeado por el padre”, articula, dice Freud masoquismo femenino y masoquismo moral. Es este el punto. Freud dice que el sujeto busca defender su padecimiento, no desprenderse de él porque, efectivamente, es una condición de goce, diríamos con Lacan. Su goce fantasmático. Busca preservar esto, aunque esto lo padezca, pero en ese padecer hay satisfacción. 

–Cuando el sentimiento de culpa es muy intenso, puede dar lugar a la reacción terapéutica negativa, ¿no?

–Bueno, con la reacción terapéutica negativa hay toda una cuestión porque hay una diferencia entre Freud y Lacan. Freud dijo que en todo análisis bien conducido se llega a un punto de reacción terapéutica negativa que tiene que ver con la resistencia del superyó. Incluso en Análisis terminable e interminable dice: “El paciente ve al analista como un personaje cruel que le dirige duras y crueles palabras”. Este es el testimonio freudiano de la reacción terapéutica negativa. Ahora, Lacan lo piensa de un modo distinto. Aunque Lacan lo trabajó como Freud durante gran parte de su obra, al final de la misma Lacan va a decir algo distinto respecto de la reacción terapéutica negativa: no es que en todo análisis bien conducido se va a producir la reacción terapéutica negativa como resistencia sino que la reacción terapéutica negativa es una respuesta desde lo real al intento por parte del analista de querer volver a todo simbólico; o sea, de querer interpretarlo todo, de querer hacer un forzamiento de interpretar lo imposible y de querer hacer que todo sea simbólico, como si fuera el forzamiento de que no haya real. O sea, volverlo todo interpretación. Ahí, lo real responde como reacción terapéutica negativa. Es una respuesta de lo real antes un forzamiento, podríamos decir, sugestivo por parte del analista. 

–¿Por qué es imprescindible la regla de abstinencia para un análisis y cómo se vincula el término con el deseo del analista?

–Yo he trabajado siempre la regla de abstinencia con la formulación freudiana de lo que Lacan va a llamar “el deseo del analista”. El deseo del analista no es una expresión de Freud, es una definición de Lacan. Pero en Freud uno perfectamente lo puede leer en la regla de abstinencia. Aunque Freud da ciertos ejemplos, a no dar respuesta a las demandas amorosas, la regla de abstinencia va mucho más allá de no dar respuesta a la demanda amorosa. Es cierto que el analista no está para dar respuestas a la demanda amorosa. No es ese el lugar del analista, no puede prestarse a la coartada de la reciprocidad amorosa en un análisis porque en el mismo momento en que lo hace caer del lugar de analista. Es una cosa o la otra. Si da respuesta no es un analista, es una persona más que se enamoró de alguien, pero ya no hay más análisis ni analista ahí. Ahora, tomando lo que nos aporta Lacan uno puede radicalizar esta cuestión: la regla de abstinencia es abstenerse de dar sentido. Así como está el abstenerse de que puedan participar sus ideales o creencias, hay un abstenerse radical, además de todo eso, que es abstenerse de dar sentido porque si ya da sentido está sugestionando a la persona. 

–Si se cae la regla de abstinencia, ¿el psicoanálisis se transformaría en una psicoterapia, que no es lo mismo?

–Sí, y en una dirección de conducta, alguien que está aleccionando o sugestionando a alguien. No es ese el camino del psicoanálisis. Para nada.