Desde Santa Fe

A pesar de que es uno de los artistas que más recorrió y conoce como casi ningún otro la Argentina (incluso la más profunda), Gustavo Santaolalla nunca había tocado en la ciudad de Santa Fe. No obstante, el domingo a la noche, frente a un Teatro Municipal colmado y emocionado, el músico saldó esa deuda con un recital memorable en el que recorrió no sólo su obra sino también su humanidad. “Ahora les voy a contar un poquito de qué trata esto”, espetó a la audiencia, mientras se preparaba para seguir revisitando buena parte del cancionero de Arco Iris, su banda seminal y a la que resignificó durante los dos años que ha durado la gira “Desandando el camino”. En esta ocasión, a diferencia del resto de sus shows en el país, el tour se enmarcó en esta ocasión en la clausura del Guaraní Der Festival. Si bien desde la organización del evento advirtieron que sería la última escala de esta serie de presentaciones, el propio artista desestimó esa posibilidad debido a que hay un público deseoso en repasar o descubrir su repertorio solista. 

Pero si la tercera edición del festival ambicionaba generar precedentes, lo consiguió la noche anterior, en su sede principal, ubicada en la localidad de Arroyo Leyes (a 20 kilómetros de la capital santafesina), cuando Santaolalla subió al escenario en calidad de invitado especial de Los Espíritus. Por más que cantautor y grupo habían intercambiado su mutua admiración, a través de intermediarios, no habían podido consumarla hasta esa noche. El líder de Bajofondo se subió al escenario, primero con su ronroco y seguidamente con su guitarra, para hacer sendos temas representativos de la banda: “Perdida en el fuego” y “El palacio” (en el que sumó con un violín prestado Javier Casalla, mano derecha del ganador del Oscar tanto en el combinado rioplatense como en la formación de “Desandando el camino”). Por más que la expresión “química” está desgastada en la era del trap, semejante mano a mano intergeneracional logró sacarla realmente del laboratorio del lugar común para ofrendarla en el altar de la cultura rock. 

Antes de que seguir con el repaso de esa performance inédita y explosiva de Los Espíritus, es justo y necesario explicar de dónde salió este evento que no aparecía en el radar de la música popular contemporánea argentina. Al menos hasta ahora. El Guaraní Der Festival está pensado por sus creadores como un “encuentro a cielo abierto, y en la naturaleza, con una grilla nutrida, diversa y de lujo”. A diferencia de su edición anterior, celebrada a lo largo de dos días en Arroyo Leyes, específicamente en el predio Raíces, en el que se asienta el espacio radial comunitario Voces de la Costa (la recuperación de su antena incentivó la organización de un espectáculo para recaudar fondos cuyo éxito derivó en esta comunión musical), esta vez el festival agregó una fecha. Eso significó además su desembarco en la capital santafesina. Pese a que su organización es artesanal, a razón de que no cuenta con grandes puestas (tan sólo posee un escenario) y lo lleva adelante una comunidad de amigos, músicos y gestores culturales, este emprendimiento tiene todo el potencial para convertirse en un festival boutique.

Aunque existen otros festivales de este tipo en el país, entre los que destaca el mendocino Monteviejo Wine Rock, el marplatense Cuero y el inminente estreno del bonaerense Fargo Festival (un festival boutique lo define su condición de ser para pocas personas, al igual que una temática precisa), el Guaraní Der Festival destaca por una curaduría clara, bien atinada y, en su mayoría, homogénea. Y es que los 15 artistas que participaron en este capítulo, que comenzó el viernes 22, están atravesados por su entendimiento de la música popular latinoamericana (por momentos psicodélica, en ocasiones folklórica, a veces jazzística y en una última instancia folk), al tiempo que pesó la delegación santafesina y su diálogo con Buenos Aires, Córdoba, Formosa, Brasil y Uruguay. En ese sentido, existió un hilo narrativo. Lástima que la lluvia (o más bien la tropicalización de la Argentina) castigue por igual a un evento mainstream del tamaño del Lollapalooza o el Personal Fest como a una feligresía ajena a las marcas del perfil del Guaraní. 

Mientras que en la primera fecha sobresalieron ese diálogo entre tradición y modernidad (con sabor a tereré) de los diestros formoseños NdeRamírez, la propuesta multidisciplinaria de los locales Hugo & Los Gemelos (vodevil del siglo XXI de matiz social y con una banda de sonido que apela por el folk, la rumba, el blues e incluso el funk) y la destreza de los porteños Los Mutantes del Paraná (toda una oda a las músicas del mundo, a partir de una perspectiva argentina), el día siguiente estuvo subordinado a la lluvia. Si bien el cielo dejó en claro que el control de la situación estaba allá arriba, lo que se evidenció en medio del ingreso en ese pedazo de tierra próximo a ese brazo del Río Colorado, en la segunda noche en Arroyo Leyes, cuyo acto estelar fueron Los Espíritus, sólo lograron actuar la agrupación santafesina Barro (la sorpresa de la noche), la uruguaya Eli-U (heredera del legendario El Príncipe) en su vuelta a los escenarios y los autores del álbum Agua ardiente (2017).

Después de comenzar con “Mares” y “Mapa vacío”, la banda invocó a Santaolalla. Una vez que su invitado de lujo se despidió, mandaron “Gato”, “El viento” y, salvo por “El árbol de los venenos”, que formará parte de su próximo disco, recrearon esos temas que enarbolaron el culto que gira en torno a ellos. Apenas terminaron, vino la lluvia y el final de la fecha, que legó como anécdota una zapada tribal (al ras del piso) con los artistas que no pudieron tocar. El que recibió la bendición de la Pachamama fue el ex Arco Iris, que el domingo, ante un mix de sesentones y centennials, revisitó un repertorio no muy diferente al del resto del tour. Aunque tuvo, por supuesto, pasajes abrazados por la magia y ataviados por la anécdota como en “Canción para un niño astronauta”, al igual que en “Paraíso sideral”, “De Ushuaia a la Quiaca” y “Mañana campestre” (la que saben todos). Y el bis fue mortal con la baguala (cantada acapella y con tambor en mano) “No sé qué tienen mis penas”, “Sudamérica” y “Pa’bailar”, corolario de la fiesta en un festival que pone a Santa Fe en el mapa.