No se sabe cuánto tiempo estuvo el mensaje en las pantallas, tampoco en cuántas pantallas, menos en dónde estaban esas superficies que forman parte del sistema de comunicación pública ciudadano de la Ciudad de Buenos Aires. Además de la violación del Estado laico (como lo es el porteño) que implica usar espacios públicos en beneficio de un credo en particular, hay otro aspecto grave: ¿en serio las y los ciudadanos estamos en manos de un Ejecutivo que maneja lo público con tanta discrecionalidad como para no dar(nos) cuenta de qué hace con ello? Si no es así: ¿en serio se maneja todo de manera irregular, oral, sin cadenas de mando, sin que haya razones de orden público y funcionamiento detrás de las decisiones? Y si tampoco es así: ¿por qué no decir cómo sí es? ¿Por qué un gobierno que se quiere hacer fama de transparente es tan opaco en algo tan pedestre y visible? ¿Qué más podría haber detrás?

El mensaje que la entidad evangélica tramitó ante el Ejecutivo porteño estuvo en –por lo menos– 28 pantallas de cartelería electrónica (basta con consultar documentación oficial publica para saberlo; ni eso intentó el Gobierno para responder mi pedido) distribuidas por toda la Ciudad. Estuvo, también, en espacios que no dependen del área que –por decisión del Gobierno– me respondió: ¿de quién dependen las pantallas de turnos de las sedes comunales?, ¿y la pantalla del Teatro Colón?, ¿las de los andenes de subte?, ¿las del Metrobus? ¿Por qué esas áreas no respondieron?

Presenté el pedido de información como ciudadana. Como periodista, tengo la suerte de que puedo amplificar en estas páginas la (no) respuesta y, eventualmente, tomar envión para insistir. ¿Qué pasa cuando quien hace el pedido de información no tiene acceso a otra vidriera?